Hay quien, además de El nombre de la rosa, compara
1793 con El perfume, de Patrick Süskind y a sus protagonistas, Cecil Winge y Mickel Cardell con Sherlock Holmes y Watson. Es mucho comparar, sin embargo, no dudo que algo haya de
todo ello en esta novela, la cual comienza en una desapacible mañana otoñal en un suburbio de la capital sueca allá por 1793. Mikel Cardell, un antiguo soldado reconvertido a vigilante a causa de
haber perdido un brazo en defensa de su rey en la guerra contra Rusia, se incorpora de la mesa de un sucio bar sobre la que estaba tumbado tras una larga noche trasegando bebida barata y rumiando su
amargura. Al poco de salir a la calle, descubre lo que parece un cadáver flotando en el lago que sirve de depósito de los desechos industriales y humanos de aquella parte de la ciudad. Una vez fuera
del agua, se da cuenta de que el cuerpo está terriblemente mutilado: le faltan los cuatro miembros, los ojos y la lengua, y parece ser de un hombre joven y, por su propia experiencia, Cardell observa
que las amputaciones no se han infligido post mortem, sino que han sido realizadas de una manera meticulosa, terriblemente dolorosa y angustiosa, intentando mantener con vida varios meses a
la desventurada víctima. Nada se sabe de la identidad del muerto y mucho menos del asesino.
El jefe de policía, que no se encuentra en su mejor momento
profesional, se siente presionado por todas partes y no encuentra otra solución que intentar convencer a Cecil Winge, un abogado racional, quien piensa que todo se puede resolver con la fuerza de la
mente, para que se haga cargo de la investigación del asesinato. Este, a pesar de estar en los últimos estadios de una tisis que le debilita más cada día y acabará por llevárselo, accede al encargo y
le pide a Cardell, un hombre atormentado por los fantasmas del pasado, que le ayude.
La Estocolmo del siglo XVIII es una ciudad sumida en la
pobreza, la pestilencia y la paranoia política, la vida es precaria, impredecible y de escaso valor, sobre todo en los tugurios empobrecidos, donde ejercen su trabajo las prostitutas sifilíticas y
los prestamistas avariciosos, mientras se pelean los soldados y los mendigos borrachos entre colinas de excrementos humanos amontonados. Estancada en la bancarrota tras años de brutales
enfrentamientos con potencias extranjeras, la ciudad está en manos de una élite corrupta y egoísta, mientras que el rey sueco ha sido asesinado por una camarilla de aristócratas y sobre ellos se
cierne el temor de que la reciente revolución francesa se contagie entre las clases bajas y la burguesía.
Este es el escenario donde Natt och Dag desarrolla su oscura
historia en la que los dos protagonistas se sumirán, sin más herramientas que sus sentidos y sus razonamientos, para poner al descubierto un misterio que les conducirá hasta dos personajes
aparentemente desconectados: un aprendiz de cirujano atraído hacia las deudas y la depravación y una jovencita condenada a un centro penitenciario donde los sádicos guardias obtienen placer sexual de
las atormentadas reclusas.
El resultado es una historia de misterio e intriga con
cierto ambiente de novela gótica y cine gore donde aparecen escenas escalofriantes mezcladas con otras enraizadas en la picaresca, en una frenética sucesión de desgarradoras batallas navales,
ejecuciones públicas fallidas, salvajes latigazos, manos quemadas… ningún horror nos ahorra el autor, detallándolo todo con su prosa firme y poderosa. Un mundo de traiciones, falsedades y perversión
donde la confianza, la inocencia, ternura y la belleza solo pueden ser pequeños destellos que rápidamente se apagan en una sociedad de alimañas sedientas de sangre que se hacen pedazos las unas a las
otras en su lucha constante por el poder.
En conclusión, 1793 es una novela que no nos puede
dejar indiferentes a causa de su exploración en las profundidades de la depravación humana y de sus digresiones históricas, algo que nos pondrá a prueba y nos hará revisarnos interiormente para
conocer mejor nuestros instintos analizando las propias reacciones.