Mis amigos los libros:

El país de las últimas cosas, de Paul Auster

Según Paul Auster el final del mundo llegará lentamente, en una pesadilla de disolución y decadencia…

Un trabajo de…

Esta es una ciudad sin nombre y en ella se levanta un edificio un día para desaparecer al otro. Desaparecen calles enteras y la gente se ve obligada a dormir en las cunetas, sufriendo las inclemencias de un clima que se ha vuelto errático e incierto y los caprichos de los viciosos recolectores de peajes que cobran por cruzar los escombros. La comida escasea y se forman grandes filas con tan solo oír el rumor de que en algún lugar hay algo para comer o unas simples hojas de periódico con que mantener el calor corporal. Lo único cierto es la muerte, cuyo hedor reina sobre la ciudad.

 

La joven Anna Blume llega a esta ciudad en busca de su hermano William que parece haber desaparecido ejerciendo su labor de periodista y ella escribe una larga carta a un amigo desconocido contándole todo lo que le ocurre. En eso consiste la novela. En ella describe su aprendizaje en el arte de la supervivencia, los métodos que utiliza para evitar a los peligrosos recolectores o los timos de los vendedores de cartones para la comida. Y Anna se maravilla de que en un mundo así sigan existiendo los sentimientos de compasión y dolor. Anna se convierte en una cazadora de objetos con los que puede ganarse algo vendiéndolos, pues en aquella sociedad no se fabrica nada nuevo y por eso las “últimas cosas” son la única mercancía existente. En ese mundo sí se puede afirmar que cualquier tiempo pasado fue mejor.

 

Sin embargo, Anna no dice casi nada sobre la causa de que ese mundo se vaya destruyendo lentamente, solo alguna vaga referencia a “los Problemas”. Tampoco se lamenta de la constante pérdida de vidas humanas, ni intenta moralizar sobre si esta situación se podría haber evitado, pues ella mantiene la esperanza de poder regresar a su mundo todavía perfecto donde aún imperan las leyes, la familia y las normas económicas. Anna todavía se considera una simple visitante a ese país del fin del mundo.

 

Pero ¿de verdad nos parece extraña la postura de la protagonista? No debería ser así, pues todos los días, si abrimos bien los ojos y la mente, podremos ver a personas con una situación difícil por quedarse sin hogar, o la violencia gratuita de pandillas organizadas, o multitud de gobiernos represivos y paladines de la desinformación, o a niños muriendo de hambre, o a gente esclavizada, golpeada, excluida simplemente por haber salido de su tierra en busca de algo mejor. Y eso no es una visión extravagante del futuro, sino realidades actuales.

 

Y si nos fijamos, las estrategias para sobrevivir de las que Anna es espectadora en la novela no son sino ironías sobre la sociedad contemporánea: El suicidio imaginativo de los Runners, quienes se someten a duros entrenamientos para correr a gran velocidad en grupo, un día señalado, hacia su muerte. Los ricos que se recluyen en las llamadas Clínicas de Eutanasia, donde morirán, tras semanas de euforia inducida mediante drogas, en un sueño de felicidad. Los famélicos personajes que rellenan sus ropas con papeles para parecer más gordos y no pasar la vergüenza de mostrar al resto su hambre. Los muertos no pueden ser enterrados, bajo pena de duros castigos, pues sus cuerpos son empleados para producir energía. O los denominados Smilers, cuyo buenismo les lleva a pensar que todo, desde la economía hasta el clima, mejorará con tener simplemente pensamientos positivos. O cuando Anna busca zapatos y es llevada mediante engaños hasta un matadero humano del que escapa en el último momento… ¿No son estos algunos ejemplos de estrategias de negación de mentes autoconservadoras ante su propia impotencia?

Pero no todo parece estar perdido, nos dice Auster, pues los sentimientos de amor y compasión también juegan un papel importante en la novela. Como la relación de Anna con la frágil anciana Isabel y su esposo Ferdinand, quien no ha salido en años de su apartamento y dedica su tiempo en hacer pequeños barcos dentro de botellas, convirtiéndose ella en su proveedora hasta la muerte de ambos. Y otras relaciones de amor y amistad que irá teniendo a lo largo del tiempo.

 

Realmente, El país de las últimas cosas es una metáfora de un estado interior decadente de cada uno de nosotros, no es tanto un colapso social sino individual, representa esos momentos de desesperación en los que perdemos de vista la perspectiva de futuro. De ahí la inestabilidad del clima: tan pronto el sol abrasa como seguidamente nieva, lo que se identifica con la inestabilidad de nuestro mundo interior. Así mismo, esta historia se relaciona con el mundo de los sueños, donde los recuerdos son materia para crear esperanzas y lo irracional domina a lo racional. Pero en esta ciudad el arte está muerto y la humanidad no puede crear nada nuevo y los libros son combustible para las estufas, siendo la carta que Anna está escribiendo la única realización artística que queda en ese mundo y, aún así, no está segura de que alguien pueda leerla alguna vez.

Gracias por leernos...

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