La tristeza es una emoción
básica del ser humano, aunque también muchos otros seres del reino animal sean capaces de sentirla, consistente en un estado afectivo doloroso provocado por un decaimiento espiritual y expresado
mediante un abatimiento físico, extremada dejadez y, con frecuencia, el llanto; suele ser una consecuencia algo puntual a causa de no haber logrado alguna expectativa o por algún suceso imprevisto
que nos ocasiona un fuerte sufrimiento, aunque también puede deberse a trastornos de nuestro estado de salud.
Etimológicamente, tristeza
viene del latín ‘tristitia” (derivada del adjetivo ‘tristis’ más el sufijo ‘ia’), que tenía las siguientes acepciones: tristeza, mal humor, amargura, severidad, penumbra…
Sus sinónimos más cercanos son: congoja, desconsuelo, abatimiento, angustia, desolación, ahogo, desesperación, desánimo, pesimismo…
Se rumorea que cuando eres feliz,
disfrutas de la música, pero que no entiendes la música hasta que no te gana la tristeza; puede ser… También se comenta que no escribes un buen poema si no es desde el fondo del pozo de la angustia y
la soledad; quizá sea cierto… Pero lo que sí puedo afirmar es cuánto he añorado mis pequeños momentos de paz en mis tiempos de dolor y hasta qué punto he valorado mis explosiones de felicidad desde
mis profundos valles de tristeza. ¿Han sido realmente necesarios el dolor y la tristeza para que supiera apreciar la paz y la felicidad?... Pues sí, categóricamente, sí.
Los humanos adoramos tanto la
comodidad que sacrificamos en ella la razón y llegamos a pensar que todo nos viene de serie, dejando automáticamente de esforzarnos. Si no existieran el dolor y la tristeza, nos convertiríamos en
unos patéticos seres rebosantes de hastío, melancolía y desidia. De todos es sabido que no distinguiríamos la luz sin la oscuridad.
Pero, llegados a este punto, mejor
será que demos paso a otras voces más autorizadas para que nos definan esta expresión.