Cuentacuentos

Cuentos, de Antón Chéjov

La historia de Chéjov es la historia del empeño y del esfuerzo. Empeño por convertir en virtud las dificultades. Esfuerzo constante para llegar a ser un hombre libre. Ningún escritor ha ofrecido hasta ahora un retrato de Rusia semejante al de Chéjov. Su obra puede verse como una inmensa y variopinta galería de retratos rusos, como un imaginario museo compuesto por un millar de cuentos, varias decenas de relatos y una docena de obras teatrales.

Un trabajo de…

Cuando se menciona a Antón Chéjov, lo más probable es que nos vengan a la memoria títulos como: La gaviota, El jardín de los cerezos, Tío Vania, Vanka o Las tres hermanas, todas ellas obras de teatro escritas en su periodo más maduro, si se puede llamar así al conjunto de los últimos años de un hombre que vivió solo cuarenta y cuatro, sin embargo, este autor del realismo y naturalismo ruso no llegó a escribir una veintena de obras dramáticas y, en cambio, su producción de cuentos o relatos cuenta con varios centenares, recogidos en diversas antologías o colecciones. La que aquí os presento es producto más reciente, pues la edición de Jesús García Gabaldón data de 2019, Cátedra, y en ella recopila unos treinta relatos breves que serán suficientes para hacernos una idea de la magnitud literaria del que es considerado como un gran maestro en este género.

Chejov era médico y compaginó su trabajo como tal, al que denominó: “mi esposa legal”, con su afición por la literatura, o como él decía: “mi amante”. Posiblemente, gracias a su ocupación principal llegaría a un conocimiento más profundo de las personas a quienes trataba y estudiaría los males que les asediaban, tanto físicos como espirituales, y mediatizaban sus caracteres y personalidades, algo que, posteriormente, reflejaría en sus personajes decadentes y, en cierta forma, amilanados por las vicisitudes de sus vidas cotidianas, consiguiendo, de esta manera, realizar un verdadero catálogo de vidas concretas, aunque anónimas, de la Rusia de su época, que compondría el conjunto de su obra. Chejov pintó, con las palabras, un inmenso retrato general y primordial de la sociedad de su país, aunque se puede, sin riesgo alguno, extrapolar a otras latitudes geográficas y otros periodos temporales.

Y es que Chejov no desarrolló sus trabajos con una idea de mera recopilación de datos para dejar constancia de un momento histórico, no, él solo escribía lo que veía y tal como lo veía, y las interacciones entre sus personajes eran simplemente producto de la búsqueda existencial del propio lugar de cada uno, lo que no podía transmitirse al público de otra manera que por medio de un lenguaje simbólico, aunque comprensible, que él definió como “acción indirecta”, en el que tienen más importancia los gestos, los movimientos y los silencios que el propio diálogo: una mirada a un reloj, una frase inacabada, un cambio brusco de conversación, algo que, en definitiva, nos conduzca, tanto a quienes vemos sus obras de teatro como a quienes leemos sus cuentos, hacia el contenido implícito, o subtexto, que ni los personajes ni el autor nos desvelarán.

En su forma de escribir, Chejov sintetiza las diversas artes, ya que si en sus personajes descubrimos verdaderos retratos definidos por los pequeños detalles que individualizan y caracterizan a cada figura en particular, en el escenario percibimos la mano de un pintor que personifica la naturaleza y los objetos hasta el punto de ser esos elementos los que nos descubren los estados de ánimo y los sentimientos de los sujetos, y todo ello en plena armonía, como si de una sinfonía se tratase, y sin un narrador subjetivo ni omnisciente, lo cual nos hace evocar el teatro, al leer sus cuentos, y sus cuentos, cuando visionamos sus obras teatrales.

Claro que, por muy realista que fuera, Chejov tenía su propia percepción de la realidad y, por mucho empeño que pusiera en resultar neutral y aséptico, era inevitable que sus instantáneas de la vida no estuvieran de algún modo condicionadas, ya en el origen, con su inicial elección, lo que no quita para reconocer su maestría a la hora de conformar los argumentos a base de unir pequeños detalles y sucesos que, en apariencia, no parecían tener importancia alguna.

Él tenía constancia de que la vida estaba repleta de dolor, sea físico o moral, de incomunicación, de soledad, y quería representarlo todo tal como era. Evitaba decir cómo deberían ser las cosas, no incluía moralejas ni lecciones magistrales en sus historias, simplemente se limitaba a colocar los espejos de sus pequeños retratos vivenciales para que las personas lectoras se mirasen en ellos, se reconocieran y viesen la realidad que les rodeaba. Les invitaba, y nos invita, pues con el paso del tiempo no ha perdido actualidad, a meditar sobre lo que leemos y sobre lo que somos.

El estilo empleado por Chejov para representar la vida exige la ausencia de palabras dogmáticas o subjetivas en beneficio de la total objetividad, al mismo tiempo, todo debe ser verosímil y el discurso breve, aunque original y sincero, huyendo de los lugares comunes y las imágenes manoseadas. Sus historias, protagonizadas por personajes definidos mediante exiguos rasgos y contadas con la naturalidad de un diálogo entre amigos, no contienen un verdadero punto culminante ni otro que pueda denominarse un verdadero final, ya que “mientras las personas siguen vivas, nada ha concluido”. El mensaje, si existe, no está explícito, por lo tanto, tampoco vamos a encontrar una máxima que nos haga reflexionar, y todo el argumento se va desarrollando a impulsos de los estados de ánimo de los protagonistas, mientras que las descripciones objetivas van conformando el espacio de la escena.

Al renunciar a la subjetividad, Chejov deja al lector, o espectador, toda la responsabilidad de completar aquellos elementos subjetivos ausentes, el público, de esta forma, se convierte en coautor de la obra al mismo tiempo que en cómplice de su contenido. De educación cristiana, aunque él se declaraba agnóstico, se dejan entrever aquellos valores morales y éticos, dejando que cada cual saque sus conclusiones al observar los errores ajenos. Es su especial catarsis para conseguir una vida más fructífera y plena.

En números anteriores publicamos dos artículos sobre dos cuentos de Antón Chejov, ambos contenidos en esta antología: La dama del perrito y Del amor, por lo que os dejamos los links para que podáis leerlos.

Gracias por leernos...

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