La Guerra civil española no concluyó
en 1939, por mucho que se empeñen los publicistas del régimen franquista, sino que todavía se adentró en la década de los cincuenta, durante más de un lapso algo más largo de un decenio de
escaramuzas, combates, persecuciones, detenciones, miedo, muerte y destrucción, como así nos cuenta Almudena Grandes en su serie de novelas, al más puro estilo galdosiano, Episodios de una guerra
interminable, del que ya hemos comentado Los pacientes del doctor García y El lector de Julio Verne.
Y uno de los episodios más
llamativos, aunque prácticamente desconocido hasta hace poco gracias al celoso silencio oficial (pues ni a los franquistas les interesaba que se conociera la capacidad de los guerrilleros para dar
estos golpes, ni al Partido Comunista mostrar sus luchas internas por el poder que eran las causantes de tales derrotas), fue la invasión del Valle de Arán por las tropas republicanas españolas que
ayudaron a liberar el sur de Francia de la ocupación nazi.
El contingente que atravesó la frontera
entre Francia y España sumaba la cantidad aproximada de cuatro mil guerrilleros, en una invasión armada denominada Operación Reconquista de España, y cuyo objetivo era el de derrocar al
régimen del general Franco. La idea inicial, organizada por la Unión Nacional Española, era la de establecer un gobierno republicano provisional en este valle y esperar el apoyo de los gobiernos
aliados una vez terminasen con Hitler, algo que se veía bastante seguro y próximo. Sin embargo, y a pesar de los primeros momentos de euforia, la invasión fracasó a los pocos días de su
inicio.
Los guerrilleros españoles huidos a
Francia durante el 39 fueron a parar, en su mayor parte, a campos de internamiento, donde el gobierno colaboracionista francés los reclutó para organizar compañías de trabajo a favor de los alemanes,
pero muchas de esas compañías se pasaron a la resistencia francesa para combatir al ejército alemán, sobre todo a partir de la invasión de la URSS por parte de Hitler, ya que la mayoría de estos
exiliados pertenecía al Partido Comunista de España. Estos soldados españoles se organizaron en el XIV Cuerpo Guerrillero, al mando del oficial del Ejército Popular de la República Jesús Ríos García,
que sería el origen de la AGE (Agrupación de Guerrilleros Españoles), la cual llegaría a contar con diez mil hombres, convirtiéndose en el un ejército de reserva bajo el mando del
PCE.
Con el tiempo esta organización abrió sus puertas a otras
fuerzas antifranquistas, tanto de izquierdas como de derechas, que estuviesen dispuestas a combatir al régimen de Franco y a restaurar la República, para ello, Jesús Monzón, un alto cargo del PCE en
Francia, organizó la Unión Nacional Española, con el objetivo de invadir España, echar a Franco y crear un gobierno de Unidad Nacional que restableciera la democracia. Pero para ello era necesario
crear una rebelión popular contra el régimen en el interior de España, alentada por las acciones de los maquis, y la imprescindible intervención de los aliados.
El Valle de Arán fue elegido para esta
invasión por su ubicación estratégica al ser una zona mucho más accesible desde la frontera francesa que de la parte española, pues la primera la dibuja el río Garona, mientras que de la segunda le
separa una enorme cadena montañosa a caballo entre las regiones españolas de Cataluña y Aragón. El Valle de Arán posee, tradicionalmente, una gran influencia cultural de las comunidades occitanas del
sur de Francia, tanto en sus costumbres, economía, como en su lengua, el aranés, una variante del gascón, y aunque desde 1313, tras la firma de la Querimonia (una especie de Carta
Magna concedida por el rey Jaime II de Aragón al Valle de Arán donde se le concedía una serie de privilegios a cambio del pago de un tributo y vasallaje), formaba parte administrativa del Reino
de Aragón, sin embargo siguieron comunicándose y comerciando preferentemente con la parte francesa, mucho mejor comunicada, hasta la apertura del túnel de Viella en 1948, su principal canal de
comunicación con el resto de la Península Ibérica.
La Operación Reconquista de España
debía ser ejecutada por la AGE, pero solo algo más de cuatro mil hombres participaron en ella, quedando el resto en la reserva. Primero se llevaron a cabo varias escaramuzas de distracción por toda
la cordillera pirenaica, siendo su objetivo principal del Valle de Arán. La invasión se realizó en octubre haciéndola coincidir con las primeras nevadas en los Pirineos y confiando en que, gracias a
este factor climatológico, se frenase la llegada de tropas del resto del país para contrarrestar a los invasores, pero estos no contaban con la escasa ayuda de la población local, acostumbrada a su
aislamiento, y que no les facilitó para nada la estancia en estas tierras durante esos días.
El grueso de los maquis se concentró en
la parte norte de la región, sobre todo en Baish Aran, y se desarrollaron combates en diferentes aldeas, como Canajan, Bausen, Les, Bossòst, Unha o Salardú, siendo bastante violento el llevado a cabo
en la localidad de Es Bordes. Todas estas localidades iban pasando a su poder, sin embargo se detuvieron ante la capital, Viella, donde se había concentrado un fuerte contingente de tropas
franquistas al mando del general José Moscardó. Y aunque en pocos días, los invasores se habían apoderado de gran parte del valle, el día 21, Santiago Carrillo y el general Luis Fernández ordenaron
la retirada ante el peligro de que los franquistas les recortasen el paso hacia la frontera.
Nada de lo esperado se conjuró a su
favor. Por un lado, los países aliados no tenían entre sus prioridades la de continuar con otro frente de guerra una vez acabado con los nazis, y mucho menos cuando comenzaron los primeros
desacuerdos con la URSS de Stalin, o con el estallido de la guerra civil en Grecia entre los guerrilleros comunistas y el ejército monárquico. Y por otro, la lucha interna en el PCE, donde Jesús
Monzón y Dolores Ibárruri se disputaban el poder, acabó por frustrar el sueño de libertad de aquellas personas y, de rebote, fortalecieron a un régimen dictatorial que se estableció durante cuarenta
años en la maltrecha historia de España.
Y es sobre este fondo histórico donde
Almudena Grandes desarrolla una historia de amor y de odio, de miedo y esperanza, de distancias, añoranzas, despedidas… una historia de muerte, pero, sobre todo, de vida.