Centenarios:

Diciembre 2019.

El año 2019 concluye con el recuerdo a cuatro grandes de la literatura mundial de quienes se conmemoran los centenarios de sus nacimientos: un siglo del escritor y activista sudafricano Es´kia Mphahlele y dos siglos del narrador español Antonio de Trueba, de la novelista norteamericana Emma Southworth y del periodista y escritor alemán Theodor Fontane.

Un trabajo de…

E s’kia Mphahlele nació el 17 de diciembre de 1919 en Marabastad, Sudáfrica.

Ezekiel Mphahlele creció en la ciudad de Pretoria, asistiendo a la escuela secundaria St. Peter’s de Rosettenville y al Adams Teachers Trining College en Natal. Al concluir los estudios comenzó a trabajar como profesor de inglés y afrikáans, pero fue cesado por decisión gubernamental al oponerse a la nueva Ley de Educación Bantú, por la que se discriminaba a los niños negros a recibir una educación obligatoria que les prepararía para el trabajo manual y de baja categoría, debiendo estar subordinados a los sudafricanos blancos.

Desde 1955 a 1957 fue editor de la revista Drum, mientras estudiaba el postgrado en la Universidad de Sudáfrica, exiliándose posteriormente, de forma voluntaria, a Nigeria, donde sería coeditor, junto con Ulli Beier y Wole Soyinka, del periódico literario Black Oepheus. En 1959 editó Down Second Avenue, basado en experiencias propias y en el que se cuenta el crecimiento de un joven hasta la edad adulta bajo las condiciones sociales que el apartheid imponía a los sudafricanos negros. En Nairobi fundó un centro cultural para artistas y escritores, y en 1968 recibió un doctorado de la Universidad de Denver (USA). Hasta su regreso a Sudáfrica, en 1977, editó el periódico Africa Today, dos libros de ensayo, The African Image (1962) y Voices in the Whirlwind (1972), que abordaban la personalidad africana, el nacionalismo, la situación del escritor negro africano y la imagen literaria de África. Así mismo, colaboró a fundar la primera editorial independiente negra en Sudáfrica, coeditó la antología Modern Africa Stories (1964) y African Writing Today (1967), y recopiló sus cuentos en In Corner B (1967), The Unbroken Song (1981) y Renewal Time (1988), estos dos últimos, aunque aparecidos en Sudáfrica, fueron compuestos en su mayor parte en Nigeria. Su primera novela, The Wanderers, apareció en 1971.

A su regreso a Sudáfrica ocupó el puesto de jefe de departamento de Literatura Africana de la Universidad de Witwatersrand, en Johannesburgo, hasta 1987. A partir de ese momento dedicó más tiempo a la escritura: la novela Chirindu (1979), la segunda parte de su autobiografía: Africa My Music (1984), y dos colecciones de ensayos: Es’kia (2002) y Es’kia Continued (2005).

Ezekiel Mphahlele murió el 27 de octubre de 2008.

What is there that we can do or say…?

¿Qué podemos hacer o decir…?

Es’kia Mphahlele

What is there that we can do or say will sustain them in those islands where the sun was made for janitors?

¿Qué podemos hacer o decir que les sostenga en esas islas donde el sol fue hecho para los conserjes?

What is there that we can say or do will tear the years from out the hands of those who man the island galleys,

¿Qué hay que decir o hacer que les arranque los años de las manos a esos que tripulan las galeras de la isla,

will bring them home and dry and mend them bring them back to celebrate with us the song and dance and toil of living?

que les traiga a casa y secarles y repararles, traerles de vuelta para celebrar con nosotros la canción y la danza y vivir del trabajo?

What is it that we must do or say for children scattered far from home by hawks let loose to stay the judgement day?

¿Qué es lo que debemos hacer o decir para los niños dispersados lejos de casa por halcones sueltos para quedarse hasta el día del juicio?

The weeds run riot where our house is fallen ourselves we roam the wildeness. ‘Go tell them there across the seas go tell him,’

Las malas hierbas se alborotan donde nuestra casa ha caído, nosotros mismos vagamos por el desierto. “Ve y díselo a ellos al otro lado del mar, ve y díselo a él,”

so the say, ‘his mother’s dead six years, he dare not come he dare not write the stars themselves have eyes and ears these days.’

Así que se comenta, “su madre murió hace seis años, él no se atrevió a venir, él no se atrevió a escribir porque las mismas estrellas tienen ojos y oídos estos días.”

You who fell before the cannon or the sabred tooth or lie on hallowed ground: oh tell us what to say or do.

