En una sola tarde hice maravillosos descubrimientos que he
ido archivando para futuros estudios, pero hubo uno, sobre todos ellos, que me llamó turbadoramente la atención: entre los centenares de impolutos y minuciosamente ordenados discos de vinilo
denominados “LP (Long Play)”, es decir: discos musicales de larga duración que se reproducían (y se reproducen porque han vuelto a ponerse de moda) en un tocadiscos a 33 1/3 rpm, di con una
atractiva carpeta, en cuya carátula, diseñada como una viñeta de un cómic en colores suaves, puede verse, tras una mesa colmada de objetos con motivos de inspiración gatuna, a una joven morena
disfrazándose de gatita mientras nos mira fijamente tras la pantalla amarilla de una lámpara repleta de huellas felinas, y asomando en primera línea un gordo rabito atigrado… En la parte superior de
todo este batiburrillo puede leerse el nombre del cantante en caracteres rabiosamente rojos: AL STEWART, y debajo, en letras más pequeñas y en negro, el título del álbum: YEAR OF THE
Cat.
En momentos como estos me pregunto para qué me han servido
tantos años de estudio si sigo siendo una ignorante, pues debo reconocer que no tenía ni idea de quien era este señor, ni qué tipo de música realizaba. Pero como mi curiosidad es mucho más poderosa
que mi frustración, extraje cuidadosamente el disco y los deposité con mimo sobre el plato, dejando caer con suavidad el brazo de la aguja sobre los surcos exteriores…
“¡Vaya!” exclamó mi padre desde la puerta del estudio. “¡Al Stewart!... ¡Qué bueno!” Se acercó y, ante mi sorpresa, detuvo la reproducción y le dio la vuelta al disco colocándolo por la cara B.
“Luego ya escucharás todo completo, si quieres, pero primero vamos a oír esta
maravilla”. Y volvió a colocar la aguja sobre los surcos hacia el
interior, en el último tema que, buscándolo en el índice de la carpeta, pude ver que se llamaba igual que el álbum: “Year of the Cat”.
La canción comienza con unos acordes interpretados en un
piano y, a los diecisiete segundos, más o menos, entra en acción el grupo de guitarras, bajo y batería llegando la voz sobre los treinta, suave, sugerente, pero firme y entonada, hasta que hacia la
mitad del tema intervienen los solos del saxo, el teclado y las guitarras. Todo se acelera un poco hacia el final y por ello, según me explicó mi padre, esta canción la utilizaban en las discotecas
de finales de la década de 1970 como transición del lento al movido… y es que también se bailaba música lenta en las pistas de aquellos tiempos, algo que hoy se vería fuera de lugar. A mí me pareció
una idea deliciosa.