Pero algo mucho más peligroso que nuestro propio miedo es el
miedo inducido, ese que nos llega desde fuera y se apodera de nosotros, sobre todo, mediante los medios de comunicación. Ese miedo colectivo que vamos engordando de los unos a los otros sin darnos
cuenta de que simplemente es una herramienta al servicio de quienes lo han creado con la intención de sacarle rédito para sus propios intereses. Ese miedo que nos mantiene inquietos, pero sumisos,
extingue disidencias o fomenta rebeliones, silencia críticas o genera otras y justifica muchas represiones. Ese miedo que nos hace desconfiar de los vecinos, de los amigos, de quienes amamos y, sin
embargo, le damos todo el crédito a aquellas voces que nos prometen lo mismo que nos han quitado, asegurando soluciones al problema, endulzándonos el oído con lo que queremos escuchar o
refrescándonos nuestros demonios y todo eso no nos deja darnos cuenta de que el problema son ellos mismos. Es como un virus que aniquila la inteligencia, un asesino de
mentes.
Pero mejor será que leamos lo que aquellas otras mentes
libres y repletas de inteligencia dijeron sobre el miedo, acompañadas con las tétricas pinturas de Johan Heinrich Füssli: