Cuando comienzas a leer La ciudad de cristal,
tienes la seguridad de estar ante una novela policiaca de corte tradicional: hay un detective, un caso por resolver y una investigación que puede, o no, conducirnos hacia la solución. Sin embargo, en
este caso el detective no es tal, sino que, Daniel Quinn, un escritor que hace poco perdió a su mujer e hijo en un accidente, recibe, por error, repetidas llamadas telefónicas preguntando por una
agencia de detectives. Él intenta aclarar el equívoco, pero al final decide aceptar el caso y se hace pasar por el supuesto detective que, curiosamente, se llama Paul Auster. Esto tiene una
explicación: al autor le ocurrió realmente esto y, aunque él no se hizo pasar por el detective buscado, utilizó ese malentendido para crear esta historia.
Daniel Quinn se hace pasar, pues, por Paul Auster y acepta
el caso que, en un principio, no le parece demasiado complicado, sin embargo, a medida que avanzamos en la lectura, comprobamos que esto no es así. Quinn, que ahora es Auster, Se va involucrando más
y más en el caso y, cuanto más profundiza, menos comprende el misterio que lo envuelve. Da igual que intente organizar los datos mediante la lógica pues, tal como el autor juega con el título,
Ciudad de cristal, donde nos imaginamos un lugar transparente, aunque frágil, en el que todo esté a la vista, resulta, sin embargo, todo lo contrario y nada se ve tan claro como se podría
esperar. Todo es ambiguo, quebradizo y delicado para Quinn y a nosotros, los lectores, nos invade la sensación de que el mundo es un lugar donde la realidad es difícil de entender. Y encima, Quinn,
ve a dos hombres parecidos en la estación y debe decidirse por seguir a uno de ellos, y a partir de ese momento, no tenemos claro si al que vigila es o no el correcto. Así que llega un momento en el
que Quinn está desesperado e intenta descubrir pistas donde no las hay, por lo que incluso piensa que todo puede deberse a una intervención sobrenatural, lo que le conduce, si no lo remedia, a un
rotundo fracaso.
El verdadero argumento de esta novela se concentra en el
análisis psicoanalítico del protagonista, en sus problemas de identidad, en su lucha individual dentro de una esfera donde nada es lo que parece, debatiéndose entre lo que Quinn es capaz de discernir
dentro de su propia personalidad y de las que se imagina representar, y aunque se recrea un yo simbólico con el que pueda identificarse, sin embargo, la realidad le supera, va más allá de sus
propias expectativas dando un giro inesperado a todo el argumento, lo cual aleja a esta historia de lo que, según la concepción tradicional, sería una novela policiaca
convencional.
Intentaremos explicarlo:
Daniel Quinn es un autor de historias de detectives que se
encuentra en una difícil y profunda crisis porque ha perdido a su esposa e hijo y todavía está en el proceso de admitirlo y de llenar su vacío existencial, lo cual le dificulta para escribir, (hasta
aquí es lo real). Esto decide hacerlo bajo una segunda identidad, la de William Wilson, con la que firma sus últimos libros, no para esconder su verdadero nombre, sino para alejarse de su pasado al
trabajar bajo una identidad ficticia que nada tenía que ver con él yo anterior y, al mismo tiempo, no sentirse responsable de lo que escribe, de esa manera puede seguir creando (y esto podría
considerarse un estado simbólico). Sin embargo, no todavía contento con esto, se crea otra identidad, la de Max Work, el protagonista de las novelas que escribe bajo el seudónimo de William Wilson, y
como Quinn, tras la tragedia sufrida, ha cortado la mayoría de sus relaciones sociales, es a través de Max Work como vive la vida que ha abandonado, aunque sea sobre el papel (este sería el estado
imaginario). Pero, cuando decide aceptar el trabajo de investigación que iba destinado a un tal Paul Auster, quizá en un último intento de huir de una vida sin sentido aferrándose a un mundo de
ficción, lo real, lo imaginario y lo simbólico se mezclan borrando los límites y creando un caos que le impide ver con claridad. Si la misión de un detective es ordenar los elementos que le ayuden a
resolver el caso, nada más opuesto a esto que una perspectiva mental totalmente fuera de lo racional. Por ello parece bastante lógico que, en un momento de la novela, el protagonista se compare con
Don Quijote.
Aunque parece un laberinto sin salida, Auster tiene la
capacidad de ir acompañando a sus lectores mostrándoles los datos con claridad para que se vayan haciendo sus propios mapas mentales y vivan, en primera persona, las sensaciones y los sentimientos de
los protagonistas.