Tú que caíste ante el cañón o acuchillado por el diente o tumbado en suelo sagrado: ¡oh!, dinos lo que hay que decir o hacer.

So many routes have led to exile since your day our Elders we’ve been here and back in many cycles oh so many:

Demasiadas rutas han conducido al exilio desde su día a nuestro Ancianos, nosotros hemos estado aquí y regresado en muchos ciclos, ¡oh!, demasiados:

no terrain different drummers borrowed dreams, and there behind us now the hounds have diamond fangs and paws of steel.

sin terreno los diferentes percusionistas tienen sueños prestados, y allí, detrás de nosotros, ahora los perros tienen colmillos de diamantes y patas de acero.

No time for dirge or burial without corpses: teach us, Elders, how to wait and feel the centre, tame the time like masters, sing the blues so pain will bleed and let the islands in, for exile is a ghetto of the mind.

No hay tiempo para el canto fúnebre ni para el entierro sin cadáveres: enseñadnos, Ancianos, cómo esperar y sentir el centro, domar el tiempo como maestros, cantar el blues para que el dolor sangre y dejar que las islas penetren, porque el exilio es un gueto de la mente.

A ntonio de Trueba, nació el 24 de diciembre de 1819 en Galdames, Vizcaya.

Conocido en su tierra como “Antón el de los cantares”, este hombre sencillo y bondadoso, hijo de una familia de labradores bastante humildes, tuvo que compaginar desde pequeño el trabajo y los estudios. Influido por el romanticismo alemán, en sus trabajos literarios no buscó tanto la exaltación nacionalista, aun siendo partidario de los fueros vascos, como la preocupación por la problemática social.

Su interés por lo popular le llevó a investigar las tradiciones orales recopilando una buena cantidad de poemas relacionados con las costumbres de su provincia, lo cual se concretó en la edición en 1852 de El libro de los cantares, donde, tomando como base un cantar o copla popular, el lo amplía manteniendo el sentido lírico, usando para ello los metros de romance y seguidilla, principalmente. Más tarde concluyó, entre 1849 a 1865, cuatro novelas históricas: El señor de Bortedo, El Cid campeador, Las hijas del Cid y La paloma y los halcones;  a las que siguió otras donde se explaya su costumbrismo moralizante, El gabán y la chaqueta (1872), temática que continuó en el poemario El libro de las montañas (1868) y en una serie de relatos breves: Cuentos populares, Cuentos de color de rosa, Cuentos campesinos, Cuentos de varios colores y Cuentos del hogar, todos editados entre 1853 y 1875. Tampoco es desdeñable su extensa producción de artículos y ensayos.

Antonio de Trueba falleció en Bilbao el 10 de marzo de 1889.

La guerra civil

(Cuentos del hogar)

1876

Antonio de Trueba y de la Quintana

I

Tenía yo de ocho a diez años y casi casi deseaba que hubiese siquiera un poquito de guerra, porque siempre estaba oyendo hablar de ella, y envidiaba a los que la habían conocido.

-¿Qué es guerra?- había preguntado a mi madre.

Y ésta me había contestado:

-Hijo, Dios nos libre de ella; porque la guerra es matarse los hombres unos a otros.

-Pues mi hermano y yo no nos matamos ni matamos a nadie, y siempre está usted diciendo que somos muy guerreros y que damos mucha guerra.

Mi madre se echó a reír al oír esta observación mía, y lejos de rechazarla, pareció confirmarla dándome un beso apretado y chillado, que es cosa rica.

Este proceder de mi madre, que al parecer no podía influir en mi criterio, influyó no poco, pues me hizo dudar más y más de que la guerra fuese matarse los hombres unos a otros y los guerreros fuesen una especie de fieras.

Los chicos de la aldea me acusaban de collón, viendo, por ejemplo, que cuando se mataba el cerdo en casa, en vez de hacer lo que en tal caso hacían ellos, que era ayudar a sujetar las patas del pobre animal sobre el banco en que se le tendía para meterle el cuchillo, o encargarse de la faena de revolver con un palo la sangre que iba cayendo en la caldera, yo me escapaba de casa al castañar inmediato y allí me estaba llorando y tapándome los oídos para no oír los dolorosos gruñidos del cerdo, y no volvía hasta que éste había dejado de padecer, fausta nueva que me daba el humo del helecho o de la paja con que se le chamuscaba en la portalada.

