El arpa dormida:

Vicente Aleixandre, la consumación de la poesía.

Si yo fuese un niño,
si yo fuese un niño, redondo, quieto y sumergido.
Sumergido, no; sacado a la luz, estallado hacia fuera,
exhibido en esa otra Creación donde un niño es un niño en su reino.

 

Con pinturas de Loui Jover

Un trabajo de…

Siguiendo con nuestro repaso de los hombres y mujeres que formaron parte de aquel grupo de vanguardistas que supusieron la denominada Generación del 27 (vean en nuestros números anteriores los artículos dedicados a Gerardo Diego, Jorge Guillén, Pedro Salinas, Federico García Lorca y Las Sinsombrero), en esta ocasión nos vamos a fijar en la figura de uno de sus miembros más destacados, Vicente Aleixandre.

 

Sevillano de nacimiento (1898), Aleixandre pasó su infancia en la ciudad mediterránea de Málaga, cuyos recuerdos le llevarían a rememorarla como “Ciudad del Paraíso” en su poemario “Sombra del paraíso”. Posteriormente marcharía a Madrid con la intención de estudiar Derecho, carrera que abandonó a causa de su delicada salud, lo que le permitió dedicarse por entero a la poesía.

 

Las manos

Mira tu mano, que despacio se mueve,
transparente, tangible, atravesada por la luz,
hermosa, viva, casi humana en la noche.
Con reflejo de luna, con dolor de mejilla, con vaguedad de sueño
mírala así crecer, mientras alzas el brazo,
búsqueda inútil de una noche perdida,
ala de luz que cruzando en silencio
toca carnal esa bóveda oscura.

No fosforece tu pesar, no ha atrapado
ese caliente palpitar de otro vuelo.
Mano volante perseguida: pareja.
Dulces, oscuras, apagadas, cruzáis.

Sois las amantes vocaciones, los signos
que en la tiniebla sin sonido se apelan.
Cielo extinguido de luceros que, tibios,
campo a los vuelos silenciosos te brindas.

Manos de amantes que murieron, recientes,
manos con vida que volantes se buscan
y cuando chocan y se estrechan encienden
sobre los hombres una luna instantánea.

Sus tempranos poemas de juventud, en la línea simbolista de la “poesía pura”, aparecieron en la Revista de Occidente, sin embargo, en su primer libro, “Ámbito” (1928), con un estilo gongorino donde se mezclaban las influencias del modernismo reciente con la ascética y la mística de Fray Luis de León y San Juan de la Cruz, que se harían muy patentes en sus evocaciones amorosas nocturnas, ya parecía anunciarse su futura relación con el surrealismo que tanto marcaría su poética.

 

La plaza

 

Era una gran plaza abierta, y había olor de existencia.

Un olor a gran sol descubierto, a viento rizándolo,

 un gran viento que sobre las cabezas pasaba su mano,

su gran mano que rozaba las frentes unidas

y las reconfortaba.

 

Y era el serpear que se movía

como único ser, no sé si desvalido, no sé si poderoso,

pero existente y perceptible, pero cubridor de la tierra.

 

Allí cada uno puede mirarse y puede alegrarse

y puede reconocerse.

Cuando en la tarde caldeada, solo en tu gabinete,

con los ojos extraños y la interrogación en la boca,

quisieras preguntar algo a tu imagen,

 

no te busques en el espejo,

en un extinto diálogo en que no te oyes.

Baja, baja despacio y búscate entre los otros.

Allí están todos, y tú entre ellos.

Oh, desnúdate y fúndete, y reconócete.

Aleixandre pretendía conocer la realidad mediante un mundo poético propio donde el uso de la metáfora sería su principal herramienta. Un primer paso supondría “Pasión de la tierra”, un libro formado con poemas oníricos y herméticos escritos en prosa bastante cercanos a los textos automáticos surrealistas, el cual no pudo publicar en España, apareciendo en México en 1935, y es que la agitación social española de aquel momento, también le llegó a calar, a pesar de su impuesto aislamiento por su pertinaz enfermedad. Con anterioridad aparecerían “Espadas como labios” y “La destrucción o el amor”, con el que conseguiría el Premio Nacional de Literatura 1934.

 

Adolescencia

 

Vinieras y te fueras dulcemente,
de otro camino
a otro camino. Verte,
y ya otra vez no verte.
Pasar por un puente a otro puente.
–El pie breve,
la luz vencida alegre–.

Muchacho que sería yo mirando
aguas abajo la corriente,
y en el espejo tu pasaje
fluir, desvanecerse.

Y llegó la guerra. Aleixandre, enfermo y aislado, hizo de su casa refugio, hasta que fue destruida en un bombardeo del que escapó con viday pudo rescatar, caprichos del azar, un libro dedicado de su amigo Federico García Lorca. Durante este periodo y los primeros años de la dictadura, Alexandre escribió mucho, con rabia, con desesperación, buscando el consuelo en los recuerdos de su infancia, y aparecieron así, con algo de retraso, pues al principio del franquismo no le dejaban editar, dos poemarios inolvidables: “Mundo a solas” (1934-36) y “Sombra del paraíso” (1939-43).

