Centenarios:

Marzo 2020.

En este mes de marzo se conmemoran los cuatrocientos años de la muerte de Thomas Campion; los doscientos del nacimiento de Eduard Dekker; los cien de los nacimientos de Boris Vian o Andrée Chedid, además de los fallecimientos de Rafael Obligado o Mrs. Humphry Ward, y los doscientos años del nacimiento de Anna Sewell.

Un trabajo de…

Thomas Campion murió el 1 de marzo de 1620 en Londres, habiendo nacido en la misma ciudad el 12 de febrero de 1567.

Thomas Campion fue poeta, teórico musical y literario, médico y uno de los mejores compositores ingleses de finales del siglo XVI y principios del XVII, habilidad que queda plenamente reflejada en su poesía lírica por su sutil dominio de las estructuras tanto rítmicas como melódicas.

Al concluir su preparación en la Universidad de Cambridge, estudio Derecho en Londres, aunque nunca se dedicó a las labores judiciales. Más tarde marchó a Francia y se graduó en Medicina por la Universidad de Caen.

La poesía lírica y las canciones de Campion para acompañamiento de laúd son sus obras de mayor interés. En 1602 editó Observaciones en el arte de la poesía inglesa, donde expuso su teoría sobre la rima en la que se negaba a utilizar la medida clásica del verso y la rima, e insistiendo en que el tiempo y la duración del sonido son los elementos fundamentales en la estructura del verso, y afirmando, al mismo tiempo, que en el verso inglés las unidades más grandes de línea y estrofa proporcionan la estabilidad temporal dentro de la cual se pueden variar los pies y las sílabas. Sin embargo, en pocos de sus poemas llevó a la práctica esta teoría.

Su originalidad como poeta lírico reside más bien en su tratamiento del tema convencional isabelino. En lugar de usar imágenes visuales para describir imágenes estáticas, expresa las delicias del mundo natural en términos de sonido, música, movimiento o cambio. Este enfoque y los ritmos verbales fluidos, pero irregulares de Campion, dan frescura a los sujetos tristes y también parecen sugerir una experiencia personal inmediata incluso de los sentimientos más comunes.

CHERRY-RIPE

Thomas Campion

 

There is a garden in her face

  Where roses and white lilies blow;

A heavenly paradise is that place,

  Wherein all pleasant fruits do flow:

     There cherries grow which none may buy

     Till “Cherry-ripe” themselves do cry.

 

Those cherries fairly do enclose

  Of orient pearl a double row,

Which when her lovely laughter shows,

  They look like rose-buds filled with snow;

     Yet them no peer nor prince can buy

     Till “Cherry-ripe” themselves do cry.

 

Her eyes like angels watch them still;

  Her brows like bended bows do stand,

Threat’ning with piercing frowns to kill

  All that attempt with eye or hand

     Those sacred cherries to come nigh,

     Till “Cherry-ripe” themselves do cry.

Eduard Douwes Dekker, más conocido por su pseudónimo Multatuli, nació el 2 de marzo de 1820 en Amsterdam, Países Bajos, falleciendo el 19 de febrero de 1887 en Nieder-Ingelheim, Alemania.

Multatuli, cuyas ideas radicales y la frescura de su estilo eclipsaron a los mediocres literatos de mediados del siglo XIX, fue uno de los mejores escritores de los Países Bajos.

En 1838 ocupó varios cargos gubernamentales en las Indias Orientales Holandesas, dimitiendo en 1856 al no recibir apoyo del Gobierno colonial en sus intentos de proteger a los javaneses del abuso de sus propios jefes. Regresando a Europa.

Su obra más reconocida internacionalmente fue Max Havelaar (1860), una novela parcialmente autobiográfica, que se refiere a los esfuerzos vanos de un funcionario ilustrado en Indonesia para exponer la explotación holandesa de los nativos. La estructura de la novela le permitió tanto pedir justicia en Java, como satirizar sin temor la mentalidad holandesa de clase media. El estilo de diálogo y el tipo de humor estaban muy por delante de la época de Multatuli, y el libro siguió siendo un fenómeno de ventas durante mucho tiempo, algo bastante raro en los Países Bajos.