Pues a pesar de esto, y a pesar de lo que me decía mi madre cuando le preguntaba qué era la guerra, la curiosidad infantil podía en mí tanto, que sentía no conocer la guerra más que de oídas. Esto que a primera vista parece inexplicable siendo yo tan collón como decían los otros chicos de la aldea, tenía una explicación muy sencilla: para mi madre podía ser la guerra matarse los hombres unos a otros, pero para mí era ir por la aldea muchos soldados con fusiles y sables muy relucientes y uniformes muy hermosos, y embobarme viendo sus formaciones y ejercicios y oyendo sus tambores y cornetas. ¡Ahí era nada todo esto para los chicos de una aldea por donde casi nunca parecía un soldado, y cuando por casualidad pasaba alguno le íbamos siguiendo hasta más allá de las últimas casas, y no nos cansábamos de hablar de él en muchas semanas!

II

Mi madre tenía entrañable cariño a su aldeíta natal, que estaba en la vertiente opuesta del valle, e iba a ella muchos días festivos, llevándome en su compañía. Un domingo de verano oímos misa primera y emprendimos mi madre y yo aquel viajecillo de una legua antes que calentase el sol demasiado.

El señor cura, que había dicho la misa primera, llevaba el mismo camino para ir a su casa, y nos acompañó en el corto camino que separaba a ésta de la parroquia.

Era hacia el año 1830, y el señor cura nos dijo que algunos españoles emigrados en el Extranjero habían hecho en la frontera francesa alguna tentativa para entrar violentamente en España.

-¡Si tendremos guerra!- exclamó mi madre asustada.

-¡No lo quiera Dios! -dijo el señor cura-. Que la guerra civil es la peor de las guerras.

Llegamos frente a casa del señor cura; éste se quedó allí y nosotros continuamos nuestro camino.

-Madre -pregunté a la mía-, ¿qué es guerra civil?

-Guerra civil es la que no es con extranjeros, sino entre gente de una misma nación.

-¿Y por qué ha dicho el señor cura que esa es la peor de todas las guerras?

-¡Ya ves tú, pelear españoles con españoles, que es, como quien dice, pelear hermanos con hermanos, porque la tierra donde nacimos es nuestra madre!

-Pues a mí me parece que si los que pelean son todos españoles, es mejor que si fueran españoles y extranjeros, porque se entenderán mejor, harán menos daño a España, que es su madre y harán más fácilmente las paces.

-Hijo, eso parece que debiera suceder; pero sucede todo lo contrario.

Mi madre trató de darme más claras explicaciones de lo que era la guerra civil; pero la pobre, aunque era de claro entendimiento y de sabio corazón, juzgó aquella empresa superior a su elocuencia y renunció a ella, de modo que a mitad de camino todavía la iba yo moliendo con preguntas dirigidas a saber por qué era la guerra civil la peor de las guerras.

Para subir del valle a la aldeíta de mi madre había una cuesta muy pendiente y larga, que no bastaban a hacer grata ni los multiplicados rodeos del camino, ni la fresca sombra de los castaños, ni aun la alegría que mi madre y yo sentíamos siempre al terminarla viéndonos entre parientes y amigos, que corrían alborozados a nuestro encuentro. Al pie de aquella cuesta había una casa donde vivía una viuda con dos hijos mozos, y allí, a la sombra de unos hermosos nogales que amenizaban la portalada de la casa, nos sentamos a descansar antes de emprender la subida de la cuesta.

III

Martina, que así se llamaba la viuda, salió a saludarnos en cuanto nos vio llegar, y después de obsequiarme con pan y fruta, se sentó a nuestro lado en uno de los maderos labrados que había en la portalada.

Mi madre le preguntó por sus hijos Pepe y Agustín.

-Buenos, a Dios gracias -contestó-. No tardarán en venir, pues han ido a misa primera para quedarse en casa mientras yo voy a la mayor, y cuidar de que los ganados no entren en las heredades y hagan algún destrozo en la borona, que este año está muy hermosa.

-¡No tiene usted poca fortuna con lo buenos que le han salido esos chicos!

-Es verdad que la tengo, y no me canso de dar gracias a Dios por ello. No porque yo lo diga, pero son unos muchachos que más trabajadores, más hábiles para todo, de mejor conducta, y sobre todo más amantes de su madre, no los hay en toda Vizcaya. Ellos, sí, tienen también su pero, como todos le tenemos en este mundo...

-Mujer, ¿qué pero han de tener esos chicos?

