“Berta
Isla”, la decimoquinta novela de Javier Marías, nos habla de las
dudas, de las mentiras, de la soledad, de un mundo repleto de confusión y de miedos, pero también de esperanza, de deseos, de la relatividad del tiempo dependiendo de si se desea que se aligere o se
detenga. José María Pozuelo Yvancos, ponente del Jurado del Premio de la Crítica que le fue concedido a Javier Marías por esta historia, dijo de ella que era una novela de gran altura en el contexto
de la narrativa europea, y añadía: “se sirve del género del espionaje para hacer bajar al lector a las profundidades de la condición humana y con su original estilo combina reflexión y acción, al
que añade momentos líricos para entrar en grandes asuntos universales como el amor, los secretos, la impenetrabilidad del otro o la falta de ética de las cloacas del
Estado”.
“Berta
Isla” es una novela de acción, aunque no de movimiento, pues de sus
protagonistas no vemos sus actos sino sus pensamientos, sus reflexiones y sus sentimientos, pero no nos hace falta saber cómo pasó, pues conocemos sus consecuencias.
Tomás (Tom) Nevinson y Berta son pareja
desde la adolescencia y, a pesar de sus mutuas infidelidades, saben que están predestinados al matrimonio, pero Tom, hijo de un diplomático inglés y de una profesora española, posee el don de las
lenguas y el dominio de cualquier acento del planeta, por lo que los servicios de inteligencia ingleses no tardan en interesarse por su persona y no cejarán hasta reclutarlo. Y desde ese momento, Tom
deja de tener su voz propia para hablar con otra prestada.
Cuando te aventuras por sus páginas,
unas veces de la mano de un narrador en tercera persona y otras por la primera voz de ambos protagonistas, te encuentras con reflexiones y vivencias tan familiares que llegas a pensar que hablan de
ti, y te vas dejando atrapar. La prosa de Marías te va enredando en su envoltura digresiva, dándonos los datos necesarios, unas veces con versos de Eliot o Shakespeare o fragmentos de Flaubert, otras
con meras reflexiones, a veces con momentos de confusión o aturdimiento, para que vayamos descubriendo por nosotros mismos la verdad de las cosas.
Berta es como una moderna Penélope, siempre esperando a quien
se fue, deseando su regreso, aunque, a veces, también temiéndolo porque las dudas le van minando la paciente espera y recela que tal vez, después de tanto tiempo, ya no sea el mismo, pues nadie, tras
el paso del tiempo, que todo lo desgasta, que todo lo consume, que todo lo transforma, permanecemos siempre iguales. Incluso ella evoluciona desde una sospecha callada sobre la moralidad del trabajo
de su marido, hacia una aceptación de esa parte oscura de su vida que desconoce. O él, un joven con un futuro prometedor e imbuido de buenas intenciones, se ve arrastrado a hacer aquello que no
quería, autoengañándose de tal modo, que llega a justificarlo con convencimiento.