Aparte de Cartas de amor (1861), una correspondencia romántica ficticia entre Multatuli, su esposa y Fancy, su alma gemela, su trabajo principal fue Ideën (1862 – 1877), una novela en siete volúmenes en la que expone sus opiniones sobre la posición de la mujer en la sociedad, sobre la educación, la política de su país y otros temas, pero todos demasiado radicales para la mentalidad de su tiempo, incluyendo dentro de ella algunas historias que podrían clasificarse como premonitoras del realismo.

FRASES DE MULTATULI

  • “Las ilusiones perdidas son verdades halladas.”

 

  • “La felicidad y la desgracia suele depender más de lo que somos que de lo que nos ocurre.”

 

  • “No es la recompensa lo que eleva el alma, sino la labor que le ha valido esa recompensa.”

 

  • “Dos medias verdades no hacen una verdad.”

 

  • “Es sano mantener limpia la fantasía de los niños, pero esa pureza no se preserva mediante la ignorancia.”

Rafael Obligado murió el 8 de marzo de 1920 en Mendoza, habiendo nacido el 27 de enero de 1851 en Buenos Aires.

Es uno de los grandes poetas argentinos, en cuya obra se reflejan los paisajes de su tierra y se recrean los personajes populares, aunque no utiliza la lengua gaucha como algunos de sus antecesores.

Comenzó los estudios de Derecho en Buenos Aires, pero no los concluyó, para dedicarse a su mayor vocación desde una edad muy temprana, la creación poética, convirtiéndose en una de las principales figuras de la escena cultural argentina de su tiempo, siendo uno de los fundadores de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires y logrando un sillón en la Real Academia Española.

Representante, en sus inicios, del romanticismo, escribió el extenso poema en décimas sobre el tema gauchesco en leguaje culto, Santos Vega, basado, en apariencia, en un personaje real, un payador, un cantante popular que improvisa sobre temas varios y entra en competición con otro que hace de contrapunto. Sin embargo, en Leyendas argentinas (1877) nos encontramos con el Rafael de la “generación de los 80”, preocupado por los orígenes legendarios e históricos de la nación del Sur.

PENSAMIENTO
Rafael Obligado

A bañarse en la gota de rocío
Que halló en las flores vacilante cuna,
En las noches de estío
Desciende el rayo de la blanca luna.

Así, en las horas de celeste calma
Y dulce desvarío,
Hay en mi alma una gota de tu alma
Donde se baña el pensamiento mío.

Boris Vian nació el 10 de marzo de 1920 en Ville d’Avray, Francia, y falleció en París el 23 de junio de 1959.

Se formó como ingeniero, pero también fue un buen trompetista de jazz, actor de cine, cantante de cabaret, traductor, inventor, ejecutivo de una compañía discográfica y, sobre todo, escritor que, en su breve vida, logró desarrollar una amplia obra tocando diversos géneros: novela, narrativa, poesía, canciones, teatro, ópera, traducciones y artículos.

Nació en una familia de clase media alta de un padre rentista y una madre pianista y arpista, heredando de su padre la desconfianza hacia la Iglesia y el Ejército, además de su afición por la vida bohemia. Al ser un niño de salud frágil, fue educado en casa durante la infancia, marchando posteriormente, junto con sus dos hermanos, al Lycée de Sèvres, donde organizaron sus “fiestas sorpresa” donde se familiarizaron con los alucinógenos, sobre todo la mescalina del peyote, y que fueron la inspiración para las novelas Vercoquin y el pláncton (1943) y  A tiro limpio (1943), además del comienzo de su interés por el jazz, aprendiendo a tocar la trompeta y uniéndose al grupo Hot Club de France.

Al licenciarse, pasó al Lycée Condorcet de París, donde estudió Matemáticas especiales hasta 1939. Al comienzo de la Segunda Guerra Mundial fue rechazado por el Ejército a causa de su frágil salud, por lo que ingresó en la Ècole Centrale des Arts et Manufactures de París, aunque debió dejarla tras la invasión nazi. Mudado a Angulema, conoció a la que sería su esposa, Michelle Lèglise, con quien tuvo dos hijos.

