Fácil es que hayáis oído hablar de la Generación del 27 y
que os suene algún nombre de los diez poetas fundacionales, como Emilio Prados, Vicente Aleixandre, Gerardo Diego, Federico García Lorca, Pedro Salinas, Jorge Guillén, Rafael Alberti, Dámaso Alonso,
Luis Cernuda o Manuel Altolaguirre, seguro que sí, incluso iré más lejos y supondré que los Adriano Delvalle, Juan José Domenchina, Pedro García Cabrera, León Felipe, José Moreno Villa, Fernando
Villalón, Max Aub, Joaquín Romero Murube o Miguel Hernández anden entre vuestros recuerdos más o menos ubicados, claro que a ellos habría que unir los de Juan Larrea, Juan José Domenchina, José
Bergamín, José María Hinojosa, Juan Gil-Albert, Alejandro Casona y Mauricio Bacarisse e, hilando más fino, se podrían incluir los nombres de aquellos que se expresaron modelando otras materias que no
fueran las rimas y los versos, como los dramaturgos Enrique Jardiel Poncela, Miguel Miura, Antonio Lara y Edgar Neville, ¿y quién no sabe algo de artistas como Salvador Dalí, Gabriel García Maroto,
Benjamín Palencia, Ramón Gaya, Gregorio Prieto o Manuel Ángeles Ortiz?, y ya no digamos de aquellos que estuvieron relacionados con el cine, como Luis Buñuek o K-Hito, o con la música, como Rodolfo
Halffter o Jesús Bal y Gay, sin embargo, la Generación del 27 no fue exclusiva de los hombres, pues junto a ellos, como compañeras de pleno derecho por sus trabajos y su calidad, también hubo una
buen catálogo de nombres femeninos que dejaron plasmadas sus obras para enriquecer el patrimonio cultural de nuestra tierra. Pero ¿serías capaces de nombrarlas?...
El caso es que la nómina de mujeres poetas, escritoras y
artistas adscritas a la Generación del 27 fue de mucha calidad y de suficiente amplitud e importancia, por lo que no tiene explicación lógica seguir silenciando sus nombres al lado de aquellos con
quienes compartieron mucho más que una época, unas inquietudes, ideologías, amistad, esperanzas y sufrimientos. Este es el grupo denominado “Las Sinsombrero” a causa de una acción provocadora que
relató en su momento Maruja Mallo: “un día se nos ocurrió a Federico, a Dalí, a Margarita Manso y a mí quitarnos el sombrero porque decíamos que parecía que estábamos congestionando las ideas y,
atravesando la Puerta del Sol, nos apedrearon llamándonos de todo”. Este es el grupo fundado paralelamente al de los hombres en el Lyceum Club Femenino para reclamar una justa participación en
la vida social, intelectual, cultural, política y económica en un mundo que las tenía catalogadas como bellas y delicadas figuras decorativas para el disfrute del hombre.
“Las sinsombrero” fueron mujeres muy activas que intentaron
dejar su impronta, a veces de forma “escandalosa” para la moral de la época, en todos los ámbitos creativos, o publicando artículos en los medios de comunicación, o con sus reseñas literarias o,
simplemente, con sus agendas repletas de actividad, desde la dictadura de Primo de Rivera hasta la Guerra Civil. Fueron mujeres valientes e inteligentes, con una irreflexión premeditada que pretendía
atacar los iconos estereotipados de la feminidad y firmaban sus creaciones sin ningún reparo como autoras de las mismas, lo que enervaba el paternalismo imperante, sobre todo porque fueron la semilla
que produjo un tipo de mujeres con personalidad propia, emancipadas, dueñas de sus destinos y no las sombras silenciosas de sus esposos. Mujeres modernas que no lo tuvieron fácil, pero que se
responsabilizaron de sus compromisos con la sociedad y consigo mismas aprendiendo a luchar por sus derechos. Sin embargo, esa misma osadía les acarrearía el olvido tras la Guerra Civil, no solamente
por parte de la dictadura, lo cual se podría esperar, sino también de sus propios compañeros y amigos. Pero ellas, exiliadas la mayoría durante el franquismo, continuaron con su trabajo a favor de la
libertad y del derecho de las mujeres a tener su propia voz.