-Sí que le tienen; y sino por eso, crea usted que viviríamos en la gloria; y pocas casas estarían más desahogadas que la nuestra; pero ya sabe usted lo que es andar siempre con pleitos y cuestiones de justicia... Por más que les predico a estos muchachos: «Es necesario, hijos, que dominéis ese pícaro genio y no seáis tan quisquillosos y tercos, pues vuestras terquedades nos cuestan un sentido, y el mejor día vamos a tener por ellas algún disgusto que me quite u os quite la vida»; por más que les digo esto, no puedo con ellos; pues por la cosa más tonta y sin sustancia arman una disputa entre sí o con el primero que llega, y tenemos la de Dios es Cristo. Yo no sé a quién han salido esos muchachos. Su padre, que esté en gloria, es verdad que no sabía leer y ellos han aprendido buena escuela y no pasan día sin leer algo en algún libro o en algún periódico; pero en cambio era un bendita a quien no se le oía una voz más alta que otra. ¿Que Fulano pensaba negro y él pensaba blanco? Pues le dejaba pensar como quisiera, y anda con Dios. ¿Que Mengano no se había portado bien con él? ¡Cómo ha de ser! Seamos indulgentes para que lo sean con nosotros, que en este mundo nadie es impecable. ¡Váyales usted con eso a estos chicos! Pero, señor, ¿será posible que cuanto más saben las gentes han de ser más quisquillosas y guerreras, como les sucede a estos chicos míos?

-Ea, ahí los tiene usted.

-Y altercando, como de costumbre.

IV

En efecto, los hijos de Martina llegaban disputando entre sí y acompañados de otros de aquellas cercanías, que también venían de misa primera y tomaban parte en la disputa, unos dando la razón a Pepe y otros dándosela a Agustín.

Nos saludaron todas afectuosamente, y sentándose en los maderos, Pepe y Agustín volvieron a la disputa que al llegar habían suspendido para saludarnos.

-¡Pero hijos -les dijo Martina-, que siempre habéis de estar como el gato y el perro!

-Es que éste se empeña en llevarme siempre la contraria.

-Quien se empeña en llevármela a mí eres tú.

-Hijos, dejáos de disputas...

-Yo maldita la gana tengo de ellas si no me provocaran.

-Quien provoca eres tú.

-Tiene razón Agustín -dijeron algunos mozos.

-Quien la tiene es Pepe -replicaron los demás, excepto uno que no atribuía la razón a uno ni otro, y procuraba en vano hablar.

-Pero ¿por qué es la disputa? Por alguna tontería, ¿no es verdad?

-Sí señora, por una tontería de este terco.

-La tontería y la terquedad son tuyas.

-¡Vamos, hijos, no hay medio de entrar en razón con vosotros!-dijo Martina.

Y añadió, dirigiéndose al mozo que se había abstenido de dar la razón a uno ni otro:

-Prudencio, ¿qué es lo que ocurre?

-Yo se lo diré a usted, Martina: lo que ocurre es que ni Agustín ni Pepe tienen razón, y yo se lo hubiera probado inmediatamente si me hubieran dejado hablar...

-No te hemos dejado hablar -interrumpió Agustín a Prudencio - porque tú eres un pastelero, que siempre quieres quedar bien con Dios y con el diablo.

-Esa es la verdad -asintieron los de uno y otro bando.

-Pues ahora no tenéis derecho a hacerme callar, porque no hablo con vosotros. Alcancé a éstos al empezar la bajada de la cuesta, y ya venían disputando sobre quién era un caballero que anda de caza en los rebollares del otro lado del río. Pepe decía que era don Juan de Orrantia, el de Balmaseda, y Agustín que era don Pedro de Agüera, el de Castro; y unos dando la razón a Pepe, y otros dándosela a Agustín, estaban ya tan ciegos y acalorados que les faltaba poco para venir a las manos. Me entero del motivo de la disputa, les digo que unos y otros están equivocados, y sin querer oír más se ponen furiosos contra mí, continúan la disputa, y esta es la hora en que aún no me han dejado meter baza para probarles en cuatro palabras que tan equivocados están unos como otros.

-Yo no estoy equivocado.

-El que no lo está soy yo.

-Tiene razón Pepe.

-La tiene Agustín.

-Sois unos indecentes.

-Los indecentes sois vosotros.

Entre Pepe y Agustín y sus respectivos parciales se armó tal barullo, y la irritación, los denuestos y las amenazas eran tales, que todo presagiaba una catástrofe, por más que Martina, mi madre, Prudencio y hasta yo mismo tratábamos de apaciguar a los contendientes.

