La pintura que nos ha servido de referencia es la titulada
El amor de Cupido y Psique, pintada por el artista flamenco Jacques Jordaens entre 1640 y 1650 y que se expone en el madrileño Museo del Prado, en la Sala 016B, en un óleo sobre lienzo sobre
tabla de 131 x 127 cm. Sin embargo, esta pintura fue inicialmente conocida como El baño de Diana o Diosas y ninfas después del baño, pero actualmente se afirma que este cuadro
representa el baño de Psique, acompañada por algunas diosas y ninfas, que antecede a la boda con el dios del amor, señalando a Psique como la joven que tiende sus brazos hacia el joven alado, que
sería Cupido, y ello vendría avalado por la presencia de la diosa del matrimonio, Juno, en la figura de los pavos reales.
Cupido era el dios del amor en la mitología romana, hijo de
Venus, la diosa de la belleza, y de Marte, el dios de la guerra. Se le representaba como un niño alado que disparaba flechas a los mortales y a los dioses para hacerlos enamorarse. Su equivalente en la mitología griega era Eros, hijo
de Afrodita y Ares. Cupido era travieso y caprichoso, y a
veces causaba confusión y problemas con sus flechas.
Por su parte, Psique era una princesa de una belleza
incomparable, que despertaba la admiración de todos los hombres, pero también la envidia y el celo de Venus, la diosa del amor. Esta, furiosa por el desdén que le mostraban sus fieles, envió a su
hijo Cupido a hacer que Psique se enamorara del ser más horrible y despreciable del mundo. Sin embargo, Cupido, al verla, quedó prendado de ella y decidió desobedecer a su
madre.
Cupido llevó a Psique a un palacio encantado, donde la
visitaba cada noche, pero sin dejarse ver nunca. Le pidió que confiara en él y que no intentara descubrir su identidad, pues si lo hacía, perdería su amor para siempre. Psique aceptó esta condición,
pero pronto se sintió sola y curiosa por conocer a su misterioso esposo.
Un día, sus hermanas la visitaron y le llenaron la cabeza de
dudas y sospechas. Le dijeron que quizás su misterioso amado era un monstruo terrible que quería devorarla, y que debía aprovechar la noche para alumbrar su rostro con una lámpara y matarlo si era
necesario. Psique, influenciada por sus palabras, siguió su consejo y encendió una luz mientras Cupido dormía.
Entonces vio que no era un monstruo, sino el dios más bello
y hermoso que jamás había visto. Quedó tan fascinada que no se dio cuenta de que una gota de aceite cayó sobre el hombro de Cupido, quien se despertó sobresaltado. Al ver que Psique había roto su
promesa, se sintió traicionado y le dijo que ya no podía estar con ella. Acto seguido, voló por la ventana y desapareció.
Psique quedó desconsolada y se arrepintió amargamente de su
imprudencia. Se lanzó tras él, pero no pudo alcanzarlo. Entonces decidió buscarlo por todo el mundo, preguntando a todos los seres vivos si sabían dónde estaba. Nadie pudo ayudarla, excepto la diosa
Ceres, quien le dijo que debía someterse a la voluntad de Venus si quería recuperar a su amado.
Psique se presentó ante Venus, quien la recibió con ira y
desprecio. Le impuso cuatro tareas imposibles de realizar, con la intención de
hacerla fracasar y sufrir. La primera fue separar un montón de granos mezclados en diferentes tipos; la segunda fue conseguir un poco de lana dorada de unas ovejas salvajes; la tercera fue llenar una
jarra con el agua de un río peligroso; y la cuarta fue bajar al inframundo y traer un poco de la belleza de Perséfone, la reina de los muertos.
Psique logró cumplir las tres primeras tareas con la ayuda
de algunos animales y seres mágicos que se compadecieron de ella. Sin embargo, cuando iba a realizar la última tarea, cometió otro error fatal. Abrió la caja que contenía la belleza de Perséfone,
movida por la vanidad de querer ser más hermosa para Cupido. Pero en lugar de belleza, lo que salió fue un sueño profundo que la sumió en un estado parecido a la muerte.
Cupido, que había sanado su herida y seguía amando a Psique,
se enteró de lo ocurrido y fue a rescatarla. Le quitó el sueño de los labios con un beso y le devolvió la vida. Luego voló con ella hasta el Olimpo, donde pidió a Júpiter que intercediera por ellos
ante Venus. El padre de los dioses accedió a su petición y convirtió a Psique en una diosa inmortal. Así Cupido y Psique pudieron casarse y vivir felices para siempre.
El mito de Cupido y Psique es una alegoría del amor
verdadero que triunfa sobre las dificultades y los obstáculos. También es una enseñanza sobre la importancia de la confianza, la fidelidad y el respeto en una relación. Además, simboliza la unión del
alma humana (Psique) con el amor divino (Cupido), que eleva al ser humano a un plano superior.
El origen del mito de Cupido y Psique se remonta a la
antigüedad clásica, pero la versión más conocida y completa es la que nos ofrece el escritor romano Lucio Apuleyo en su obra Metamorfosis o El asno de oro, escrita en el siglo
II d.C. En esta novela, Apuleyo narra las aventuras de un hombre que se transforma en asno por culpa de la magia, y que escucha el relato del mito de Cupido y Psique como una de las historias que le
cuentan para entretenerlo.
El mito de Cupido y Psique tiene influencias de otras
fuentes literarias y mitológicas anteriores, como el poema griego La Etiópida de Arctino de Mileto, que cuenta la historia de una princesa etíope llamada Andrómaca que se casa con
un dios alado llamado Memnón; o el poema latino Las metamorfosis de Ovidio, que relata las transformaciones de diversos personajes mitológicos por amor o
castigo.
También se ha sugerido que el mito de Cupido y Psique tiene
un trasfondo religioso y simbólico, relacionado con los antiguos ritos de iniciación o misterios que buscaban la unión del alma humana con la divinidad. Así, Psique representaría el alma humana
que debe pasar por diversas pruebas para alcanzar la inmortalidad y el amor divino, representado por Cupido.
Cupido es uno de los símbolos más populares del Día de San
Valentín, el día dedicado al amor y a los enamorados. Se cree que su imagen se relaciona con esta celebración porque en la antigüedad se festejaba el 15 de febrero las Lupercales, unas fiestas
romanas en honor al dios Fauno Luperco, protector de los pastores y los rebaños. Durante estas fiestas, los sacerdotes sacrificaban un macho cabrío y un perro, y con la piel del animal hacían unos
látigos con los que golpeaban a las mujeres que querían quedar embarazadas. Se pensaba que este ritual les otorgaba fertilidad y facilitaba el parto. También se realizaba una especie de sorteo en el
que los jóvenes escogían al azar el nombre de una mujer con la que pasarían el resto de la fiesta. Estas costumbres fueron prohibidas por el papa Gelasio I en el año 494 d.C., quien estableció el 14
de febrero como el día de San Valentín, en honor a un mártir cristiano que casaba a las parejas en secreto cuando el emperador Claudio II lo había prohibido. Así, se sustituyó el carácter pagano y
erótico de las Lupercales por uno más romántico y cristiano. Cupido se convirtió entonces en el icono del amor romántico, al asociarse con las flechas del destino que unían a las parejas. También se
le vinculó con la imagen de un ángel, por su aspecto inocente y celestial. Hoy en día, Cupido sigue siendo una figura muy presente en la cultura popular, especialmente en el arte, la literatura y el
cine.