Bajo el pseudónimo de Vernon Sullivan escribió la novela Escupiré sobre vuestra tumba (1946), la primera de una serie de novela negra con bastante violencia y sexo, lo que le acarreó fuertes censuras, gracias a las cuales, se convirtió en un éxito de ventas, a pesar de ser penalizado con una multa por ultraje a las buenas costumbres”. A esta le siguieron: Todos los muertos tienen la misma piel (1947), Que se mueran los feos (1948) y Con las mujeres no hay manera (1948), todas firmadas como Vernon Sullivan.

Paralelamente a su labor literaria, continuaba su carrera como músico llegando a conocer a los más grandes del momento: Charlie Parker, Duke Ellington y Miles Davis, continuando su vida bohemia que le hizo codearse con la intelectualidad existencialista de París.

Tras divorciarse, volvió a contraer de nuevo matrimonio con Ursula Küber, fue nombrado “Sátrapa Trascendente” por el Colegio de Patafísica, una sociedad fundada por contraposición a las academias de arte y ciencias, es nombrado de la sección de jazz de la discográfica Philips en 1955 y comienza su carrera como actor participando en varias películas.

ESCUPIRÉ SOBRE VUESTRA TUMBA

(Fragmento Capítulo I)

Boris Vian

Nadie me conocía en Buckton. Clem había elegido la ciudad por esta razón; y por otra parte, aunque me hubiera rajado, no me quedaba gasolina para seguir más al norte. Apenas cinco litros. Aparte de mi dólar, todo lo que tenía era la carta de Clem. De mi maleta más vale ni hablar. Por lo que había en ella. Lo olvidaba: en el maletero del coche tenía el pequeño revólver del chico, un miserable 6,35 de ocasión; estaba aún en su bolsillo cuando el sheriff vino a decirnos que nos lleváramos el cadáver a casa para enterrarlo. Debo decir que confiaba más en la carta de Clem que en todo lo demás. Tenía que funcionar, tenía que funcionar a la fuerza. Miraba mis manos sobre el volante, los dedos, las uñas. Realmente, nadie podía tener nada que objetar. Por ese lado, ningún peligro. Quizá llegara a arreglármelas...

Mi hermano Tom había conocido a Clem en la universidad. Clem no se comportaba con él como los demás estudiantes. Le dirigía gustoso la palabra; bebían juntos, salían juntos en el Caddy de Clem. Gracias a Clem, los demás toleraban a Tom. Cuando Clem se marchó para sustituir a su padre en la dirección de la fábrica, Tom tuvo que irse también. Volvió a casa. Había aprendido mucho, y consiguió sin ninguna dificultad un puesto de profesor en la escuela nueva. Y luego la historia del chico lo mandó todo al carajo. Yo era lo bastante hipócrita como para no decir nada, pero el chico no. No veía nada malo en ello. El padre y el hermano de la chica se encargaron de él.

Esto explica la carta de mi hermano a Clem. Yo no podía quedarme en el pueblo, y mi hermano le pedía a Clem que me encontrara algo. No muy lejos, para que pudiéramos vernos de vez en cuando, pero sí lo bastante como para que nadie nos reconociera. Tom pensaba que, con mi aspecto y mi carácter, no corríamos ningún peligro. Quizá llevara razón, pero yo de todos modos me acordaba del chico.

Encargado de una librería en Buckton: éste era mi nuevo trabajo. Tenía que ponerme en contacto con mi predecesor y estar al corriente de todo al cabo de tres días. El antiguo encargado pasaba a ocupar un cargo más importante y no estaba muy dispuesto a volver la vista atrás.

Hacía sol. La calle se llamaba ahora Pearl Harbour Street. Probablemente Clem no lo sabía. El antiguo nombre se leía aún en las placas. Vi la tienda en el 270 y detuve el Nash frente a la puerta. El encargado, sentado detrás de la caja, pasaba unas cifras a un libro de cuentas; era un hombre de mediana edad, duros ojos azules y pálidos cabellos rubios, por lo que pude ver al abrir la puerta. Le di los buenos días.

Andrée Chedid nació el 20 de marzo de 1920 en El Cairo y falleció en París el 6 de febrero de 2011.