Al fin Pepe dio una bofetada a Agustín, éste contestó con otra, y la lucha a bofetadas y a palos se hizo general.

V

Mi madre y yo nos separamos un poco del campo de batalla asustados y no sin haber experimentado algún daño. Únicamente esperábamos que Martina y Prudencio, que tenían más influencia que nosotros sobre los contendientes, y continuaban esforzándose por apaciguarlos, consiguieran poner término a la lucha; pero pronto se desvanecieron nuestras esperanzas cuando vimos a Prudencio vacilar de un garrotazo que le alcanzaron y los de un bando, y caer de otro con que le secundaron los del bando contrario.

Ya sólo Martina continuaba haciendo heroicos esfuerzos por restablecer la paz, pero no tardamos en verla también caer, si no de un garrotazo, de un empellón involuntario, y dar con la cabeza en los maderos tan terrible golpe que perdió el sentido, sin que en su ceguedad lo notasen los contendientes.

Mi madre y yo también, a pesar de mi collonería, corrimos en su auxilio y el de Prudencio, y los vendamos a ambos la cabeza con pañuelos, pues ambos la tenían rota.

Cuando el combate estaba a punto de terminar, no porque los combatientes se hubiesen convencido de su sinrazón, sino porque estaban agotadas sus fuerzas, Prudencio recobró el sentido y aun nos ayudó a llevar a Martina a casa.

-¡Qué terquedad la de estos hombres!-exclamó mi madre.

-¿Terquedad?- contestó Prudencio-. Aún no lo sabe usted bien. La disputa ha sido sobre si el cazador es don Juan o es don Pedro, y ni don Pedro ni don Juan pueden ser, pues los dos murieron, hace algunos meses.

Poco después mi madre y yo emprendimos la subida de la cuesta y vimos que unas vacas habían entrado durante la reyerta en una hermosa heredad habían arrasado el maíz.

-Mira, hijo mío, lo que ha sucedido- me dijo mi madre-: sin tener ninguno razón, y creyendo todos tenerla, han disputado, se han odiado y han peleado como Caínes. Ellos han perdido, pero más han perdido los que ninguna culpa tenían, que eran Martina y Prudencio, en quienes estaban el amor y la prudencia. ¡Las vacas han destruido un sembrado de borona, pero la reyerta le ha reemplazado con otro de odio! Hijo, ¿no querías saber lo que era la guerra civil?

-Sí, madre.

-Pues la guerra civil viene a ser eso.

-¡Maldita sea esa guerra! -exclamé. Y aquella maldición aún se escapa de mis labios, rebosando espanto e indignación.

E mma Southworth, nació el 26 de diciembre de 1819 en la ciudad de Washington, Estados Unidos.

Emma Dorothy Eliza Nevitte, más conocida como EDEN Southworth es una popular novelista sentimental norteamericana, cuyas ediciones consiguieron llegar a una enorme audiencia, por más de cincuenta años, tanto en Norteamérica como en Europa.

En su juventud fue maestra durante cinco años, hasta que contrajo matrimonio con un inventor, Frederick Southworth, cuyo matrimonio duró relativamente poco y cuya separación le supuso a ella el tener que comenzar a escribir para mantener a sus hijos, siendo su primera novela Retribution (1849), de la que vendió la nada despreciable cantidad de doscientos mil ejemplares. Fue la escritora más prolífica de su tiempo escribiendo sesenta y siete títulos, muchas de ellas publicadas, por primera vez, por entregas en revistas como The Saturday Evening Post o New York Ledger, estando algunas de sus novelas basadas en la sentimentalidad claramente gótica donde se reflejaban valores como piedad o domesticidad, sin embargo, contribuyó a la creación de nuevos tipos de personajes, como la mujer independiente o el hombre hecho a sí mismo. Si tenemos que destacar alguna de sus creaciones, destacaríamos estas cinco: Ishmael (1876), Self-Raised (1876), La maldición de Clifton (1852), La mano oculta (1859) o El matrimonio fatal (1863).

Ishmael

Capítulo I (fragmento)

EDEN Southworth

“Bueno, si hay algo de verdad en el viejo adagio, el joven Herman Brudenell tendrá una vida próspera, porque realmente es un día encantador para mediados de abril: el cielo es tan soleado y el aire tan cálido como si fuera junio”, dijo Hannah Worth, mirando desde la puerta de su cabaña a una escena tan hermosa que como siempre brillaba bajo el esplendor radiante de una mañana de primavera.

