Henrik
Ibsen
Casa de muñecas (fragmento)
ESCENA I.
NORA: Esconde
bien el árbol de Navidad, Elena. Los niños no deben verlo hasta la noche, cuando esté arreglado. (Al mozo, sacando el portamonedas). ¿Cuánto le debo?
EL MOZO:
Cincuenta céntimos.
NORA: Tome una
corona. Lo que sobra, para usted. (El mozo saluda y se va. Nora cierra la puerta. Continúa sonriendo alegremente mientras se despoja del sombrero y del abrigo. Después saca del bolsillo un cucurucho
de almendras y come dos o tres, se acerca de puntillas a la puerta izquierda del fondo y escucha). ¡Ah! Está en el despacho. (Vuelve a tatarear, y se dirige a la mesa de la
derecha).
HELMER
(Dentro): ¿Es mi alondra la que gorjea?
NORA (Abriendo
paquetes): Sí.
HELMER: ¿Es mi
ardilla la que alborota?
NORA:
¡Sí!
HELMER: ¿Hace
mucho tiempo que ha venido la ardilla?
NORA: Acabo de
llegar. (Guarda el cucurucho de confites en el bolsillo y se limpia la boca). Ven aquí, Torvaldo; mira las compras que he hecho.
HELMER: No me
interrumpas. (Poco después abre la puerta, y aparece con la pluma en la mano, mirando en distintas direcciones). ¿Comprado dices? ¿Todo eso? ¿Otra vez ha encontrado la niñita modo de gastar
dinero?
NORA: ¡Pero,
Torvaldo! Este año podemos hacer algunos gastos más. Es la primera Navidad en que no nos vemos obligados a andar con escaseces.
HELMER. Sí...
pero tampoco podemos derrochar... NORA:
Un poco,
Torvaldo, un poquitín, ¿no? Ahora que vas a cobrar un sueldo crecido, y que ganarás mucho, mucho dinero...
HELMER: Sí, a
partir de Año Nuevo; pero pasará un trimestre antes de percibir nada...
NORA: ¿Y eso
qué importa? Mientras tanto se pide prestado.
HELMER: ¡Nora!
(Se acerca a Nora, a quien en broma toma de una oreja. ¡Siempre esa ligereza! Supón que pido prestadas hoy mil coronas, que tú las gastas durante las fiestas de Navidad, que la víspera de año me cae
una teja en la cabeza, y que...
NORA
(Poniéndole la mano en la boca): Cállate, y no digas esas cosas.
HELMER: Pero
figúrate que ocurriese. ¿Y entonces?
NORA: Si
sucediera tal cosa... me daría lo mismo tener deudas que no tenerlas.
HELMER: ¿Y las
personas que me hubieran prestado el dinero?
NORA: ¿Quién
piensa en ellas? Son personas extrañas.
HELMER: Nora,
Nora, eres una verdadera mujer. En serio, mujer, ya sabes mis ideas respecto de este punto. Nada de deudas; nada de préstamos. En la casa que depende de deudas y préstamos se introduce una especie de
esclavitud, cierta cosa de mal cariz que previene. Hasta ahora nos hemos hecho firmes, y seguiremos haciendo otro tanto durante el tiempo de prueba que nos queda.
NORA
(Acercándose a la chimenea): Bien, como tú quieras, Torvaldo.
HELMER
(Siguiéndola): Vamos, vamos, la alondra no debe andar alicaída. ¿Qué? ¿Ahora salimos con que la ardilla tuerce el gesto? (Abre su portamonedas). Nora, adivina qué tengo
aquí.
NORA
(Volviéndose con rapidez): Dinero.
HELMER: Mira.
(Entregándole algunos billetes). ¡Dios mío! Hay muchos gastos en una casa cuando se acerca Navidad.
NORA
(Contando): Diez, veinte, treinta, cuarenta; ¡gracias, Torvaldo! Con esto ya tengo para ir tirando.
HELMER: No
habrá más remedio.
NORA: Se hará
así, descuida. Pero ven aquí. Voy a enseñarte todo lo que he comprado, y ¡tan barato! Mira: un traje nuevo para Iván y, un sable; un caballo con una trompeta para Bob, y una muñeca con una cama para
Emmy. Claro que es muy sencillo, porque en seguida se rompe. Y aquí, delantales y telas para las, muchachas. La buena Mariana merecía mucho más que esto, pero...
HELMER: Y en
ese paquete, ¿qué hay?
NORA
(Profiriendo un ligero grito): No, Torvaldo, eso no lo verás hasta la noche.
HELMER: Bien,
bien. Pero dime, manirrotita, ¿qué te gustaría a ti?
NORA: ¡Bah! ¿Me
preocupo acaso de mí?
HELMER: Lo
creeré, si te empeñas. Vamos, dime algo que te tiente, una cosa razonable.
NORA:
Realmente... no sé. Y eso que... oye, Torvaldo...
HELMER:
Veamos.
NORA
(Jugueteando con los botones de la americana de Helmer, pero sin mirarlo): Si estás decidido a regalarme algo, podrías... podrías...
HELMER: Vamos,
acaba.
NORA (De un
tirón): Podrías darme dinero, Torvaldo. ¡Oh!, poca cosa, aquello de que puedas disponer, con eso me compraría algo.
HELMER: Pero,
Nora...