Andrèe Chedid, cuyo nombre real era el de Andrèe Saab, fue una escritora francesa de origen egipcio, que elaboró poesía y prosa en las que exploró temas relacionados con su origen.

Hija de un cristiano libanés, se educó en árabe, inglés y francés. Estudió periodismo en la Universidad Americana de El Cairo y publicó su primer volumen de poesía en inglés, On the Trails of My Fancy (1943).

Vivió en el Líbano durante tres años (1943-46) mientras su esposo asistía a la escuela de medicina, estableciéndose posteriormente su residencia en París, donde se nacionalizaron franceses.

Su primera colección de poemas en francés fue Textes pour une fugure (1949) y a partir de este momento ya escribió siempre en francés: varios volúmenes de poesía, cuentos, obras de teatro y novelas, dos de las cuales, Le Sixteme Jour (1960) y L’Autre (1969), fueron adaptadas al cine. Chedid recibió varios premios y honores, entre los que destacan: el Premio Académie Mallarmé de poesía de 1976, el Premio Goncourt para cuentos de 2002, el Premio Albert Camus de 1996 y el Premio Goncourt para poesía de 2002, fue nombrada Gran Oficial de la Legión de Honor de 2009.

DESTINATION: ARBRE

        Andrée Chedid

 

Parcourir l'Arbre
Se lier aux jardins
Se mêler aux forêts
Plonger au fond des terres
Pour renaître de l'argile

Peu à peu

S'affranchir des sols et des racines

Gravir lentement le fût

Envahir la charpente

Se greffer aux branchages

Puis dans un éclat de feuilles
Embrasser l'espace
Résister aux orages
Déchiffrer les soleils
Affronter jour et nuit

Evoquer ensuite
Au cœur d'une métropole
Un arbre un seul
Enclos dans l'asphalte Éloigné des jardins
Orphelin des forêts

Un arbre

Au tronc rêche

Aux branches taries

Aux feuilles longuement éteintes

S'unir à cette soif
Rejoindre cette retraite
Ecouter ces appels

Sentir sous l'écorce
Captives mais invincibles
La montée des sèves
La pression des bourgeons
Semblables aux rêves tenaces
Qui fortifient nos vies

Cheminer d'arbre en arbre
Explorant l'éphémère
Aller d'arbre en arbre
Dépistant la durée.

Mrs. Humphry Ward murió el 24 de marzo de 1920 en Londres, habiendo nació en la isla australiana de Tasmania el 11 de junio de 1851.

Mrs. Humphry Ward, cuyo verdadero nombre era el de Mary Augusta Arnold, fue una novelista inglesa quien creó una cierta polémica en su momento al abogar por un cristianismo basado más en las necesidades sociales que las discusiones teológicas.

Herman del poeta Matthew Arnold, creció en una atmósfera de búsqueda religiosa. Su padre renunció a su puesto como funcionario escolar en Australia para convertirse al catolicismo, aunque luego volviera temporalmente a la Iglesia Anglicana.

Mary se casó en 1872 con un compañero del Brasenose College, Humphry Ward, de quien cogió su nombre literario.

El rechazo de Mary de un cristianismo orientado sobrenaturalmente a favor de un fuerte compromiso social encontró una expresión elocuente en su novela Robert Elsmere (1888), la cual trata de la historia de la conversión de un joven clérigo anglicano a la creencia de que la religión consiste solo en el servicio a la gente. Su novela pronto obtuvo respuesta por parte de William Gladstone con su Robert Elsmere y la batalla de las creencias.

Mary escribió más de veinte novelas, entre las que destacan: David Grieve (1892), Sir George Tressady (1896) o Helbeck de Bannisdale (1898).

 

Anna Sewell nació el 30 de marzo de 1820 en Yarmouth, Norfolk, Inglaterra, y falleció el 25 de abril de 1878 en Old Catton, Norfolck.

Anna Sewell es mundialmente conocida por su libro Azabache (1871-77), una autobiografía ficticia sobre un caballo Black Beauty.