Forma

 

Se iba quedando callada
hasta que la sombra espesa
se hizo cuerpo tuyo.
¡Ya te tengo! ¡Ya te tengo!
Aquí la sombra del cuarto,
piel fina, piel en mis dedos.
siente, tiembla. Fina seda
que palpita humanamente
entre mis dedos de nieve.
Mis dedos de hielo rizan
tu delicada quietud,
totalidad de este cuarto,
corporal y muda, extensa
sobre la estancia dormida.
Para mis ojos azules
tu negra forma se entrega,
cuajada y pura, inocente,
oh soledad de mi cuarto.
Pero no quiero mirarte.
A oscuras, paredes justas,
cámara, entraña, me aprietas;
te siento exacta y te amo,
cerrazón de vida y muerte,
negra posesión del aire,
sombra que habito y que siento
contra mi piel semejante.
Blancas paredes fronteras,
densa presencia estrechada,
cuerpo que ciego adivino
en mis sentidos dorados.

Con “Historia del corazón”, editado en 1954, Aleixandre se vuelca en una poesía de lo primordial, de lo elemental, de lo permanente, intentando huir de lo obsesivo, exquisito y estrecho, por ello, aunque al principio pretendía que fuera un diario de amor, en estos poemas trasciende este primer impulso y sublima al erotismo convirtiéndolo en un ejemplo de solidaridad, y al sentimiento amoroso en una situación existencial. Curiosamente, cinco años antes había sido elegido miembro de la Real Academia Española.

 

Amante

 

Lo que yo no quiero
es darte palabras de ensueño,
ni propagar imagen con mis labios
en tu frente, ni con mi beso.
La punta de tu dedo,
con tu uña rosa, para mi gesto
tomo, y, en el aire hecho,
te la devuelvo.
De tu almohada, la gracia y el hueco.
Y el calor de tus ojos, ajenos.
Y la luz de tus pechos
secretos.
Como la luna en primavera,
una ventana
nos da amarilla lumbre. Y un estrecho
latir
parece que refluye a ti de mí.
No es eso. No será. Tu sentido verdadero
me lo ha dado ya el resto,
el bonito secreto,
el graciosillo hoyuelo,
la linda comisura
y el mañanero
desperezo.

A partir de este momento, Aleixandre se convierte en una especie de maestro para los jóvenes poetas españoles, y no era extraño que aquellos acudieran a su casa de Madrid donde se organizaban animadas tertulias literarias. Es el momento en que su poesía se convierte en un elemento más antropocéntrico, con “Poemas de la consumación” y “Diálogos del conocimiento”. En 1977 recibiría el Premio Nobel de Literatura, justo en el cincuentenario de la Generación del 27. En ello se quiso ver un reconocimiento, tanto a su figura, como a toda aquella generación creadora de una época luminosa en una España cansada de tantas sombras.

 

A pesar de sus innumerables logros, Aleixandre siempre negó su importancia como figura central del surrealismo español, cuya influencia fua más allá, incluso, que la de André Breton, de quien él se consideraba discípulo. Su poesía era rica en imágenes y, sobre todas, destaca el “mar” que, para él, representaba la vida primitiva e instintiva, los valores perdidos y la sexualidad reprimida. Pero esta imagen, aunque frecuente, no está sola sino yuxtapuesta con otras también imprescindibles, como: el bosque, la playa, los dientes, la lengua, los pájaros, el sol, la luna o el pecho, En su búsqueda de la belleza dirige la mirada hacia la pretérita infancia feliz e inocente, para lo que distorsiona los símbolos de tal forma que se prestan a múltiples interpretaciones; por lo que la poesía de Aleixandre es como una catarsis comparable a un análisis psicológico.

 

Consumación

 

Si yo fuese un niño,
si yo fuese un niño, redondo, quieto y sumergido.
Sumergido, no; sacado a la luz, estallado hacia fuera,
exhibido en esa otra Creación donde un niño es un niño en su reino.
Pero si sumergido estuve antaño, bajo las aguas de la luz que eran cielo y sus ondas,
hoy no puedo sino decirlo, tomar nota, procurar explicarlo,
prohibiéndome al mismo tiempo la confusión de lo que veo con lo que fue y ha sido.
Todavía el hombre a veces intenta explicar un sueño, dibujando la presencia del amor,
el límite del corazón y su centro justísimo.
Aún intentar decir: «Amo, soy feliz; me conformo.»
Que es tanto como decir: «Soy real.» Pero cuando las hojas todas se han caído:
primero las flores, luego los mismos frutos, más tarde el humo, el halo
de persuasión que rodea a la copa como su mismo sueño
entonces no hay sino ver aparecer la verdad, el tronco último, el
despojado ramaje fino que ya no tiembla.
La desnudez suprema del árbol quedado
que finísimamente acaba en la casi imposible ramilla,
tronquito extremo sin variación de hoja,
superación sin música de la inquietante rueda de las estaciones.

 

Entonces llega el conocimiento, y allá dentro en el nudo del hombre,
si todavía existe un centro que tiene nombre y que yo no quiero mencionar;
si aún persiste y exige y golpea imperiosamente, porque nadie quiere morir,
puedes sonreír de buena gana, y burlarte, y mirándolo con desdén quiere morir,
decir con voz muy baja, de modo que todo el mundo te oiga:
"Amigo…: todo está consumado."

Gracias por leernos...

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