NORA: ¡Vaya que
sí! Lo vas a hacer, Torvaldito. Te lo ruego. Colgaré el dinero del árbol envuelto en un papel dorado muy bonito. ¿No hará buen efecto?
HELMER: ¿Cómo
se llama el pájaro que está despilfarrando siempre?
NORA: Sí, sí,
el estornino, ya lo sé. Pero haz lo que te digo, Torvaldo; así tendré tiempo para pensar en algo útil. ¿No es lo más razonable, di?
HELMER
(Sonriendo): Si supieras emplear el dinero que te doy y comprar efectivamente alguna cosa, sí, pero desaparece en la casa, se evapora en mil pequeñeces, y luego tengo que volver a aflojar la
bolsa.
NORA: ¡Qué
cosas tienes, Torvaldo!
HELMER: Es la
pura verdad, Norita mía. (Le rodea la cintura con un brazo). El estornino es muy precioso, pero necesita tanto dinero... ¡Es increíble lo que le cuesta a un hombre poseer un
estornino!
NORA: ¡Anda!
¿Cómo te atreves a decir eso? Yo ahorro cuanto puedo.
HELMER: ¡Oh!,
eso es indudable. Todo lo que puedes, sólo que no puedes nada.
NORA
(Tarareando y sonriendo alegremente): ¡Si supieras tú cuántos gastos tenemos las alondras y ardillas!
HELMER: Eres
una criatura original. Lo mismo que tu padre, quien lleno de celo y voluntad se afanaba para ganar dinero, y a ti, como a él, tan pronto como lo tienes, se te escurre de las manos y no sabes nunca a
dónde va a parar. En fin, hay que tomarte como eres. Sí, sí, Nora, esas cosas son hereditarias, indudablemente.
NORA: Bien
quisiera haber heredado muchas cualidades de papá.
HELMER: Yo te
quiero como eres, querida alondra. (Pausa). Pero oye; te encuentro hoy no sé cómo... Tienes una cara así... un poco sospechosa.
NORA:
¿Yo?
HELMER: Sí, tú.
Mírame bien a los ojos. (Nora mira a Helmer). ¿Habrá hecho esta locuela alguna escapatoria a la ciudad?
NORA: No. ¿Por
qué dices eso?
HELMER: ¿De
veras no has metido la nariz de golosa en la confitería?
NORA: No, te lo
aseguro, Torvaldo.
HELMER: ¿No has
olido siquiera los dulces?
NORA: Ni
pensarlo.
HELMER: ¿No has
probado dos o tres almendras?
NORA: ¡Que no!
Torvaldo, te digo que no.
HELMER: Bien,
mujer, bien; te lo digo en broma.
NORA
(Acercándose a la mesa de la derecha): Ni en sueños podría ocurrírseme hacer nada que te desagrade. Puedes estar bien seguro.
HELMER: No, si
lo sé. ¿No me lo has prometido?... (Aproximándose a Nora). Vamos, guárdate tus misterios de Navidad, que nosotros ya los sabremos esta noche, cuando se descubra el
árbol.
NORA: ¿Has
pensado en invitar a comer al doctor Rank?
HELMER: No, ni
hace falta, puesto que ya lo sabe. Sin embargo, lo invitaré cuando venga. He encargado buen vino, Nora; no puedes tú figurarte la alegría y los deseos que tengo de que llegue la
noche.
NORA: Lo mismo
que me pasa a mí. ¡Y qué alegría la que van a tener los niños, Torvaldo!
HELMER: ¡Ah! Es
una delicia pensar que se ha llegado a una situación estable, asegurada, y se dispone con holgura de cuanto se necesita. ¿No es una dicha inmensa pensarlo?
NORA: ¡Oh! Es
maravilloso. Parece un sueño.
HELMER: ¿Te
acuerdas de la última Navidad? Tres semanas antes, te encerrabas todas las noches hasta más allá de las doce, a hacer flores para el árbol de Navidad y a prepararnos otras mil sorpresas... ¡Uf! Es la
época más aburrida de que me acuerdo.
NORA: Pues yo
no me aburría.
HELMER
(Sonriendo): Sin embargo, el resultado fue bastante deplorable, Nora.
NORA: ¡Bueno!
¿Todavía vas a hacerme rabiar con eso? ¿Tengo yo la culpa de que entrara el gato y lo hiciese trizas todo?
HELMER: ¡Claro
que no, Norita! ¿Cómo habías tú de tener la culpa? Tú tenías los mejores deseos de que nos divirtiéramos todos, y eso es lo importante. Pero bueno es que hayan pasado aquellos malos
tiempos.
NORA: Es
verdad; todavía no estoy bien convencida; ¡parece un sueño!
HELMER: Ahora
ya no me aburriré encerrado a solas, ni tú tendrás que atormentar tus hermosos ojos y tus lindas manitas.
NORA (Batiendo
palmas): No, ¿verdad que no, Torvaldo? ¡Qué gusto, Dios mío! (Toma del brazo a Helmer). Ahora voy a decirte cómo he pensado que nos arreglemos, después que pasen las Navidades... (Se oye llamar).
Llaman. (Ordena la habitación). Vendrá alguien. ¡Qué fastidio!
HELMER
(Disponiéndose para entrar al despacho): Si es una visita, acuérdate de que no estoy para nadie.