EL RELATO
Mary no durmió bien aquella noche. En sus momentos de duermevela se le presentaba la misma pesadilla: “Vi, con los ojos cerrados, pero con una imagen mental
muy clara, al estudiante de artes maléficas inclinado sobre la cosa que había logrado reunir. Vi la espantosa monstruosidad de un hombre allí tendida, y luego, por el efecto de alguna maquinaria
poderosa, observé que mostraba signos de vida, y se despertaba con los movimientos torpes de un ser medio vivo. Debía ser horroroso, porque absolutamente horrorosos deberían ser todos los intentos
humanos de imitar la fabulosa maquinaria del Creador del mundo.”
Esa misma mañana, nada más levantarse, informó a todos que tenía una idea para un relato, sin embargo, todavía se aplazaría su redacción hasta su regreso a Inglaterra, en septiembre de 1816 y, tras la boda con Percy, ahora la señora Mary Shelley se puso manos a la obra, siempre aconsejada y corregida por su flamante esposo
quien, en un principio, buscó editor para la misma asegurando que estaba escrita por un joven amigo… Claro, ¿cómo iba a decir que era una creación de una mujer?... Así pues, tras varios rechazos, y
varios borradores, apareció la primera edición de Frankenstein o el moderno Prometeo el día uno de enero de 1818, con lo que en este año se cumple su segundo
centenario.
De estructura circular, la novela está narrada en todo momento en primera persona, aunque con diferentes voces procedentes de distintos protagonistas, pues si en
el inicio y en el final es la de un científico inglés, R. Walton, quien, en sus cartas a su hermana enviadas desde el Ártico ruso hasta Londres, le va contando las desventuras de un viaje de
investigación abocado al fracaso por las aguas heladas del Polo Norte, hasta que en su camino se cruza la figura del doctor Frankenstein empeñado en una persecución fatídica del propio ser al que dio
vida, a partir de este momento es la voz de este otro joven científico atormentado la que va desgranando su historia terrorífica, angustiosa y sin esperanza, para, justo en el medio, ser la propia
del monstruo la emisora de su lamento de desengaño, frustración y sus deseos de venganza. Lo curioso es que, con el tiempo, y por un casual fenómeno de metonimia natural, se ha llegado a denominar al
monstruo con el nombre de su creador.
Para estar basada en unas pesadillas e imágenes aterradoras, la narración posee escasos momentos propios del género gótico de horror, acercándose más a la
variedad de ciencia ficción o, incluso, a la categoría de novela psicológica o filosófica, surgiéndonos a los lectores innumerables dudas que se quedaron sin respuestas… ¿Pretendía la autora lanzar
una reflexión sobre los riesgos que se derivan de la vanidad y la arrogancia humanas?... Al utilizar como subtítulo el nombre del titán que, en su afán de ayudar a los humanos, osó robarles el fuego
a los dioses, ¿quería advertirnos Mary de lo peligroso que resulta querer alcanzar los secretos de Dios?... ¿Son la gelidez de la soledad y el remordimiento de la culpa los premios que se consiguen
al pretender elevarse por encima de la condición humana?... “Aprende de mí – dice en un momento Víctor Frankenstein, - si no por mis consejos, al menos por mi ejemplo, cuán peligrosa es
la adquisición de conocimiento y cuánto más feliz es el hombre que acepta su posición en el mundo, que aquel que aspira a ser más de lo que su naturaleza le permitirá
jamás.”
Concluida su lectura, he podido llegar a la conclusión, trágica por inevitable, pues así es la condición humana, de que todos los días, los seres humanos vamos
sembrando el mundo de monstruos que acabarán por devorarnos.