Como nos indica el Diccionario de la Real Academia
Española, “precuela” es una obra literaria o cinematográfica que cuenta hechos que preceden a los de otra obra ya existente, y eso es lo que ocurre con la
novela que nos ocupa, La cara norte del corazón, de Dolores Redondo, donde se descubren momentos de la infancia de Amaia Salazar, que solo pudimos intuir en la Trilogía del Baztán,
y sobre sus primeros trabajos como colaboradora en el FBI, junto al mentor, Dupree, de quien solo supimos, en su momento, que se comunicaba con él por teléfono cuando se sentía desorientada o
deprimida.
Por lo tanto, era de esperar que esta novela estuviera
estrechamente relacionada con las tres mencionadas anteriormente, sobre todo, por dos hilos conductores: la difícil relación de Amaia con su madre y el papel importante de los mitos en la vida de sus
personajes, creando la autora dos paralelismos simultáneos entre esta historia y las narradas en la trilogía, ya que, por un lado, ambos personajes centrales, Amaia y Dupree, esconden secretos
familiares que siguen siendo una pesada carga en la actualidad y, por otro, la entidad que adquieren mitos tan diferentes, y a la vez tan parecidos, de dos culturas tan alejadas como la vasca y la de
Nueva Orleans, creando, de nuevo, una simbiosis entre lo mágico y lo real que da como fruto una atmósfera que atrapa a quienes lean estas páginas de un modo convincente y creíble, lo cual da base a
la tesis de Dolores Redondo sobre la influencia innegable del lugar de nacimiento en nuestros pensamientos, creencias y comportamientos.
Amaia Salazar es la protagonista principal. Una Amaia de
veinticinco años, con escasa experiencia. Una mujer joven y atractiva, aunque triste, incluso soberbia y poco empática, pero, sobre todo, intuitiva e inteligente. Una mujer nacida en una tierra
verde, lluviosa, repleta de árboles protectores y seres mágicos que la cuidan, la cuidan, sí, sobre todo de aquellos demonios que la persiguen desde su infancia y quieren acabar con
ella.