La nómina es larga, aunque algunos nombres tuvieron más peso
específico que otros en el mundo cultural, caso de la ensayista, filósofa y pensadora María Zambrano (1904-1991), quien fue la última en exiliarse y solo regresó cuando la democracia
volvía a estar instalada en España, recibiendo el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades en 1981 y siendo la primera mujer en recibir el Premio Cervantes en 1988. Por su parte, la
escritora María Teresa León (1903-1988) fue una rebelde y transgresora precoz, negándose con tan solo catorce años a dejar de estudiar, enfrentándose de esta forma a lo tradicional
en gran parte del mundo, además se licenció en Filosofía y Letras y, por si eso fuera poco, a los diecinueve años se separó de su primer marido, con el que tuvo un hijo, casándose con Rafael Alberti
a los veintinueve, abandonando su propia obra para dedicarse por entero a la del poeta gaditano. Más reconocida fue la pintora surrealista Maruja Mallo (1902-1995) quien, exiliada en
Argentina, tuvo mucho éxito, exponiendo en diferentes lugares del planeta, incluido Nueva York, regresó a España en 1962, donde era una desconocida, aunque en la actualidad sus obras formen parte del
Museo Reina Sofía. En ese mismo museo madrileño se exponen las obras de Ángeles Santos (1911-2013), una mujer independiente que, con tan solo dieciséis años, expondría en el Ateneo
de Valladolid y, con veinticinco, en el Pabellón Español de la Bienal de Venecia, una fantástica pintora vanguardista que, tras la Guerra Civil, se transformaría en costumbrista. Otra que puso rumbo
al exilio, aunque en esta ocasión hacia Brasil, fue la escritora que mejor retrató a las mujeres de su tiempo, Rosa Chacel (1898-1994), que regresaría en 1973. Por el contrario, la
pintora Margarita Manso (1908-1960) no se marchó de España a costa de su silencio, tanto político y social, como artístico. Josefina de la Torre (1907-2002) tampoco
se exilió, sin embargo, esta poeta vanguardista siguió trabajando como actriz y cantante casi toda su vida. En cambio, la escultora y poeta Marga Gil Roesset (1908-1932), la
enamorada de Juan Ramón Jiménez, se suicidó a los veinticuatro años al no poder conseguir al hombre que amaba. Concha Méndez (1898-1986), poeta, dramaturga, guionista, editora e
impresora, creó, junto con su marido, Manuel Altolaguirre, una imprenta en México, donde murió, desde la que desarrollaron una gran labor divulgadora de la cultura por toda la América Hispana. O una
de las personalidades más brillantes del 27, Ernestina de Champourcín (1905-1999), discípula de Juan Ramón Jiménez, quien fue, así mismo, una de las poetas más transgresoras de su
generación, aunque comenzó escribiendo novelas, pronto abandonó este género a favor de la poesía, exiliada en México, regresó en 1972.
Pero con estos nombres no podemos dar por completada la
nómina de aquellas mujeres que, de una forma u otra, participaron del espíritu de cambio y de reivindicación que supuso aquella generación, así que tendríamos que añadir a ella las pintoras
Rosario de Velasco (1904-1991), Dehly Tejero (1904-1968) o Remedios Varo (1908-1963), sobre la que podéis consultar nuestro
artículo: Remedios Varo: cuando lo importante es el trabajo, las periodistas Josefina Carabias (1908-1980) y Carmen Eva Nelken (1898-1966) o las ensayistas
y políticas Margarita Nelken (1894-1968) y Victoria Kent (1981-1987).
En conjunto, el legado cultural de estas mujeres es un
enorme tesoro que no podemos permitirnos dejar en el olvido, pero mucho menos la semilla de libertad y de igualdad que sembraron, la cual es deber de todos, hombres y mujeres, seguir manteniendo viva
por el bien de una sociedad cuya futuro y convivencia está en constante peligro de desvaríos totalitarios de todo índole y procedencia. Olvidar es dejar descuidadas las
defensas.