EL DIARIO DE ANA: Eclipse, por Ana L.C.
“Aquel día se escondió el sol.
Sí, fue como si la noche cayese de golpe sobre el mundo un poco antes del mediodía y todos miraron al cielo, sorprendidos y aterrados. “¿Es esta una señal de alguna catástrofe que Dios nos envía para castigar nuestros pecados?” – preguntaron angustiados al cura de la parroquia y él dijo que posiblemente así sería. Y todos comenzaron a llorar y a golpearse los robustos pechos de rudos campesinos gimiendo súplicas y palabras de arrepentimiento. Sin embargo Melquíades, el alquimista, dijo con su voz ronca y desgastada de puro vieja:
EL DIARIO DE ANA: Era como el perfume que te atrapa, por Ana L.C.
Murió mi amiga Laura:
Qué frase tan escueta para algo definitivo, pero el hecho es ése, simplemente ése y toda una vida se encierra finalmente en esas cuatro palabras. Así es, así de sencillo, pero Laura era mucho más, aunque con el tiempo se nos vaya olvidando, porque su vida no tuvo nada de espectacular...
El diario de Ana
Coincidencias
Ana L.C.– Mayo 2013
La pobre mujer estaba hecha un manojo de nervios y no había forma de hacerla razonar, sólo repetía el mismo sonsonete todo el rato:
- ¡Me la han matado! ¡Me la han matado!...
Una muchachita, bastante parecida en el rostro a la Matilde de la fotografía que me mostrase Carlos, intentaba tranquilizarla sin ningún éxito y amenazando con caer ella misma en la desesperación.
- Pero, ¿cuánto tiempo están sin noticias de ella? – pregunté al padre, un hombre muy alto y delgado quien quería mantenerse firme, pero al que se le notaba la preocupación.
- No mucho – respondió. – Creo que la semana pasada recibimos un correo electrónico donde nos decía que estaba bien y que pronto volvería – miró a la chiquilla y ella afirmó con la cabeza.
- ¿Se comunican, entonces, por Internet? – volví a indagar.
- No, ya hace tiempo que dejó de responder a los mensajes de su hermana… - volvió a mirarla como invitándola a hablar, pero ésta no respondió. – Simplemente nos envía algún mensaje, de vez en cuando, diciendo que está bien y que pronto volverá… nada más… - y hundió la mirada en sus manos que apoyaba sobre la mesa como dos animalitos inquietos y abandonados.
El diario de Ana
Esos momentos…
Ana L.C.– Abril 2013
El funeral de don Fulgencio fue algo desolador. Yo no conocía demasiado al hombre, pero jamás habría pensado que una persona tan activa, notoria e influyente como él, por lo menos dentro del limitado círculo de aquella pequeña ciudad, provocase tan pocas voluntades de acompañarle en su último adiós por este mundo. Del bufete tampoco fuimos la totalidad, pues las cosas no estaban como para ir cerrando puertas, ni tan siquiera en el funeral de la persona que lo había dirigido durante más tres décadas. Simplemente estábamos las cabezas más representativas, como Vicente, el Jefe de Administración, Carlos y Miguel, dos de los asociados con más peso, Araceli, mi secretaria, y yo. Faltaba Matilde, otra de las asociadas que estuvo de agregada al equipo del Presidente hasta la llegada de su esposa, Lucía, la cual, parece ser, tomó con bastante aplomo y decisión las riendas.
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Todos somos sospechosos
Ana L.C. – Marzo 2012
Pues, como era de suponer, tampoco aquella noche pude conciliar el sueño. Desde mi llegada a estas tierras no habría dormido más de tres horas seguidas, y esas sobre el teclado de mi ordenador… En cambio, mi hermano interpretó una preciosa sinfonía de ronquidos y se levantó de la cama jovial y alegre como si ninguna preocupación nos amenazara con terribles tormentas… De verdad que a veces me da mucha envidia su forma de ser…
La policía nos envió, con una puntualidad increíble, por lo menos para la media acostumbrada en este país, a un grupo de jovenzuelos y jovenzuelas que, nada más verlos, nos preguntamos si no serían becarios… Pero no, nada más lejos de ello, y encima fueron bastante eficientes y aplicados, metiendo las narices por todos los equipos informáticos, archivos, armarios y demás, mientras un inspector con cara de dolerle la barriga, igual era cierto, estuvo haciéndonos preguntas y más preguntas sin reparar en miramientos ni cortesías.
