La novela nos va narrando, mediante la característica forma
de escribir de Posteguillo: claridad, agilidad, tensión del ritmo, plasticidad en las descripciones, ambientación estudiada, unos personajes de excelente profundidad psicológica, alternando los
reales (una gran mayoría), con los inventados, y unos diálogos verosímiles, aunque, lógicamente, sean ficticios, el ascenso trabajado de Julia en la peligrosa escala del poder que, en realidad, era
exclusivo de los hombres.
Con sus dos anteriores trilogías: Escipión el Africano
(Africanus: el hijo del cónsul, Las legiones malditas y La traición de Roma) y Trajano (Los asesinos del emperador, Circo Máximo y La legión perdida), Posteguillo ya
consiguió familiarizarnos con la historia de Roma, hasta el punto de hacernos creer partícipes de los hechos que en ellos se relatan, algo que con los dos tomos dedicados a Julia Domna ha fortalecido
metiéndonos en las intrigas palaciegas y en las cábalas, temores y deseos de sus personajes.
Pero vayamos a la parte más histórica y situémonos en el
justo espacio temporal.
Julia Domna nació el año 170, de nuestra era, en Emesa (la
actual Homs), una ciudad de fundación árabe situada en el valle del río Orontes, dentro de la Siria romana. Esta ciudad cosmopolita era particularmente estratégica, pues controlaba la frontera
que el Imperio Romano tenía con el Imperio de Partia, su rival más fuerte en Oriente durante el siglo II, además de ser una encrucijada de caminos que comunicaban con diferentes pueblos de Europa y
Asia por lo que se había convertido en un gran enclave comercial.
El origen étnico de nuestra heroína no está demasiado claro,
ya que mezclaba en su persona procedencias semíticas, como demuestra el nombre Domna, y romanas, como así lo indica el de Julia. Lo que sí se sabe con certeza es que tenía la ciudadanía romana por
derecho y que era hija del sumo sacerdote del dios Baal, una antigua divinidad de los pueblos de Asia Menor, y cuyo sacerdocio recaía en miembros de la casa gobernante, por lo que Julia Domna
procedía de la nobleza.
Septimio Severo, el futuro esposo de Julia Domna y futuro
emperador, conoció a Julio Bassianus y a su pequeña hija Julia (entonces tendría tan solo diez años de edad) cuando comandaba la IV legión escita en Siria. Sin embargo, una predicción sobre la joven
aseguraba que se casaría con un rey y Septimio, conocedor de tal augurio, la pidió como esposa al poco de quedar viudo de su primera mujer, Paccia Marciana. Septimio y Julia se casaron en el 187, él
tenía 41 años y ella 17, y en los siguientes dos años le dio sendos hijos: Lucio Septimio Bassiano (Caracalla) y Publio Sptimio Geta (Geta).
Se dice que Julia Domna era una bella mujer, pero, sobre
todo, culta, inteligente, astuta, ambiciosa y valiente, por lo que no parece nada extraño que, a pesar de la diferencia de edad, Septimio le tuviese un enorme afecto y depositase en ella toda su
confianza.
Lo cierto es que la carrera de Septimio avanzó de forma
meteórica desde su boda con Julia: tras su periodo en la Galia, sirvió como procónsul en Sicilia, donde parece que consultó el horóscopo del Emperador Cómodo, lo cual era un delito de traición, pero
salió absuelto de este problema y Cómodo lo nombró Cónsul de Roma en la provincia fronteriza de Panonia Superior con nada menos que tres legiones a su mando, poder que muy pocos ostentaban en el
Imperio.
Cómodo no fue un emperador demasiado popular, aunque tenía
el respaldo de la guardia pretoriana, sin embargo, fue asesinado por un complot palaciego el 31 de diciembre del 192, siguiéndole en el puesto Pertinax, quien intentó sanear la maltrecha economía de
Roma, pero ello conllevaba pagar menos a los pretorianos, lo que decidió la brevedad de su reinado siendo asesinado por sus propios guardias ochenta y dos días después de haber subido al trono. Acto
seguido, la guardia pretoriana subastó el trono de Roma al mejor postor entre los hombres más ricos de la ciudad, ganando la puja Didio Juliano.