Carmen Posadas sabe de lo que habla en su novela pues,
siendo hija de un diplomático uruguayo en la embajada de su país en España (aunque también estuvo en la de Argentina, Inglaterra y Rusia), donde cursó estudios en el British Institute y en el Colegio
Santa María del Camino, aunque su rendimiento académico parece que no fue para redoble de campanas, y habiendo estado casada, en primeras nupcias, con el financiero Rafael Ruiz del Cueto, por
quien abandonó sus estudios en la Universidad de Oxford y con quien tuvo sus dos hijas (boda al más puro estilo ruso, perpetrada en Moscú, donde no faltó ni la tradición de depositar un ramo de
flores en la tumba de Lenin), y con Mariano Rubio, el famoso economista y gobernador del Banco de España entre 1984 y 1992, en segundas nupcias, previo divorcio del primero, claro está, Carmen tuvo
tiempo y ocasión de conocer perfectamente ese mundillo del que habla en su novela.
El caso es que las historias de las tres mujeres
protagonistas sirven perfectamente para estructurar parte de la historia reciente de España: desde la posguerra hasta la actualidad, dejando en evidencia lo que todos sospechábamos: que en aquella
España en blanco y negro, de misa diaria, de recato, de cuaresmas, de pecado confesado y procesiones, había algunos españoles que se lo pasaban muy bien… Claro, que luego se le ocurrió a Franco hacer
ministros a los tecnócratas y se colaron algunos elementos de la clase media en los fríos pasillos de la endogamia de la clase alta… Los toreros no cuentan, pues esos siempre daban cierto prestigio
patrio a la fiesta que se preciara.
Aunque no es una novela histórica, la historia es una más de
las protagonistas; tampoco es un ensayo político, pero la política y sus agentes tienen un papel importante en ella, desde ministros franquistas, hasta maquis y revolucionarios, desde activistas de
izquierda a gerifaltes de la derecha; ni tampoco es un análisis sociológico, sin embargo, explica a la perfección la evolución vivida en España durante aquellas tres o cuatro últimas décadas del
siglo XX, y, sobre todo, no es una novela feminista, pero reivindica a gritos el papel imprescindible, la inteligencia indispensable y las armas de mujer vitales para el buen funcionamiento de
cualquier sociedad que se precie.
Otro punto interesante de esta novela es comprobar la
importancia de la mentira en nuestras vidas: la mentira ha llegado a ser algo obligatorio, incluso urgente, tristemente inevitable y, sobre todo, inexcusable. Nadie es quien dice ser. Todo el mundo
se calla algo, lo esconde o lo disfraza, maquilla el pasado y, muchas veces, se lo cree porque el silencio, ese tenaz aliado, lo entierra en lo más profundo del olvido. Pero ¿sería realmente
habitable un mundo donde todos dijéramos siempre la verdad?...
Beatriz no habla de su pasado, forjándose una biografía
mediante las exclusivas a las revistas del corazón y a otros medios de comunicación que procuran la catarsis o, en su defecto, el consuelo al pueblo. La familia ni se lo plantea, ella es así y punto,
¿para qué darle más vueltas? Pero a veces aparece la mosca cojonera que no descansa hasta dar la vuelta a las cosas y levantar las alfombras para ver el polvo que había ocultado durante tanto tiempo.
Esa es su hija pequeña, Gadea. Dicen que la verdad nos hará libres, pero ¿a qué precio?...
La maestra de títeres
es una novela bien construida, bien documentada y con cierto aire de nostalgia. Escrita con
un lenguaje claro, directo y cuidado que llega con facilidad a quien la está leyendo, va metiéndonos en la trama de mano de las tres protagonistas, primero con suavidad, más que lentitud, y creciendo
en la intriga a medida que pasamos los capítulos, cuyo tránsito resulta ameno gracias a la ironía, a veces sutil y otras incisiva, pero siempre latente.