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Llegan los problemas
Ana L.C. – Febrero 2013
Mi hermano llegó cuando estábamos reunidos en la sala de juntas y lo primero que vio fue el asombro dibujado en nuestros rostros pues no encontrábamos explicación alguna a lo sucedido, y más cuando buscamos y rebuscamos por archivos, discos duros y ordenadores, para darnos cuenta que el nombre de don Fulgencio no aparecía por ninguna parte, ni en un solo documento, ni en una carta, ni en un mensaje… era como si nunca hubiese trabajado en el bufete, ni una sola firma, ni una sola mención… nada.
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Una comida asturiana
Ana L.C. - Enero 2013
El menú de la comida, dejándome aconsejar por la mayor experiencia de Araceli, no podía ser más típico de la zona: Ensalada templada de quesos asturianos con cogollos de Tudela, Fabes con almejas, Arroz con leche y todo mojadito con una buena sidra… ¡Como para volver al trabajo luego!... Pero estaba delicioso. Mientras comíamos, fui observando el lugar y me pareció bastante distinto al de la noche, cuando estuve cenando con ¿el cura?... pero era lógico, habían cambiado la posición de las mesas, los manteles y cosas así, parece que el ambiente es diferente del día a la noche. Incluso el servicio era distinto, pues durante la cena nos sirvió un joven bastante guapo y ahora lo hacía una muchachita menuda y ágil como un gato con una sonrisa encantadora.
El diario de Ana
Aclaraciones muy dudosas
Ana L.C. – Diciembre 2012
Y allí, sentado en el umbral de la puerta de mi nuevo domicilio, encontramos Araceli y yo a don Fulgencio como un trapo sucio y viejo a la deriva del viento… En su rostro se dibujaba la derrota… Al vernos llegar, el hombre se incorporó como un pesado dinosaurio:
- Pensaba que vendrías sola, pero no importa... – dijo dirigiendo una mirada inquisitiva a Araceli -. ya nada importa… Abre y entraremos… Hay mucho de lo que hablar…
EL DIARIO DE ANA: Querido diario, por Ancrugon
Hace años Laura compró un diario. No tenía una idea clara y concreta de por qué, pero cuando lo vio, perfectamente encuadernado con tapas duras forradas en una especie de piel suave, con un pequeño pasador dorado que se cerraba con una llave minúscula, la cual estaba atada a un delgado cordoncito color crema, con sus hojas de un papel terso, fino y de un blanco inmaculado e irresistible, con su cintita de seda roja que sobresalía un poquito del largo del cuaderno para poder usarla como marca-páginas y su olor, su maravilloso olor a nuevo, a virgen, a secreto… no pudo resistirlo y Laura lo compró.
EL DIARIO DE ANA: Noche de Ronda, por Antonio Cruzans
Sobre las brasas de la chimenea danzaban aquellos diminutos duendes que, cual pequeñas lenguas de fuego, representaban silenciosos aquelarres y, cerca del gato adormilado, cuyo pelo negro siempre olía a quemado, crepitaban universos de estrellas incandescentes igual que fuegos artificiales surgidos de los vacíos existenciales de incógnitos huecos maderables…
EL DIARIO DE ANA: Te doy mi palabra, por Antonio Cruzans
Mi tío Manel, el hermano mayor de mi abuela Carmen, un anciano que rondaba los cien años, era un hombre peculiar, extraño, imprevisible… Vivía solo desde que murió su esposa y, desde entonces, no dijo ni una palabra, como si estuviese mudo, pero todos sabíamos que eso no era así.
EL DIARIO DE ANA: El laberinto de los caracoles, por Ana L.C.
“¿Cuándo cenamos?…” Su voz quebrada al salir del sopor en el que había pasado parte de la tarde me sorprendió. Se le veía frágil e insignificante bajo la luz del atardecer que se colaba a través de los visillos de la ventana… Mi abuelo, uno de los abogados más importantes de la ciudad en su época, un hombre que había coqueteado con la política, pero que jamás quiso implicarse con un régimen dictatorial y corrupto, no por miedo, pero sí por principios, la voz que se reveló contra un caudillo más de una vez y ninguno de los párvulos del sistema tuvo coraje para enfrentarse a él, aunque no por falta de ganas… pero sí por ausencia de capacidad intelectual…
EL DIARIO DE ANA: La vida por un espejismo, por Ana L.C.
Su novio tiene 21 años… Es un chulo, un gilipollas, un crío engreído que no sabe ni leer, pero que sabe cómo tirarse niñas inexpertas y conoce dónde comprar mierda por cuatro euros… ese es todo su mérito… Se asustó… el idiota se asustó… y se considera un hombre… ¿Cuántos hay de esos por ahí?... Lo siento, pero nunca podré olvidarlo… Esto yo no lo perdono… Sé esperar…
EL DIARIO DE ANA: Caleidoscopios, por Ana L.C.
