CAPÍTULO 4
Kyle
Hacía rato que ya me había cansado de
recorrer pasillos blancos y deprimentes. Pasillos y habitaciones en los que el destino jugaba contigo, había veces que te robaba la vida, otras que lentamente iba acabando contigo, aunque también
unía gente, y otras te otorgaba una segunda oportunidad, como lo había hecho conmigo. Había estado reflexionando un buen rato sobre si sería verdad lo que la gente decía sobre que el destino es algo
que está escrito, que no hay manera de cambiarlo. Tras muchas vueltas, había llegado a mi propia conclusión. Pensaba que el destino es una mera palabra, algo que la gente utiliza para echarle la
culpa cuando las cosas salen mal y alabarle cuando salen bien. Es esperanza teñida de deseo, es una manera para que la gente no enloquezca al buscar una explicación del porqué ha sucedido de esa
manera. Yo mismo había estado a punto de desesperar al buscar una explicación del porqué había vuelto a la vida, hasta que mi madre, en una de sus visitas, nombró al caprichoso destino. Gracias a las
visitas que había ido recibiendo, había aprendido cosas de la vida del antiguo Kyle. La primera era que carecía de amigos, y si los tenía, no eran reales, sino un mero título. Pues nadie que
compartiera lazos de amistad conmigo había venido a darme su apoyo o a ponerme al día sobre lo que pasaba fuera de aquel fúnebre edificio.
Segunda conclusión a la que había llegado.
Mi familia no estaba muy unida. La primera prueba, mi padre no había ido a visitarme ni un solo día de los que llevaba allí, la única vez que me había atrevido a preguntar la razón de su ausencia, mi
madre me comentó algo sobre viajes de trabajo y lo ocupado y desbordado que se encontraba.
Aparte de mi madre, la única persona que
había venido a verme había sido mi hermano mayor. Se llamaba Zack y acababa de cumplir los 19. Era un chico realmente guapo y todo lo contrario a mí. Era alto y fornido, de tez morena y cabello
rubio. Sus ojos eran color miel y su sonrisa deslumbraba. Llevaba gafas y, la vez que había ido a visitarme, vestía una americana negra que combinaba con sus pulcros pantalones. A primera vista,
pensé que sería realmente agradable y que tendríamos una buena relación, pero estaba completamente equivocado. Recuerdo aquel día, hace ya algunas semanas, como si fuera ayer. Como de costumbre no
recordaba nada de él, así que tuvo que presentarse como los demás.
- ¿Qué pasa, hermanito? Te veo bien, me
alegro porque cuando vuelvas a casa me voy a encargar de borrarte esa idiota sonrisita de la boca.
Varias veces más me amenazó, insultó y
se encargó de dejarme claro el asco que sentía hacia mí.
- Antes de que te vayas, ¿puedo preguntarte
qué te hice para que ahora me trates así? - me atreví a preguntar.
- El mero hecho de existir. Te cargaste
todo, toda nuestra familia se desvaneció cuando te eligieron. Estábamos mucho mejor sin ti - me contestó, casi escupiendo las palabras, y después, tras dar un sonoro portazo, se
marchó.
Cansado ya de recorrer el hospital, me volví
a mi habitación. Abrí la puerta, y entré en aquella oscuridad sepulcral que había, a causa de la carencia de luz. Me gustaba, amaba el negro, pues para mí era el color que más expresaba, era el color
del que mi alma seguramente estaría teñida.
Me tumbé en el demasiado blando para mi
gusto colchón de hospital y mirando a la nada, me dormí.
A la mañana siguiente me desperté a causa de
los rayos de sol que, para anunciarme el comienzo de un nuevo día, se habían colado, traviesos, por la ventana de mi habitación. Me levanté y pensé "Vamos allá, Kyle, nuevo día, nueva vida". Me vestí
con unos vaqueros y una camiseta ancha azul, la verdad es que me alegraba el no tener que llevar siempre aquellos deprimentes trajes de hospital. Mi madre se había encargado de traerme ropa, cosa que
realmente agradecía. Me calcé las zapatillas que nos habían dado para ir por el hospital y me dirigí a la cafetería. En la puerta, me paré y empecé a olfatear el aire. Me encantaba pararme y buscar
aromas o cualquier cosa que despertara mi sentido. Y es que, el ambiente siempre está teñido, teñido de olores, olores que pintan el aire. Y hay veces que ese aroma, ese olor, se te queda incrustado,
y lo guardas con delicadeza, en una cajita de porcelana en tu cabeza, pues ese aroma, ese olor, te recuerda un momento feliz o vital de tu vida, como la colonia de quien amas, el chocolate que
hace tu abuela, pequeñas cosas, que hacen que despierte en ti ese sentimiento de calidad, de ternura...
- Buenos días, Kyle - dijo alguien dándome
un leve golpecito en el hombro - Ayer te estuvimos buscando por todos lados, ¿dónde demonios estabas? ¿En Narnia?
- Buenos días a ti también Manu. Nada,
estaba dando una vuelta, ya sabes lo bonito que es el hospital y lo mucho que me gustan los pasillos blancos fúnebres - le dije con sarcasmo haciéndole soltar una carcajada.
- ¿Qué pasa? ¿Ayer tocó sesión dura o
qué?
- Ni te lo imaginas...Pero será mejor que os
hable de ello luego, a los dos - dije viendo cómo Celia se acercaba a nosotros con su habitual sonrisa.