“¿Y cuál es el viejo adagio del que hablas, Hannah?” le preguntó su hermana menor que estaba trenzando los mechones de su largo cabello negro ante el espejo roto que colgaba sobre la cómoda cajonera desvencijada.

“¿Por qué, Nora, no lo sabes? El adagio es tan viejo como las colinas y tan cierto como el cielo, y es esto, que el vigésimo primer cumpleaños de un hombre es un índice de su vida hasta el día de su muerte: si es claro, será afortunado; si está nublado, desafortunado”.

“Entonces debería decir que la fortuna del joven señor Brudenell será espléndida porque el sol es deslumbrante” dijo Nora mientras se enrollaba la negra trenza de pelo alrededor de la cabeza en forma de corona natural y se aseguraba el extremo con una espina. “Y ahora, ¿cómo me veo? ¿No estás orgullosa de mí?” preguntó volviéndose con ‘una sonrisa de belleza consciente’ a la inspección de su hermana mayor.

T heodor Fontane, nace el 30 de diciembre de 1819 en Neruppin, Brandeburgo, Alemania.

Considerado el pionero de la ficción realista alemana, Theodor Fontane comenzó su carrera literaria como periodista, trabajando como corresponsal de dos periódicos prusianos en Inglaterra durante varios años, lo que le permitió escribir varios libros sobre la vida inglesa, entre los que destacaremos: Ein Sommer in London (1854) y Jenseits des Tweed (1860). Durante la década de 1860 escribió para el periódico conservador Kreuzzeitung y comenzó a trabajar en los cuatro tomos de Paseos por la Marca de Brandeburgo, estado alemán que, junto con la ciudad de Berlín, son el escenario de todas sus novelas, en los cuales se mezclan las referencias históricas y anecdóticas junto con la descripción de los paisajes. Así mismo, durante este tiempo escribió baladas populares recopiladas en Hombres y héroes (1850) y Baladas (1861), inspiradas en hechos históricos y dramatizados, extraídos de la tradición prusiana.

Tras un viaje por diversos países europeos con su esposa, Fontane decidió dejar de trabajar par un periódico y convertirse en escritor independiente y crítico dramático. Tras sufrir una isquemia cerebral, y aconsejado por su médico, se dedicó a escribir novelas basadas en los recuerdos de su infancia y así, a la edad de 56 años, comenzó con Antes de la tormenta (1878), considerada una obra maestra en el género de la novela histórica y en la que refleja la vida de la sociedad prusiana; en otras trató la problemática del papel de la mujer en la vida doméstica: La adúltera (1882), Errores y extravíos (1888), Frau Jenny Treibel (1893) o Eddi Briest (1895) considerada una de sus mejores obras por su excelente caracterización y su hábil representación del medio ambiente de Brandeburgo, sin embargo, sus dos obras principales son Der Stechlin (1899), en la que destaca su estilo depurado, y Un hombre de honor (1883), donde vuelve a retratar las debilidades de la clase alta prusiana.

Theodor Fontane falleció en Berlín el 20 de septiembre de 1888.

Memento

Theodor Fontane

     Geliebte, willst Du doppelt leben,
So sei des Todes gern gedenk,
Und nimm, was Dir die Götter geben,
Tagtäglich hin wie ein Geschenk.

 

     Mach Dich vertraut mit dem Gedanken,
Daß doch das Letzte kommen muß,
Und statt in Trübsinn hin zu kranken,                                                                Wird Dir das Dasein zum Genuß.

     Du magst nicht länger mehr vergeuden                                                         Die Spanne Zeit in eitlem Haß,                                                                            Du freust Dich reiner Deiner Freuden
Und sorgst nicht mehr um dies und das.

     Du setzest an die rechte Stelle
Das Hohe, Göttliche der Zeit,                                                                                  Und jede Stunde wird Dir Quelle                                                              Gesteigert neuer Dankbarkeit.

 

Amada, ¿quieres vivir dos veces?,
pues sé feliz de recordar la muerte
y toma lo que los dioses te dan
todos los días como un regalo.

Familiarízate con la idea
de que lo último debe venir
y, en lugar de enfermarse en la oscuridad,
disfruta de la existencia.

Ya no quieras desperdiciar
el lapso de tiempo en odio vano,
estás esperando purificar tus alegrías
y no te preocupes más por esto y aquello.

Siéntate en el lugar correcto,
el alto, el divino del tiempo,
y cada hora se convertirá en una fuente para ti,
en aumento de la nueva gratitud.

Gracias por leernos...

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