Y es que esta novela, la cuarta entrega
de este ciclo narrativo, al que le quedan todavía dos títulos más, es un “thriller” en toda regla, con una trama repleta de acción que sigue una línea temporal que va desde la Guerra Civil Española,
más concretamente el asedio de Madrid del 36, pasando por el frente ruso donde participó la División Azul, continuando por la organización creada en España con la finalidad de salvar a cientos de
criminales nazis de la persecución aliada tras el final de la Segunda Guerra Mundial y concluyendo con el final del Peronismo tras el golpe de estado de los militares argentinos encabezados por
Videla contra su viuda Isabelita. Es una novela de intriga y espías circunstanciales, de crímenes de guerra y criminales, de pactos entre gobiernos y traiciones a los pueblos, de secretos, miedos,
valor y cobardía, pero, sobre todo, de derrotas y amor. Una novela que no puede dejar a nadie indiferente porque los personajes son tan verosímiles que, como la misma autora reconoció, nunca se
encuentran a gusto consigo mismos.
El mito de la neutralidad franquista durante y posteriormente
a la Segunda Guerra Mundial nunca fue una realidad, pues si bien, tras el paripé fronterizo, más concretamente el 23 de octubre de 1940 en Hendaya, entre Franco y Hitler, consistente en una
conversación cara a cara entre los dos líderes donde trataron sobre la participación de España en la contienda a favor, claro está, del Tercer Reich alemán, se llegó al acuerdo de dejar un poco al
margen a nuestro país, devastado tras su guerra civil, a cambio de no cerrar la puerta a una posible intervención futura, si fuera necesaria, declarar el total apoyo a la política del Gobierno alemán
y enviar una unidad de “voluntarios” españoles, la nimiedad de 50.000 hombres, a luchar contra la Unión Soviética, especialmente al frente de Leningrado, consistente en la 250ª División de
Infantería, más conocida como la División Azul; tras la conclusión de la guerra con la derrota de Alemania, esa misma supuesta neutralidad fue utilizada para que muchos de los gerifaltes nazis,
buscados por sus crímenes de guerra, encontraran un refugio en la España franquista, protección nunca reconocida oficialmente por el gobierno del dictador, pero cuya red “clandestina” estaba dirigida
por personas bastante allegadas al poder como Clara Stauffer, una destacada falangista y militante de la Sección Femenina, de origen alemán aunque con nacionalidad española e íntima amiga de Pilar
Primo de Rivera, quien organizó una efectiva, velada, aunque conocida por casi todos, red de ocultación en la península o evasión hacia la Argentina peronista de cientos de perseguidos nazis, con la
permisividad final y definitiva de los dirigentes norteamericanos, más preocupados por conseguir aliados contra la, cada vez más poderosa, Unión Soviética.