CAPÍTULO
6
Celia
Me despedí de mi madre con un fuerte
abrazo y le revolví el pelo a mi hermana. Ella para vengarse se puso de puntillas y me incrustó un beso baboso en la mejilla derecha.
- ¡Uggg! ... ¡Qué asco! - dije
poniendo una mueca.
- Jajaja, te he llenado de babas,
jajaja- me respondió, riendo y saltando.
- Esto no va a quedar así, sabes que
me vengaré.
- Pero yo tengo ya 8 años, ya puedo
defenderme sola - me dijo y me sacó la lengua.
- Anda Paula, vayamos y dejemos a tu
hermana descansar, que lleva casi toda la tarde ya contigo - dijo mi madre cogiendo la mano de mi hermana. - ¡Adiós, cariño! Vendré a verte la semana que viene. ¡Cuídate,
anda!
Me dio un dulce beso en la frente y
se fue con mi hermana.
Si alguna vez alguien me preguntara qué es la felicidad para mí, sin dudarlo dos veces diría que mi hermana. Mi hermana es un rayo de sol, siempre ríe y sonríe, es la personificación de la alegría.
Me preguntaba cómo sería en siete años, cuando entrase en la adolescencia. Estaba segura de que iba a causar sensación fuera donde fuera. Ella siempre había sido guapa, y seguramente siempre lo
sería. A diferencia de mí, ella era muy parecida a mi madre, cabello rubio rizado y grandes ojos de color marrón caramelo. Además, era una chica muy auténtica, siempre decía lo que pensaba, sin
rodeos. No trataba de adornar las cosas, decía las realidades, en positivo y en negativo. La verdad, yo esperaba que el futuro no la hiciera cambiar, que siguiera manteniendo esa divertida
personalidad y aquella fuerte y permanente sonrisa.
Me levanté de mi cama y salí de mi
habitación. Empecé a andar, sin una dirección fija, tan solo para saludar a la gente, para estirar las piernas. Por alguna extraña razón, la visita de mi hermana y mi madre me había cambiado el ánimo
notablemente. No sé cómo, acabé rumbo a la habitación de Kyle. Había salido para estar sola, por esa razón no había ido a buscar a Manu. Pero, no sé por qué, algo me decía que debía ir en busca del
chico de ojos verdes. El motivo por el que fui, la razón que guio mis pasos, podría llamarla de muchas maneras, destino, subconsciente... Lo que no varía fue lo que aconteció después. Cuando ya había
llegado al pasillo de su habitación, una chica de cabellos rubios salió corriendo de ella. Iba tan apresurada que sin darse cuenta chocó contra mí, y las dos acabamos en el
suelo.
-Lo siento mucho - se disculpó
avergonzada.
-No pasa nada... - y mientras le
decía eso pude ver que tenía su rostro inundado por las lágrimas. - ¿Estás bien?
-Sí, sí... No importa. - me dijo,
pero su rostro contradecía sus palabras.
No sé qué me llevó a tenderle mi
mano, no sé por qué la invité a contarme lo sucedido, frente a las máquinas expendedoras de refrescos de la planta baja del hospital. Quizás fue mi instinto, el querer ayudar a alguien que se veía
débil, quizás fue el universo que quería juntar nuestros caminos, quién sabe, quizás solo pasó, sin ninguna explicación, quizás solo la ayudaba por entretenerme con algo, es de esas cosas que por más
que busques una única razón, encontrarás un amplio abanico de ellas.
-Muy bien, ahora que te has
tranquilizado, ¿quieres hablar de lo que te ha sucedido? Te he visto salir de la habitación de mi amigo Kyle. ¿Te ha hecho algo?
Y en vez de responderme, fueron las
cascadas que volvieron a brotar de sus ojos las que me lo afirmaron. Y entonces, un fugaz pensamiento pasó por mi mente, el recuerdo de Kyle hablando de la chica que amaba. Hablando de su cabellera
dorada y sus ojos brillantes y azules. Estudié el rostro de la chica que sollozaba frente a mí y no tuve duda alguna, debía ser ella. Y como si hubiera leído mis pensamientos me
contestó:
-Sí, pero no es él quien ha roto el
corazón de alguien; soy yo a la que en un pasado le juró eterno amor y yo rompí mis promesas, besando los labios de otro chico. Un beso prohibido que se llevó todos sus sueños y esperanzas de una
vida junto a mí. Un beso que puso punto y final a la vida que conocía.
Tardé varios segundos en comprender
sus palabras, en procesar su confesión. Y lo hice, pero en ningún momento la juzgué, pues la comprendía y, además, se veía que había pagado el precio por su infidelidad. No hay peor castigo que
nuestros propios remordimientos, nuestros oscuros pensamientos. Aquella chica se había enamorado de otra persona, y eso es algo de lo que no se la puede culpar. Nadie decide a quién pertenece su
corazón, nadie es el autor de su historia impregnada de emociones. Era cierto que no había tenido el valor de confesar sus verdaderos sentimientos, pero ¿acaso ella tenía la culpa de no querer romper
un corazón? Es más, ¿habría tomado yo la decisión correcta en su situación? Y es que a veces, hasta la solución más obvia se nos escapa, preferimos complicarnos en exceso. Por ejemplo, siempre hemos
complicado el amor, este sentimiento es algo tan simple como alguien que quiere a otro alguien y viceversa. ¿Por qué tiene que haber terceras personas? ¿Por qué debe haber posesión? ¿Celos? Ojalá
fuera tan sencillo como amar y ser amado, ¡ojalá todos pudiéramos encontrar al amor de nuestra vida y que este durase como poco, un para siempre.
