La picaresca fue un invento literario del Siglo de Oro
español que pronto copiaron en el resto de Europa, pero la picaresca social es tan vieja como el ser humano, sobre todo a partir del momento en que todo dejó de ser de todos para pasar a manos de
unos pocos, y muchos de aquellos que se quedaron sin nada tuvieron que apañárselas con la única arma de su ingenio para poder seguir viviendo un día más.
No tenemos la certeza de que El lazarillo de Tormes
o El buscón estuvieran basados en personajes reales, pero este sí parece ser el caso de Un saco de canicas, donde Joseph Joffo plasmó sus memorias de cuando era un niño judío de
diez años huyendo con su hermano Maurice, dos años mayor que él, a través de la Francia ocupada por los nazis. Y al igual que ha ocurrido en múltiples ocasiones en el sistema educativo español con el
Lazarillo, las aventuras de los dos hermanos también se han incluido en los programas de literatura francesa para los niños.
El título llama la atención porque las canicas solo aparecen
al principio del libro, justo cuando los dos pequeños, de regreso a su casa con su tesoro recién conquistado en justa lid callejera rebosando en los bolsillos de Maurice, se dan de bruces con la
cruel realidad: los nazis y el antisemitismo. La familia Joffo encontró refugio en París tras huir de los pogromos contra su raza en Rusia y Europa del Este a principios del siglo XX. Un hecho que
venía ocurriendo desde antiguo en toda Europa y que en aquellos momentos se volvía a repetir.
Y en ese mundo incomprensible, esas pequeñas esferas
aparecen como un símbolo del vínculo entre los dos hermanos, pues Maurice, tras desplumar a todos los chiquillos de la calle y al propio Joseph, le devuelve a éste la canica porque “un hermano es
alguien a quien se le devuelve la última canica que se le ha ganado”, esa que más se estimaba pues parecía representar el globo terráqueo y el pequeño Jo, cuando la apretaba en su puño, creía
tener el mundo en sus manos. Ese vínculo entre ellos será el tema central de la novela y la fuerza que les permitirá sobrevivir a las duras pruebas que se le
avecinan.
La bolsa repleta de canicas aparece en el capítulo tres,
donde los hermanos han ido al colegio con la estrella amarilla de David cosida en sus chaquetas por primera vez y sus compañeros les insultan, por lo que se pelean en el patio. Sin embargo, Zérati
está obsesionado con esa estrella y le propone a Joseph un intercambio: su bolsa de tela repleta de canicas por la estrella. Joseph ni se lo piensa y arrancándose la denigrante divisa, acepta el
canje… y en ello, quizá, se puedan ver reflejados los futuros actos de bondad que los hermanos encontrarán a lo largo de su viaje por Francia. De esta forma, las canicas juegan un doble papel en la
historia: por un lado, el inmenso poder de la fantasía de Joseph, quien tiene, de esa forma, al mundo bajo su dominio a pesar de su juventud y fragilidad, y por el otro, la solidaridad que permitirá
a los dos hermanos sobrevivir a los años oscuros de la ocupación nazi.
Y ya no aparecen más canicas en todo el libro, tal vez
porque a partir de ese momento en que tuvieron que partir, los dos niños dejaron atrás su infancia y se enfrentaron a un mundo duro, cruel y sin sentido en el que no había tiempo para otros juegos.
En conclusión, se podría afirmar que el título, Un saco de canicas, es el símbolo de la infancia perdida.
La historia comienza en 1941, cuando Francia estaba bajo
ocupación alemana, en París, donde Joseph, el narrador de la historia, contaba entonces con tan solo 10 años y era el más pequeño de una familia judía de cinco hijos, de los cuales cuatro vivían en
la casa familiar en el distrito 18. Su padre y sus dos hermanos mayores, Albert y Henri, regentaban una peluquería; su madre se ocupaba del hogar, mientras Joseph, con su hermano
Maurice, de doce años, todavía seguían en el universo de la despreocupación y la alegría de la infancia. Un mundo sencillo y agradable que poco a poco irá desapareciendo a causa de las leyes
racistas del Tercer Reich contra los judíos que cada día son más numerosas y restrictivas. Ante esta creciente presión sobre la población judía los hermanos mayores se marchan a la zona libre y,
más tarde, los padres envían a los dos niños a reunirse con Albert y Henry. Entonces comienza un largo viaje plagado de trampas para Maurice y Joseph, quienes, confiando tan solo en sus propios
medios, tendrán que avanzar a toda costa a través de la Francia ocupada, donde la amenaza alemana nunca está lejos ...
Como novela autobiográfica, Un saco de canicas
describe por boca de su autor una increíble aventura que, aunque escrita varios años después, conserva la frescura de aquel niño que era en el momento de los hechos. Este viaje les hace crecer
mucho más rápido que a los otros niños, pues deben aprender a satisfacer sus propias necesidades, evitando que los alemanes los detuvieran. Tenían que pensar antes de actuar, meditar las
consecuencias de sus actos y sopesar las diferentes posibilidades, lo que les hace cada vez más ingeniosos, aprendiendo de sus errores a una edad en que lo normal es tener otras preocupaciones mucho
más livianas.