ESCRITOS DE MI MEMORIA: La metamorfosis de Carmen.

Un trabajo de…

He tenido un sueño.

Lo que he recordado al despertar me ayuda a escribir una historia que, en principio, me parece interesante. Espero poder hacerlo, pero tengo que tomar notas antes de que el tiempo me borre las ideas.

Se trataba de una transformación de mi personalidad.

Me recordaba la Metamorfosis de Kafka. Nada que ver en imaginación y forma de relatarlo, pero yo sentía así los cambios que se iban produciendo en mi personalidad. Primero en mis sueños, después en mis desvelos de horas en noches largas y confusas y más tarde en mis recuerdos.

Me convertía en un libro.

En cada momento, en cada amanecer, yo era un libro. Un libro distinto cada vez, con tapas lisas o de colores, blandas o rígidas, sencillas o lujosas, de cartón o de cuero, con dibujos diferentes… siempre distintos.

Tenía las hojas en blanco, pero yo, con la fuerza de mi imaginación, iba pasando páginas y quedaban impresas con hermosas historias.

A cada clase de tapas, correspondía una historia diferente.

Y cada mañana, según el tiempo y la luz, yo escribía cuentos, relatos, personajes que ocupaban todas las páginas en blanco.

Escribía cuentos infantiles con tapas azules y dibujos de hadas, gnomos y mariposas, en los días de sol y suave temperatura.

Historias dramáticas con tapas oscuras, de piel o de cartón liso, en los días que amanecían tristes y oscuros.

Cuentos con personajes desgraciados, cuando la lluvia llenaba de lágrimas los cristales de las ventanas.

Y los días radiantes escribía sobre el amor, la familia, la felicidad, los besos y la alegría y entonces las tapas tenían dibujos en relieve, corazones rojos y mariposas doradas.

Algunos días tristes quise escribir cosas alegres, pero no pude cambiar las palabras que salían de mi corazón y las páginas se quedaban en blanco, hasta que me acomodaba al formato del libro.

Escribía libros gordísimos, con historias interminables que me salían de un tirón. Y también libros de bolsillo, con letras grandotas, para que los niños y las personas muy mayores los pudieran leer sin dificultad.

El problema era que, ahora, yo ya no era una persona amante de los libros que soñaba cada noche y se recuperaba por la mañana.

Yo era un libro. Mejor dicho, muchos libros diferentes que se escribían con el poder de mi mente, porque no tenía manos para hacerlo. Era fácil y difícil al tiempo y me sentía encerrada en un lugar extraño, del que quería salir cada día y no lo conseguía.

En el transcurrir de las horas, recuperaba mi aspecto físico y me dedicaba a mis quehaceres; pero cada vez eran más cortos estos periodos de normalidad y más largos los de mi transformación.

Cada noche era más difícil despertar de estos sueños y ya no recordaba cómo recuperar mi personalidad.

No sabía a quién pedir ayuda, pero tampoco tenía necesidad de hacerlo.

Ser un libro diferente cada mañana no era difícil y ya empezaba a estar acostumbrada. Era hermoso tener tantas historias y leyendas, vivencias y sueños de otros y poderlas relatar y disfrutar, con sólo la imaginación y la fantasía.

Pero echaba de menos mis brazos y la capacidad de afecto que podía dar con ellos. Ser un libro, muchos y diferentes y comunicar con la escritura, era maravilloso; pero nada se puede comparar a repartir abrazos y caricias.

 

Hoy me he levantado sabiendo que había soñado mucho, pero sin recordar el sueño.

Y entonces he sabido que yo era un libro hermoso. Rojo, con tapas satinadas y letras doradas que decían: “Cartas de amor”.

Como siempre, las hojas estaban en blanco; pero al mirarlas se iban llenando con una letra clara y firme, de frases maravillosas. Eran cartas de amor. Envidas, recibidas, sentidas, disfrutadas. Sentimientos hermosísimos, compartidos y puestos allí, en cada hoja, para conservarlos.

Lleno de frases bonitas, de cariño, de ilusiones y proyectos, el libro quedó completo, al dictado de mi mente y mi corazón.

 

Ha salido un día gris, lluvioso y triste.

Hoy soy un libro de bolsillo, de tapas oscuras, con apenas unos trazos blancos que dicen: “Recuerdos”.

Cuando miro las hojas vacías, las voy llenando de memorias tristes, de ausencias de seres queridos que se fueron físicamente, pero que siguen ocupando los espacios que fueron suyos.

Siendo este libro resumido y pequeño, que puedo llevar a todas partes y releer en cualquier lugar, siento que estoy viviendo otra vez las emociones que compartí. Una sensación de melancolía y gozo. De tristeza y añoranza. De cariño y amor… por todo lo que viví y quiero retener.

Gracias por leernos...

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