La introducción de Sewell a la escritura comenzó en su juventud cuando ayudaba a editar las obras de su madre quien escribía literatura juvenil. Sin embargo, la preocupación de Sewell por el trato dado a los caballos comenzó desde su infancia desde que pasó muchas horas llevando a su padre con una carreta de ida y vuelta a la estación para que fuera a trabajar. Anna estaba paralizada de las piernas desde una edad muy temprana y, aunque no podía andar, sí que era capaz de conducir un carruaje tirado por caballos. Más tarde, después de leer un ensayo sobre animales escrito por Horace Bushnell, declaró que uno de sus objetivos en su vida era escribir un libro para “inducir amabilidad, simpatía y un tratamiento comprensivo hacia los caballos”. Sewell pasó los últimos siete años de su vida confinada en su casa escribiendo Azabache, el cual se dice que fue un buen instrumento para la abolición del uso del arnés conocido como overcheck o checkrein.

AZABACHE

(Fragmento. Capítulo 1)

Anna Sewell

MI PRIMER HOGAR

El primer lugar que recuerdo bien, era un prado vasto y placentero, con una laguna de agua clara. Algunos árboles proyectaban su sombra sobre esta laguna; en sus profundidades crecían juncos y lirios. Por encima del seto, desde un costado, podíamos contemplar un campo arado; desde el otro, la entrada de la casa de nuestro amo, situada a la vera del camino. En la parte alta del prado había una plantación de abetos; en la parte baja, un arroyuelo que corría entre empinadas riberas.

Durante mi juventud, viví de la leche de mi madre, ya que no podía comer pasto. De día corría a su lado; de noche me tendía cerca de ella. Cuando hacía calor acostumbrábamos descansar junto a la laguna, a la sombra de los árboles; y cuando hacía frío, nos refugiábamos al calor del acogedor cobertizo situado cerca de la plantación.

En cuanto crecí lo suficiente como para comer pasto, mi madre comenzó a salir a trabajar de día para regresar al anochecer.

Sin incluirme yo, había en aquel prado seis jóvenes potros. Eran todos mayores que yo, y algunos casi tan grandes como caballos adultos. Yo solía correr con ellos y me divertía en grande. Solíamos galopar todos juntos, alrededor del campo y a toda la velocidad posible. A veces nuestros juegos eran bruscos, ya que a ellos les gustaba morder y patear tanto como galopar.

Un día en que las patadas menudearon, mi madre me llamó con un relincho para decirme:

—Presta atención a lo que voy a decirte… Estos potros que viven aquí son buenos, pero como son potros de caballos de tiro, es natural que no hayan aprendido muy buenos modales. Tú eres de raza y fuiste bien criado; el nombre de tu padre es famoso en estos parajes, y tu abuelo ganó dos veces la Copa en las carreras de Newmarket, mientras tu abuela tenía excelente carácter. En cuanto a mí, creo que nunca me has visto patear o morder… Espero que crezcas bueno y amable, y que nunca aprendas malos modales. Trabaja de buena gana, levanta las patas al trotar y nunca muerdas ni patees, ni siquiera por juego.

Jamás olvidé el consejo de mi madre. Era una yegua vieja y sabia, muy estimada por nuestro amo, que solía llamarla «Bonita» aunque su nombre era Duquesa.

Nuestro amo era un hombre amable y bondadoso, que nos proporcionaba sabrosa comida, buen abrigo y palabras cariñosas, y que se dirigía a nosotros con tanta consideración como a sus hijitos. Todos le teníamos afecto y mi madre lo quería mucho. Cuando lo veía en el portón, relinchaba de alegría y trotaba a su encuentro. Él la palmeaba y acariciaba, diciéndole:

—¡Ah, mi buena Bonita! ¿Qué tal tu Morenito?

Me llamaba Morenito porque yo era de un color negro opaco.

Luego me ofrecía un trozo de pan, que sabía muy bien, y a veces llevaba una zanahoria para mi madre.

Todos los caballos acudían a su lado, pero me parece que nosotros éramos sus favoritos. Siempre era mi madre la que lo llevaba al mercado en un carruaje.

Había un labriego, Dick, que a veces iba a nuestro campo para juntar las moras del seto. Una vez que comía hasta hartarse, se divertía con los potros, como él los llamaba, arrojándoles palos y piedras para hacerlos galopar. No le hacíamos mucho caso, pues no era capaz de seguirnos, pero a veces nos acertaba con alguna piedra y nos causaba dolor.

