Cada minuto miraba el reloj, pero sólo había pasado un minuto… La mesa preparada y su mirada perdida entre la vajilla cercana e íntima hasta ahogarse en la profundidad bermeja de la botella de vino. Pasó otro minuto y luego otro, y otro… y cuando la luna rozó la última silueta del horizonte, supo que seguiría solo una noche más.
Distancia. El universo se expande… y tú te alejas. No soy el centro de nada, lo sé, tan sólo un punto, pero todas mis líneas convergen en ti y mis brazos no te alcanzan. El tiempo, enemigo, aleja el horizonte y hasta pensarte me cuesta… Cuando te olvide, te inventaré. Sin tu existencia todo es espacio, todo distancia.
Murallas inexpugnables y yo, con mi natural torpeza, convoco la magia de los recuerdos, y nada, ni una puerta, ni una roca, ni una grieta. Qué mudable es todo… lo que ayer sol, hoy tormenta… De frágil cristal mis armas se quiebran y una nube de cansancio empapa el horizonte y los párpados pesan… pesan… pesan… Si pudiera oír tu voz… Si la tarde no fuera tan lenta...
La senda de los gigantes tiene los azulejos rotos y los zócalos desgastados de tantos pasos perdidos, tantas espaldas cansadas y tantos ojos barriendo suelos. Sus héroes no tienen alas, ni poderes mágicos, ni realizan milagros económicos… pero se levantan cada mañana y hacen girar el mundo, ese que se alimenta de su sudor, sus manos, su sangre… La senda de los gigantes no atesora recuerdos, ni conserva huellas, ni guarda nombres, simplemente se desgasta de tantos tragos amargos, de tantos pasos anónimos.
En los jardines verticales de mi calle florecen margaritas deshojadas y rondan con su aroma de la noche los galanes a mejillas como rosas y ojos tras los cristales, con velo de visillos le ruego que el tiempo no se acabe. Las ventanas siempre abiertas para que nada escape, y gorriones y niños que se adueñan de la tarde, mientras algunos corazones laten, laten y laten, más por lo que ha de llegar, que por bombear sangre. En los jardines verticales de mi calle, cuando la luna sale, los claveles echan suspiros, los geranios susurran secretos y, en la sombra del jazmín, se besan dos amantes.
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