Mezclando colores:

William-Adolphe Bouguereau y la pintura comercial.

A pesar de todo lo que está escrito en sentido contrario, un artista solo reproduce lo que encuentra en la naturaleza – saber ver y captar lo que ve – ahí está todo el secreto de la imaginación. (Bouguereau).

Un trabajo de… 

William-Adolphe Bougureau (1825 – 1905) fue un pintor francés, encuadrado entre el neoclasicismo y el naturalismo, que llegó a ser la figura dominante de la pintura academicista de su país durante la segunda mitad del siglo XIX. Cursó estudios en la Ècole des Beaux-Arts de París durante cuatro años, al cabo de los cuales recibió la beca Gran Prix de Rome, por lo que marchó a la capital italiana para continuar sus estudios con veinticinco años de edad. A su regreso a Francia, una vez acabada su preparación, se hizo bastante popular con sus pinturas mitológicas y alegóricas, aunque los ingresos le llegaban por medio de sus retratos, gracias a su técnica realista impecable y sus perfectos acabados, a consecuencia de ello recibió muchos honores mientras iba avanzando en su carrera. Sus obras comenzaron a exponerse con regularidad en el Salón de París, la exposición anual que organizaba la Academia de Bellas Artes parisina y que llegó a ser el acontecimiento artístico más importante del mundo, convirtiéndose en el pintor francés más famoso de su época. Era un gran defensor de la ortodoxia oficial en la pintura y su opinión fue decisiva para que se excluyeran de esa bienal las obras de los pintores impresionistas y experimentales que se iban abriendo paso entre la supremacía de lo tradicional. En 1876 fue nombrado miembro de la Academia de Bellas Artes de Francia, ejerciendo una amplia influencia, tanto en su país como en el exterior, especialmente en los Estados Unidos, sin embargo, en la actualidad se le considera un artista que trataba la forma humana en sus pinturas de una forma bastante pulida, pero muy convencional y buscando su beneficio comercial. En su último periodo pintó composiciones religiosas en estilo prerrafaelista y decoró las capillas de varias iglesias parisinas. 

En sus comienzos, la gran ambición de Bouguereau era ganar el Gran Premio de Roma que, como ya hemos indicado, consistía en una beca patrocinada por la Academia Francesa orientada a jóvenes artistas para poder estudiar en la Villa Medici de Roma. Tras dos intentos fallidos, logró su objetivo con una pintura de tema histórico, Zenobia encontrada por pastores a orillas del Arax (1850), basándose en un tema anterior del también pintor francés Nicolás Poussin. Este cuadro marcaría un punto de inflexión en la carrera de Bouguereau.

Ese mismo año realizó Dante y Virgilio en el infierno, una obra basada en la secuencia Inferno, del Canto XXX, de la Divina comedia de Dante Alighieri (1308-20), secuencia en la que Dante y su guía Virgilio (ambos aparecen en segundo plano en el cuadro observando la escena) se encuentran con las almas de los estafadores, por lo que en la imagen podemos observar, en primer plano, a Capocchio, un amigo de Dante que fue quemado en la hoguera acusado de alquimista, quien está siendo atacado por Gianni Schicchi, también contemporáneo de Dante y que se había hecho pasar por un hombre muerto con la intención de quedarse con su herencia, mientras por el fondo flota un demonio y otras almas se retuercen por el suelo. La obra obtuvo importantes elogios de la crítica, sin embargo, Bouguereau no volvió a utilizar motivos de Dante ya que, según sus propias palabras: “lo horrible, lo frenético y lo heroico no se paga bien”. Y es que Bouguereau poseía una actitud claramente pragmática sobre sus pinturas sentimentales, las cuales producía con una eficiencia de fábrica, por lo que estaban orientadas hacia el mercado de la clase media y alta que adoraban las imágenes de estilizada belleza femenina, excitante mitología, vida rural e inocencia infantil.

En 1956, su prestigio se vio reforzado por un encargo del emperador Napoleón III, y no tuvo ningún reparo en realizar una obra descaradamente propagandística para destacar las visitas, supuestamente humanitarias, llevadas a cabo por el emperador francés a las zonas devastadas por las inundaciones de los valles del Ródano y del Loira, a la que le puso por título: Napoleón III visitando las inundaciones de Tarascon.

Por estas fechas, Buguereau inició una relación con una de sus modelos, Nelly Monchablon, de 19 años de edad, con la que tendría tres hijos antes de casarse en 1866, y otros dos a partir de entonces. Desde ese momento, Nelly sería su modelo más retratada, como veremos en el siguiente cuadro.

En 1875 Bouguereau sufre una traumática pérdida con la muerte de su hijo adolescente George, hecho que le llevó a crear una serie de obras religiosas monumentales, como es el caso de Piedad, realizada al año siguiente, basándose en la escultura del mismo nombre del renacentista Miguel Ángel, y en la que se muestra a la Virgen María de luto acunando a su hijo y suplicando con la mirada al espectador que se apiade de su dolor. Sobre la cabeza de ambas figuras aparecen aureolas doradas semejantes al pan de oro de los iconos renacentistas, mientras que un grupo de ángeles rodea la escena.

