Espacio de contemplación:

La casa de Bernarda Alba, de Federico García Lorca.

Al ponerle como título La casa de Bernarda Alba a la que sería su última obra, Lorca tuvo la intención de orientar nuestra atención sobre la “casa”, en el sentido de hogar o linaje además de como espacio físico central de la obra y, por otro lado, asegurar que tendríamos claro en todo momento quién ostentaba el poder en ella.

Un trabajo de…

Esta casa está repleta de simbolismos en una dicotomía vivencial entre lo de fuera y lo dentro, donde las ventanas y las puertas sirven tanto como barreras y como puentes. Para las hijas el exterior representa la libertad y la posibilidad de satisfacer sus necesidades románticas o sexuales. Sin embargo, para Bernarda el exterior personifica todo lo negativo de lo que debe proteger a sus hijas. Esta casa, herméticamente cerrada para cumplir el periodo de luto, es como un pequeño estado gobernado con mano férrea por Bernarda donde no entra ni un soplo de aire de la calle y donde las hijas se ahogan a causa de tantos ardores frustrados que las consumen. Sin embargo, toda tiranía tiene fisuras por donde pueden penetrar retazos de libertad y por los que pueden huir las energías que la mantienen, algo que se va haciendo cada vez más patente a medida que avanza el desarrollo de la obra a lo largo de sus tres actos.

 

Lorca planteó la estructura de esta obra como si fueran imágenes en blanco y negro, igual que las fotografías de su época, contrastando la blancura de las paredes con el negro de las ropas de luto. Es un mundo monótono y estéril que oculta el verdadero color de la hipocresía y sobre el que destaca el vestido verde de Adela como símbolo de esperanza, pero también de celos y, cómo no, de naturaleza y sexo. Y es que Adela, la hija menor de Bernarda, es la fuente de la que manan la mayor parte de los conflictos a causa de su rebeldía. Pero es que la muchacha, con la frescura, energía y belleza de sus veinte años, “todavía tiene ilusiones”, como dice Magdalena, pues el resto de las hermanas, resignadas al sometimiento materno, se limitan a contemplar la lenta corrupción de sus respectivas bellezas sin poder aprovecharlas. Pero Adela también es odiada por otra causa que deriva de la primera: Pepe el Romano es el novio de la hermana mayor, Angustias, que ronda ya cerca de los cuarenta, la única que tiene un hombre (al que nunca se ve en escena), aunque ella sabe que él no la quiere nada más que por su dinero y sus tierras, pues Angustias es medio hermana de las otras, ya que es hija del anterior matrimonio de Bernarda y, por lo tanto, tiene más derechos de herencia. Pero Pepe está enamorado de Adela y ella le corresponde, algo que ni Angustias, ni las otras, le pueden perdonar, como de nuevo deja claro Magdalena, la más realista y, por lo tanto, pesimista de todas las hermanas: “Si viniera por el tipo de Angustias, por Angustias como mujer, yo me alegraría, pero viene por el dinero. Aunque Angustias es nuestra hermana, aquí estamos en familia y reconocemos que está vieja, enfermiza y que siempre ha sido la que ha tenido menos mérito de todas nosotras. Porque si con veinte años parecía un palo vestido, ¡qué será ahora que tiene cuarenta!”

Los personajes de esta obra son incapaces de controlar sus propias vidas quedando todo a merced del destino y el azar, aunque estos se entrelazan con las repeticiones del ciclo de la vida, pues lo que ocurrió una vez, hace tiempo, está destinado a repetirse de nuevo. Sobre el azar, Lorca no ha privado las representaciones simbólicas de la mala suerte que, posteriormente, se cumplen, lo que le hace comentar a Martirio: “La suerte llega a quien menos la espera”, aunque la buena suerte no parece llegar a nadie en esta casa. Martirio es solo cuatro años mayor que Adela, pero, a diferencia de aquella, esta es débil y fea, siendo la más parecida a Bernarda en carácter y quien hipócritamente dice que tener novio no le importa, pero se la consumen los celos y la frustración sexual.

 

Em La casa de Bernarda Alba hay tres conceptos que prevalecen sobre el resto: la muerte, la libertad y el honor.

 

Por su lado, la muerte es un tema recurrente en las obras de Lorca y, casi siempre, a medida que avanza la trama y crece la frustración de los personajes, parece algo inevitable, siempre llega cuando han perdido la esperanza y, casi siempre, provocada por los personajes más fuertes que intentan evitarla, pero que, a causa de sus errores, consiguen el efecto opuesto al deseado. Aquí se comienza con la muerte y se acaba con ella, como un destino fatalista.

Por otro lado, la libertad era algo importante para Lorca gracias a su sentido de justicia social que le hacía considerar como un trágico costo la represión de cualquier miembro de una sociedad. Por ello, la preocupación central de esta obra se centra en Adela, quien tiene dos grandes esperanzas: los hombres y la libertad, algo totalmente imposible en la sociedad en la que vivía, pues ya, de principio, los hombres y la libertad eran dos conceptos mutuamente excluyentes para una mujer española de la época. Sin embargo, la servidumbre a un marido era bastante mejor que seguir viviendo bajo la tiranía que Bernarda imponía en aquella casa, y para ello, las hijas lo basaban todo en la riqueza de las tierras que les correspondían, y gracias a esas tierras podía ser más fácil encontrar un marido y salir de aquella casa para meterse en otra.