Un día, se dedicaba a este juego sin advertir la presencia de nuestro amo que, desde el campo vecino, observaba lo que ocurría. No tardó en saltar por encima del seto, sujetar a Dick por el brazo y propinarle tal bofetón, que le arrancó un bramido de dolor. Nosotros, al ver al amo, nos acercamos trotando.

—¡Qué muchacho malvado! perseguir a los potros —exclamó él—. Y ésta no es la primera ni la segunda vez, pero será la última… Toma, ten tu dinero y vete a casa. No quiero volver a verte en mi granja.

De modo que no volvimos a ver nunca más a Dick.

El viejo Daniel, que cuidaba los caballos, era tan bondadoso como nuestro amo, de modo que no teníamos motivo de queja.

Antes de que cumpliera dos años, ocurrió algo que jamás olvidé.

Fue a principios de la primavera; por la noche había helado un poco, y una tenue neblina cubría aún las plantaciones y las praderas.

Con los demás potros, pastaba yo en la parte baja del prado cuando oímos, a bastante distancia, algo que parecía ladridos de perros.

El potro de más edad levantó la cabeza, irguió las orejas y exclamó:

—¡Aquí están los sabuesos!

E inmediatamente partió al galope, seguido por los demás, hacia la parte superior del campo, desde donde, por encima del seto, podíamos ver varios campos más allá. Mi madre y un viejo caballo de montar del amo también se hallaban cerca, y parecían enterados de todo lo que pasaba.

—Han descubierto una liebre, y si vienen para acá, veremos la caza —anunció mi madre.

No tardaron los perros en irrumpir en los campos de trigo nuevo, cercanos al prado donde nos encontrábamos, con un estrépito como jamás había oído en mi con un vida. No ladraban ni aullaban ni gemían, sino que, a pleno pulmón, mantenían un incesante: «¡Yooo! ¡Yo, o, o! ¡Yo, o, o!».

Tras ellos apareció, una cantidad de hombres de a caballo, algunos ataviados con chaquetillas verdes.

Al contemplarlos el caballo viejo resopló anhelante, y nosotros, los potrillos, ansiamos galopar en pos de ellos, que no tardaron en perderse de vista en los campos de más abajo. Allí parecieron detenerse; los perros acallaron sus ladridos, mientras corrían en todas direcciones, con las narices pegadas al suelo.

—Han perdido el rastro; tal vez la liebre logre escapar —comentó el caballo viejo.

—¿Qué liebre? —pregunté yo.

—¡Oh!, no sé qué liebre, posiblemente una de las nuestras, que salió de la plantación. Cualquiera que encuentren sirve para que la persigan.

No tardaron los perros en reanudar sus aullidos y regresar a toda velocidad, dirigiéndose en línea recta hacia nuestra pradera, en la parte donde la alta ribera y el seto ocultaban el arroyuelo.

—Ahora veremos la liebre —anunció mi madre.

En ese preciso instante una liebre, enloquecida de temor, pasó como una exhalación rumbo a nuestra plantación. Tras ella, seguidos por los cazadores, llegaron los perros, que, precipitándose a la orilla, saltaron el arroyuelo y cruzaron el campo. Siguiéndolos de cerca, seis u ocho jinetes saltaron con sus caballos por encima del seto y del arroyuelo. La liebre intentó atravesar el seto, mas no lo consiguió, pues era demasiado denso, y entonces dio la vuelta en redondo para correr hacia el camino.

¡Ay! Demasiado tarde. Entre salvajes alaridos, los perros la rodearon. Oímos un chillido… y nada más. Uno de los cazadores, que llegó en ese momento, dispersó a golpes de fusta a los canes, que la habrían despedazado. La levantó por una pata, desgarrada y ensangrentada y los caballeros se mostraron complacidos.

Por mi parte, tan absorto estaba, que en un primer momento no vi lo que ocurría junto al arroyuelo. Cuando por fin lo hice, me encontré con un triste espectáculo. Dos hermosos caballos habían caído; uno pataleaba en la corriente, en tanto que el otro gemía, tendido en el pasto. Cubierto de barro, uno de los jinetes salía del agua; el otro yacía inmóvil.