El nacimiento de Venus (1879), inspirada en dos obras maestras del Renacimiento: El triunfo de Galatea de Rafael, de la que sacaría el halo envolvente de querubines, y El nacimiento de Venus de Botticelli, del que extraería el seductor. En la pintura vemos como la diosa del amor y la belleza emerge de la espuma del mar sobre una concha, mientras una bandada de ninfas, querubines (putti) y tritones la rodean, sin embargo, la imagen de la diosa se diferencia de las renacentistas en la acentuación de sus curvas y el gesto coqueto de ajustarse el cabello. Al mismo tiempo, los colores pastel fríos evocan la atmósfera húmeda del mundo marino.

El desnudo femenino resultó bastante productivo para Bouguereau a lo largo de su carrera. En composiciones de grupo o mostrando una única figura, disponía los cuerpos en poses evocadoras que aludían a la mitología, aunque no se refiriesen directamente a ningún personaje en concreto, o a alguna historia literaria, lo que les dotaba de un amplio sentido clasicista y poético. Su dominio de la línea y el manejo de sutiles contrastes de color, contribuyeron no solo a la belleza sinuosa de las figuras, sino también a la representación de la atmósfera que les rodeaba.

Uno de los ejemplos más representativos de ello es el Amanecer (1881), el primero de cuatro estudios de desnudos cuya serie fue titulada Tiempos del día y que incluía, además de este, Anochecer (1882), Noche (1883) y Día (1884). En el que aquí mostramos, una figura femenina desnuda baila ingrávida sobre la superficie de un estanque, estirando la mano para oler un lirio que acuna suavemente en su brazo. Los tonos fríos de su piel combinan con los colores suaves de las primeras horas de la mañana, mientras que un drapeado diáfano se arremolina a su alrededor, dándole al conjunto un efecto sobrenatural. Toda la serie fue vendida en los Estados Unidos.

Otro ejemplo bien conocido lo tenemos en Una niña defendiéndose de Eros, donde una muchacha de cabello oscuro empuja a un querubín que intenta perforar su pecho con una flecha. Es una coqueta pelea entre los dos donde el estira y afloja entre ambos parece más un juego que una resistencia real por parte de la niña, la cual muestra sus pechos desnudos de una forma atrevida, aunque no sin cierta inocencia, al haberse resbalado su paño, otorgando a la un pintura un morboso atractivo voyerista.

Por este tipo de pinturas, Bouguereau adquirió una reputación de libertino entre algunos de sus colegas y críticos de arte, aunque a él nunca pareció importarle, primero porque la calidad de sus representaciones de la figura humana eran evidentes, además de su dominio del contraste de los tonos y del paisaje, y segundo, porque estas obras le proporcionaban pingües beneficios.

Con la década de 1880 llega con fuerza el movimiento naturalista y Bouguereau se estrena en él con la obra Las recolectoras de nueces (1882), que representa a dos niñas descansando en un claro cubierto de hierba. Una sostiene un puñado de nueces, mientras que la otra parece estar compartiendo un secreto. Esta es una pintura que podríamos encuadrar dentro de sus trabajos sobre las escenas cotidianas de la vida en el campo, donde el tema de las mujeres toma una gran relevancia. Sin embargo, si hay que ponerle un pero, es que sus ropas, aunque sencillas, aparecen demasiado limpias para estar trabajando en el campo, algo que no concordaba con el movimiento naturalista, el cual propugnaba representar todo como era en realidad, este pequeño defecto lo subsanará Bouguereau en sus siguientes obras.

Lo dicho anteriormente lo podemos comprobar en La joven pastora (1885), donde vemos a una niña, sola, al frente de un extenso prado, que mira al espectador con leve curiosidad y simpatía, sin apartar la mirada, girando su cuerpo con aire de decoro, mientras cuida de su rebaño. Estas obras rústicas de Bouguereau resultaron muy populares entre los coleccionistas. Para este cuadro utilizó a una niña italiana inmigrante en La Rochelle, donde Bouguereau y su familia pasaban los veranos, la cual fue contratada por él, a cambio de un sueldo mensual, para realizar tareas domésticas además de posar como modelo.

La obra de Bouguereau, con sus más de ochocientos cuadros, fue denostada y posteriormente olvidada con la llegada del impresionismo y las tendencias vanguardistas. Es cierto que él pintaba para el mercado y realizaba aquello que las clases media y alta demandaban, pero eso no debe hacernos olvidar su gran destreza en este arte y su pasión por formar a nuevos talentos jóvenes, sobre todo, a mujeres artistas. A finales del siglo XX surgió un nuevo interés por la obra de Bouguereau, alcanzando altos precios en las subastas y circulando entre colecciones privadas, así como siendo utilizadas para carteles, postales o calendarios, con imágenes tan conocidas como Cupido y psique (El primer beso) (1890).

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