“Cada hombre nace como muchos
hombres, y muere como uno solo”.
Heidegger
En esta ocasión considero que es
importante comenzar hablando del autor. Si alguien escribe con autoridad sobre sus temas, es este hombre que antes de escritor fue agente del servicio de inteligencia británico, es decir un espía
como los que aparecen en sus novelas.
John le Carré, cuyo verdadero nombre es
David John Moore Cornwell, nació en Poole, Dorset, Inglaterra, el 19 de octubre de 1931. Gran parte de su infancia la pasó en internados a causa del abandono del hogar, por parte de su madre, y del
ingreso en prisión por estafador, por parte de su padre.
Con dieciséis años marcho a Suiza para
estudiar en la Universidad de Berna. Allí fue reclutado por el M16, el Servicio de Inteligencia Secreto inglés, también conocido por las siglas SIS, el cual es responsable de las actividades de
espionaje del Reino Unido en el exterior. Su trabajo consistía en realizar interrogatorios a los desertores del Este.
En 1952 se matriculó en la Universidad
de Oxford, donde fue acusado de espiar a la comunidad universitaria de extrema izquierda bajo las órdenes del M15, o Servicio de Seguridad.
Tras graduarse en 1956, trabajó dos
años como profesor en Eton College, pero pronto fue llamado por el M15 y posteriormente por el M16, de cuyas experiencias durante esta época publicó su primera novela, en 1961, titulada Llamada
para el muerto (Call for the Dead), donde ya aparece el personaje más recurrente de su universo literario, el agente George Smiley. Claro está que el M16 no le permitía publicar con su
verdadero nombre, así que con esta novela también aparece su seudónimo, John le Carré.
De esta forma, le Carré desarrolla ante
nuestros atónitos ojos todo un despliegue de ingeniería literaria para ir navegando, por medio de la memoria, por todo su universo novelado en busca de los momentos precisos capaces de hilvanar una
realidad adecuada. Y así se reúnen de nuevo los dos viejos amigos Guillam y Smiley, dos hombres inquebrantables y decentes, aún siendo conocedores de la maldad que supura en el mundo, quienes saben
que el precio por perseguir unos ideales puede ser la muerte.
Quizá el propio le Carré haya querido
autorretratarse en este viejo espía que en su vejez busca la verdad perdida a través de los años. Quizá pretenda acercarse a sus tiempos de logros oscuros, callados, pues puede que en su cabeza anide
alguna decepción, algún lamento oscuro, alguna duda. Quizá quiera presentarse a un juicio final que le libere de algún conflicto interno. Quizá el “legado” de cualquier espía esté en las noches de
insomnio de su vejez.