-Respira profundamente - la aconsejé
para que se calmara.
-No, yo...Debo salir de aquí... Dile
a Kyle que realmente espero que algún día acabe recordando y pueda finalmente perdonarme... Debo irme. -me dijo agobiada. Realmente me daba lástima.
-Antes de que te vayas, ¿me podrías
decir tu nombre? - y es que, aunque me hubiera abierto su alma y me hubiera confesado aquello que más perturbaba su corazón, aún no podía llamarla de ninguna manera, no sabía quién
era.
Rápidamente, en un susurro, el viento
me trajo a la oreja las letras de su nombre. Se posaron en mi oído y ella se fue, sin dejar rastro, como si tan solo fuera un recuerdo que se había desvanecido. Enseguida me sentí incómoda en aquel
lugar, donde hacía un par de minutos había estado ella llorando en mi hombro y contándome sus penurias. Me fui de allí, y no sabía qué rumbo tomar, ¿iba a ver a Manu para contarle lo sucedido?
¿O sería mejor ver a Kyle? Finalmente, decidí tomarme un rato sola, me dirigí a mi habitación. Al llegar allí, me deshice del vestido morado que me había puesto para recibir a mi madre y vestí mi
cuerpo desnudo con un pijama de unicornios que me habían regalado por reyes el invierno pasado. De entre todos mis pijamas, aquel era sin duda alguna mi favorito. No solo por aquellos animales
mitológicos que adornaban su algodón, sino porque era calentito y acogedor. Junto con las sábanas me había protegido las noches heladas de invierno y las noches de verano en las que el frío era
causado por mis propios pensamientos. Era suave al tacto, así que siempre lo acariciaba, como si fuera un pequeño gatito, hasta caer rendida, hasta dejar que los sueños tomaran la posesión de mi
cuerpo. Yo siempre he pensado que los sueños nos muestran nuestros mayores deseos, nos muestran situaciones alternativas a nuestras vidas, nos ayudan a tener un instante de paz antes de empezar un
nuevo día. Una vez leí un libro llamado "Todo lo que podríamos haber sido tú y yo si no fuéramos tú y yo". Fue un libro que me enganchó en sus páginas, realmente me enamoré de él, pero había una cosa
que me llamó la atención, la gente pagaba grandes cantidades de dinero a cambio de una inyección que les librase de la carga de necesitar dormir, eso realmente causó un debate en mi cabeza y me
pregunté a mí misma, ¿yo compraría esa inyección si tuviera la oportunidad de hacerlo? Pasé varias noches en las que no pensaba en otra cosa porque, por un lado, librarse del peso de tener que
dormir cada noche, poder contemplar las grandes maravillas nocturnas y pasarte noches enteras contando las estrellas que adornan el oscuro cielo, ya no tener que limpiarte las legañas nunca más.
Pero, por otro lado tampoco, ¿vivir un día eterno? Pues estoy segura de una cosa, perderías la noción de tiempo, atrapado en un día eterno, que jamás empieza y jamás termina. Entonces, oí unos golpes
tras la puerta.
- ¡Celia, soy Kyle! ¿Estás despierta?
- gritó una voz desde el otro lado de la puerta.
En vez de contestar me limité a
levantarme de la cama y abrirle la puerta de mi habitación.
- Pasa - le dije. Sé que puede sonar
algo seco, pero en esos momentos lo que menos me apetecía era hablar con nadie, y mucho menos con él. Aunque no fuera el culpable realmente de la historia que me había contado la chica de cabellos
rubios, no podía evitar echarle en cara el llanto que había presenciado horas antes. Aún notaba mis hombros humedecidos por sus lágrimas y oía su acelerado corazón palpitando con
fuerza.
Kyle entró y me miró, nos sentamos en
la cama como él propuso y así poder hablar tranquilamente.
- Antes de que digas nada, sé lo que
ha pasado - le solté antes de que pudiera articular palabra. - Me la encontré llorando en el pasillo y hablamos un rato.
-Lo sé - dijo y eso me sorprendió. -
He estado hablando con ella por WhatsApp, me ha pedido que te diera las gracias. A eso vengo, a eso y a pedirte un favor, quiero que me cuentes lo que te ha dicho.
- ¿Por qué iba a hacer
eso?
- Porque somos amigos y necesito
recordar. Estoy convencido de que algo de lo que te dijo me ayudará a llenar la laguna que tengo en la cabeza sobre aquel turbio día.
- Okay - le dije al
fin.
- Vale, empecemos por el principio,
¿te ha dicho su nombre?
-Sí - y casi en un susurro le dije el nombre de la chica
que tanto amaba - Su nombre es... May.