Defred ya casi ha olvidado su nombre
verdadero, simplemente la conocemos por la preposición “de” más el nombre de su dueño “Fred”, un Comandante al que, como su nuevo nombre parece indicar en inglés, Offred, que bien puede
servir para un juego de palabras: offered (ofrecida), está asignada para engendrar descendencia, pues cada mes, cuando Defred está en su punto culminante del ciclo menstrual, debe colocarse
entre las piernas abiertas de Serena Joy, una antigua cantantes de gospel bastante fanática de los valores tradicionales y esposa del Comandante, la cual la aferrará de sus manos y el señor de la
casa intentará tener una especie de relación sexual con la joven. La libertad de las mujeres en la República de Gilead está completamente restringida. Defred puede salir a comprar, siempre acompañada
por otra criada, pero no hablan con casi nadie, pues recelan de todo el mundo y temen ser pilladas en algún desliz, la puerta de su habitación no debe cerrarse nunca completamente y siempre está
vigilada por las fuerzas de esta dictadura puritana, “los ojos”. Pero os estoy dando datos que debéis ir descubriendo al leer la novela, así que dejémoslo aquí.
Atwood pretende avisarnos no de los
peligros futuros, sino de lo peligroso que podría ser volver atrás en los avances sociales. El cuento de la criada es una fábula con la pretensión de hacernos ver lo temerario que sería
negar de nuevo a las mujeres todas las oportunidades de independencia que han venido reivindicando y consiguiendo en los últimos siglos. Eliminar estos derechos en aras de un ideal religioso, o
económico, o político, o lo que sea, sería automatizar y despersonalizar a las mujeres y, por lo tanto, a más de la mitad del género humano.
Claro que, en esos casos, siempre hay
una colaboración de personas del bando oprimido, y esta novela, la total sumisión de las mujeres se consigue gracias al trabajo de una gran cantidad de otras mujeres: las “tías”, las “marthas” y las
esposas son el nuevo orden, y aceptan estos roles por diferentes motivos que van desde una sincera creencia en lo que están haciendo, hasta el miedo a las torturas o muerte. Y es así cómo funcionan
las dictaduras, usando miembros de los grupos oprimidos para controlar a los suyos, mediante el miedo, la desconfianza y la mentira.
Pero no solo las mujeres están
oprimidas en la República de Gilead, pues los hombres, aunque parezca que tienen más libertad, en realidad ellos también han sido privados de sus derechos y privilegios democráticos, por ejemplo, los
“guardianes”, que son quienes aplican las leyes, no tienen derechos civiles y tampoco acceso a una mujer, otros sirven como soldados en guerras interminables, los “ojos”, o espías, están en una
situación similar, e incluso los mandatarios pierden la satisfacción por el poder, pues una sociedad opresora, oprime a todos y todos, tarde o temprano, serán víctimas de
ella.
Entonces, llegados a este punto,
podemos comprobar cómo existen tres temas centrales en esta historia: La utilización de los cuerpos de las mujeres como instrumento político y el control de la fecundación, reduciéndolas a unas
simples máquinas reproductoras en manos y al servicio de unos pocos. El lenguaje como un instrumento del poder, creando títulos y rangos para identificar las diferentes esferas sociales y donde el
nombre propio carece de sentido deformando de esa forma la realidad con la finalidad de satisfacer a la élite. Y la complacencia de los oprimidos a cambio de unas migajas de los
poderosos.
Pero a pesar de tanto control, siempre
hay algo que no pueden gobernar, ni tan siquiera en nombre de un dios todopoderoso, pues el pensamiento de la persona es libre y sus deseos también… Y siempre quedan los recuerdos para saber quién
eres en realidad…
Atwood no está en contra de las
religiones, como se podría pensar leyendo esta novela, sino en el mal uso de las mismas para crear esclavos y eliminar los derechos del ser humano, tampoco es un grito de reivindicación feminista,
sino el aviso de algo real y advierte que incluso las mejores sociedades pueden ser derrocadas.