—Se desnucó —dijo mi madre.

—Y merecido lo tiene —agregó un potro.

Yo pensé lo mismo, pero mi madre disintió:

—Pues, no, no deben decir eso —nos reprendió—. Aunque… soy una yegua vieja, y he visto y oído muchas cosas, nunca pude explicarme por qué a los hombres les apasiona tanto este deporte. Con frecuencia se lastiman, arruinan excelentes caballos y destrozan los campos; y todo a cambio de una liebre, un zorro o un venado que podrían obtener con mayor facilidad de otra manera. Pero no somos más que caballos y no comprendemos…

En tanto mi madre decía esto, nosotros mirábamos a nuestro alrededor. Varios de los jinetes habían acudido junto al joven, pero mi amo, que observaba los sucesos, fue el primero en levantarlo. Le colgaba la cabeza, le pendían los brazos, y todos se mostraban muy serios.

Ya no se oían ruidos; los mismos perros guardaban silencio, como si supieran que algo grave pasaba. Condujeron al caído a casa de mi amo. Me enteré más tarde que era George Gordon, único hijo del señor Gordon; un gallardo joven, orgullo de su familia.

Los demás partieron en todas direcciones: en busca del doctor, del veterinario, y sin duda, del caballero Gordon, para comunicarle lo sucedido a su hijo.

Poco después llegó el señor Bond, el veterinario, para examinar al caballo negro que gemía, tendido en el pasto. Después de palparlo por todas partes, meneó la cabeza: el animal tenía una pata rota. Alguien corrió a casa del amo en busca de una escopeta. Minutos más tarde se oyó un fuerte estampido.

Muy apenada, mi madre dijo conocer desde hacía años a ese caballo, que se llamaba Rob Roy; un caballo bueno, audaz, sin vicio alguno. Después de esto, no quiso acercarse nunca a esa parte del campo.

No muchos días después, oímos que la campana de la iglesia doblaba largo rato, y al mirar por sobre la empalizada, vimos un extraño carruaje, largo y negro, cubierto de tela negra y tirado por negros caballos. Tras ése llegó otro y otro, y otro, todos negros. Entre tanto, la campana doblaba sin cesar, mientras el joven Gordon era conducido a la iglesia, para sepultarlo. En cuanto a lo que hicieron con Rob Roy, lo ignoro, pero todo fue a causa de una liebrecita.

Comenzaba yo a ponerme gallardo; mi pelaje había crecido fino y suave, de un brillante color negro. Tenía una pata blanca y una linda estrella blanca en la frente. La gente me consideraba muy bello. Mi amo se negó a venderme hasta que cumplí cuatro años, pues decía que los muchachos no debían trabajar como hombres, ni los potros como caballos.

Cuando cumplí los cuatro años, el caballero Gordon fue a verme; me examinó los ojos y la boca, y me palpó las patas de arriba abajo. Después tuve que caminar, trotar y galopar en su presencia. Parece que le gusté, pues declaró:

—Una vez bien domado, será un gran caballo.

Mi amo prometió domarme él mismo, pues no deseaba que me lastimaran o asustaran, y lo hizo sin perder tiempo, ya que al día siguiente comenzó la doma.

Como es posible que no todos sepan qué es una doma, la describiré. Domar un caballo, significa enseñarle a llevar puesta montura y brida, llevar sobre el lomo a un hombre, mujer o niño, ir sólo hacia donde el jinete quiere ir, y hacerlo con tranquilidad. Además, el caballo debe aprender a usar collar, baticola y retranca, y a quedarse quieto mientras se los ponen. Más tarde se le enseña a dejar que le sujeten a un carruaje o calesín, de modo que no pueda trotar sin arrastrarlo, y a avanzar rápido o despacio, según los deseos del conductor.

Nunca debe sobresaltarse por lo que ve, hablar con otros caballos, morder, patear, ni tener voluntad propia alguna, sino obedecer siempre a la de su amo, por más fatigado o hambriento que pueda estar.

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