Y el tercer concepto, ese invento social tan ligado al estatus, el dinero y los chismes, es el que alimenta la tiranía de Bernarda, es el que, por llorar la muerte del esposo durante ocho años, arruinará la vida de sus hijas, es ese sentido del honor y la tradición que tantos crímenes ha cometido y tantas obras literarias ha producido en esta nuestra España. Bernarda siente que debe mantener su posición social en el pueblo cueste lo que cueste y está aterrorizada de las opiniones críticas hacia ella por parte de sus vecinos, cuando ella misma siempre ha manipulado el honor de los demás y extorsiona, incluso a las criadas, con lanzar al aire sus secretos del pasado.

 

En conclusión, Lorca nos dejó una imagen realista de la España de su tiempo: oscura, hipócrita, supersticiosa y cruel, aunque solo fue un pequeño atisbo de lo que iba a llegar. Curiosamente, en esta obra solo aparecen mujeres en escena, pero estas mujeres están mediatizadas por las acciones y actitudes de los hombres. Pero no ocurre esto solo en La casa de Bernarda Alba, también pasa lo mismo en las otras dos obras de la trilogía: Bodas de sangre y Yerma, en las que la mujer tiene poco control para lograr la satisfacción personal y determinar el curso de su propia vida, por lo que, a menudo, debe recurrir a medidas desesperadas.

La casa de Bernarda Alba

(Fragmento)

Federico García Lorca

 

Bernarda: (A Magdalena, que inicia el llanto) Chist. (Golpea con el bastón.) (Salen todas.) (A las que se han ido) ¡Andar a vuestras cuevas a criticar todo lo que habéis visto! Ojalá tardéis muchos años en pasar el arco de mi puerta.

 

La Poncia: No tendrás queja ninguna. Ha venido todo el pueblo.

 

Bernarda: Sí, para llenar mi casa con el sudor de sus refajos y el veneno de sus lenguas.

 

Amelia: ¡Madre, no hable usted así!

 

Bernarda: Es así como se tiene que hablar en este maldito pueblo sin río, pueblo de pozos, donde siempre se bebe el agua con el miedo de que esté envenenada.

 

La Poncia: ¡Cómo han puesto la solería!

 

Bernarda: Igual que si hubiera pasado por ella una manada de cabras. (La Poncia limpia el suelo) Niña, dame un abanico.

 

Amelia: Tome usted. (Le da un abanico redondo con flores rojas y verdes.)

 

Bernarda: (Arrojando el abanico al suelo) ¿Es éste el abanico que se da a una viuda? Dame uno negro y aprende a respetar el luto de tu padre.

 

Martirio: Tome usted el mío.

 

Bernarda: ¿Y tú?

 

Martirio: Yo no tengo calor.

 

Bernarda: Pues busca otro, que te hará falta. En ocho años que dure el luto no ha de entrar en esta casa el viento de la calle. Haceros cuenta que hemos tapiado con ladrillos puertas y ventanas. Así pasó en casa de mi padre y en casa de mi abuelo. Mientras, podéis empezar a bordar el ajuar. En el arca tengo veinte piezas de hilo con el que podréis cortar sábanas y embozos. Magdalena puede bordarlas.

 

Magdalena: Lo mismo me da.

 

Adela: (Agria) Si no queréis bordarlas irán sin bordados. Así las tuyas lucirán más.

 

Magdalena: Ni las mías ni las vuestras. Sé que yo no me voy a casar. Prefiero llevar sacos al molino. Todo menos estar sentada días y días dentro de esta sala oscura.

 

Bernarda: Eso tiene ser mujer

 

Magdalena: Malditas sean las mujeres.

 

Bernarda: Aquí se hace lo que yo mando. Ya no puedes ir con el cuento a tu padre. Hilo y aguja para las hembras. Látigo y mula para el varón. Eso tiene la gente que nace con posibles.

 

(Sale Adela.)

 

Voz: ¡Bernarda!, ¡déjame salir!

 

Bernarda: (En voz alta) ¡Dejadla ya! (Sale la Criada.)

 

Criada: Me ha costado mucho trabajo sujetarla. A pesar de sus ochenta años tu madre es fuerte como un roble.

 

Bernarda: Tiene a quien parecérsele. Mi abuelo fue igual.

 

Criada: Tuve durante el duelo que taparle varias veces la boca con un costal vacío porque quería llamarte para que le dieras agua de fregar siquiera, para beber, y carne de perro, que es lo que ella dice que tú le das.

 

Martirio: ¡Tiene mala intención!

 

Bernarda: (A la Criada.) Déjala que se desahogue en el patio.

 

Criada: Ha sacado del cofre sus anillos y los pendientes de amatistas, se los ha puesto y me ha dicho que se quiere casar.

 

(Las hijas ríen.)

 

Bernarda: Ve con ella y ten cuidado que no se acerque al pozo.

 

Criada: No tengas miedo que se tire.

 

Bernarda: No es por eso... Pero desde aquel sitio las vecinas pueden verla desde su ventana.

 

(Sale la Criada.)

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