Era nuestra primera clase de Filosofía y con un profesor nuevo, totalmente desconocido quien, cuando entró en el aula cargado con una caja de cartón, precedido de una blanca sonrisa y su aura de confianza, nos resultó muy atractivo, por lo menos a las chicas, pero, sin embargo, no logró despejar el sopor general que la palabra “Filosofía” dejaba caer sobre nuestros ánimos.
EL DIARIO DE ANA: Detalles, por Ana L.C.
Han pasado más de dos años y durante ese tiempo la fe sólida en mí misma me hizo sorda, ciega e insensible a cualquier incipiente atisbo de nostalgia. La seguridad en mi determinación y la convicción en mi decisión hicieron que la más mínima duda o el más minúsculo arrepentimiento pudieran echar raíces en mi conciencia.
EL DIARIO DE ANA: La mujer del té, por Ana L.C.
Fue una tarde de este verano pasado. Tarde agobiante de agosto en un pueblo del interior de Castellón, cuando celebraban sus fiestas patronales y, como todos los años, instalaron una feria medieval donde, lo más interesante, hay que reconocerlo, era la exposición de aves rapaces que indiferentes se dejaban observar por los niños atónitos, las madres recelosas y los padres enteradillos…
EL DIARIO DE ANA: Los nuestros, por Ana L.C..
“¿Qué ocurre cuando nos morimos, tía?... ¿A dónde vamos?...” Mi sobrina Laura tiene diez años, sólo diez… “No lo sé, cariño… No creo que nadie lo sepa…” “Pero Anita ya no está… bueno, está dentro de esa caja y la van a llevar al cementerio… ¿No tendrá miedo ella sola allí?…” Anita era su hermana gemela, mi ahijada, por la que yo lloré por primera vez desde que era niña y esto me lo preguntaba Laura el día de su entierro… y yo no tenía respuestas… “No creo que Anita esté dentro de esa caja, ni que esté sola en el cementerio…” “Entonces, ¿dónde ha ido?...” “No lo sé, cariño, no lo sé?...”
EL DIARIO DE ANA: Amores que matan, por Ana L.C.
La primera vez que vi a María me cayó bien.
Fue en una fiesta en casa de una amiga común para celebrar no sé qué… pero no importa, porque yo voy a las fiestas por el simple hecho de que lo son, sin interesarme lo más mínimo a costa de qué ni de quién…
EL DIARIO DE ANA: El deseo de cumpleaños, por Ana L.C.
El sábado nos reunimos toda la familia en casa de mi abuela. Cumplía la mujer ochenta años y había que celebrarlo, “Porque a saber los que podrá celebrar más”, repetía con su finura habitual mi tío José, el tío Pepico entre los allegados.
EL DIARIO DE ANA: Una familia feliz, por Ana L.C.
Era una mañana de lunes fría y lluviosa. Los lunes son el peor día de la semana para mí, por cuestiones obvias que no voy a analizar, y el agravante de la lluvia no ayudaba nada a mi estado de ánimo. Esperaba a un nuevo cliente, colega de oficio que buscaba el apoyo de otro profesional, a causa de sus implicaciones personales en el asunto que íbamos a tratar. Pero, incluso así, yo seguía sin muchas ganas, la verdad. Sin embargo, cuando se abrió la puerta de mi despacho y lo vi, no pude evitar evocar el tan manoseado pensamiento: “¿Por qué los hombres interesantes o son gays o están casados?...” No me equivocaba… estaba soltero…
EL DIARIO DE ANA: La pieza del puzzle, por Ana L. C.
Hace tiempo, bastante, aunque con la forma relativa en que nos empeñamos en vivirlo, parece que fue ayer, tuve un compañero en el instituto que, sin pretenderlo y sin saber cómo, llegó a ser mi confidente y el mejor amigo que he tenido nunca.
EL DIARIO DE ANA: San Valentín, por Ana L. C.
Hoy es San Valentín y he recibido un regalo de un hombre que conocí hace algún tiempo, casi por accidente.
No sé por qué lo ha hecho, ni por qué lo he admitido… Tal vez en el fondo me haya sentido halagada… Tal vez… Pero quizá eso le haya dado falsas esperanzas y me cause alguna incomodidad en el futuro, porque en realidad yo no creo en nada de esto, me refiero a las fechas señaladas y programadas, ni a los regalos sorpresa, ni tan siquiera me parece que creo en el amor…
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