Celia era realmente inteligente, y bastante
guapa. Me contó que antes había llevado una larga cabellera marrón tostado que hacía juego con sus enormes ojos verdes. Sus ojos, incrustados en su frágil piel blanca como la leche, eran grandes y
tenían un brillo especial. Dentro de ellos, podías ver su inteligente mente, podías ver su audacia, su agilidad... También, se podía observar, cómo esos ojos curiosos brillaban ante la presencia de
Manu. Cómo lo contemplaban, como si fuera el mejor tesoro jamás descubierto, con ternura y cariño, con temor a perderle, pero con la seguridad de que viviría mucho más a su lado. Sin duda lo que
Celia sentía era algo puro y fuerte, y además sincero. No era difícil notar lo que la joven sentía, solo hacía falta observar, darte cuenta de cómo anteponía las necesidades del moreno antes que las
suyas propias, cómo se preocupaba cuando él no comía o cuando simplemente tenía un leve dolor de cabeza, cómo le reía las bromas aunque estas carecieran totalmente de gracia, cómo sus mejillas se
coloreaban de rojo cuando él le decía algo bonito, un simple "te ves bien", pero también se leía la decepción en su cara cuando Manu hablaba de otras chicas. Lo podías ver en sus uñas mordidas,
a causa de los nervios cuando Manu se iba a terapia, preocupada por si todo estaría en orden... Pero por lo que había observado, Manu la miraba con cariño, con dulzura, pero no de la misma clase. La
miraba como si ella fuera una frágil golondrina que él quería cuidar, como una hermana pequeña por la que daría cualquier cosa. Y es que, aunque la situación hubiese obligado a Celia a madurar y ella
tuviese una mentalidad mucho más desarrollada que las chicas de su edad, seguía sin haber dejado del todo atrás la niña. Se podían contemplar aún algunos gestos infantiles, como su manera de saltar
los escalones de dos en dos, cómo soltaba grititos, cómo se enfurruñaba cuando la molestábamos y cómo se asustaba y necesitaba esconderse bajo la cama en las noches de tormenta. Era entonces cuando
se notaban los casi dos años que había de diferencia entre ellos. Porque, aunque Celia dijese que había un único año de diferencia, era mentira. Celia acababa de cumplir los 14 mientras que Manu
cumpliría los 16 en un par de meses, y esos casi dos años, ese espacio de tiempo, de madurez entre ambos era algo difícil de ignorar.
- ¡Hola, Manu! - dijo Celia con su común
tono alegre.
- ¡Buenos días, enana! - le dijo Manu y
le acarició la barbilla levemente, como siempre hacía.
- ¡Hombre! ¡El desaparecido! - dijo Celia
entonces, dirigiéndose a mí.
- Veo que me habéis echado de menos los dos
¿eh? - les dije con tono de burla.
- ¡Huy, sí! ... ¡Una cosa!... Anda, entremos
a desayunar que me muero de hambre, ya nos contarás luego donde te habías metido.
- Las señoras primero - dijo entonces Manu
que había abierto la puerta.
- Muchas gracias, caballero - dijo entonces
Celia suavemente ruborizada.
- Me refería a Kyle, pero pasa tú también si
quieres - dijo y se echó a reír.
- ¡Ja ja, qué gracioso! - le dije
fulminándole con la mirada.
Otra de las cualidades de Manu, era que se
escondía tras los chistes, utilizaba las bromas como caparazón para no tener que expresar lo que realmente sentía. Por eso, tampoco estaba seguro de sus sentimientos hacia Celia. Solía actuar como si
nada le importara, como si nada le doliese. Solo le había visto derrumbarse una vez. De esto hacía ya un par de semanas, los médicos le habían hecho algunas pruebas y habían informado a él y a sus
padres que su estado no mejoraba, que iban a intensificar el tratamiento y que, si éste no mejoraba, seguramente tuvieran que tomar medidas más drásticas y hasta llegar a amputar. Manu
padecía osteosarcoma y cada día empeoraba un poco más. Como de costumbre, él se lo había tomado a risa y hasta había bromeado diciendo que si finalmente debían amputarle sería como el pirata
Patapalo. Pero, esa noche, tras dejar a Celia en la habitación que se encontraba indispuesta, mientras andábamos hacía mi habitación, se derrumbó. De repente, no pudo contener las lágrimas, la cuerda
que sujetaba su máscara de seguridad había acabado cediendo finalmente.
- ¿Qué sucede? - le pregunté preocupado -
¿Quieres que vaya a buscar a Celia? Ella sabe mejor que yo de esto...
- ¡NO! No quiero que le digas nada a
Celia...- me dijo gimoteando.
- Está bien... ¿Puedo saber el por
qué?
- No quiero que se preocupe...Ella ya lo
pasa bastante mal... No puedo dejar que lo pase peor por mi culpa, no sería justo cargarla con mis problemas...- dijo mientras las lágrimas no paraban de rodar por sus
mejillas.
- Mira, yo no voy a llamar a Celia y prometo
no decirle nada, pero a cambio tú te vas a tranquilizar hasta que lleguemos a mi habitación. Allí vamos a hablar de esto hasta que no necesites desahogarte más.
No me respondió, simplemente se limitó a
secarse la cara con las mangas y a caminar arrastrando los pies hasta mi habitación. Una vez allí, nos sentamos en mi cama y hablamos.
- No quiero, no puedo con más tratamientos,
están acabando conmigo. Son demasiado fuertes, hacen que vomite, que mi piel pierda color, que mis ojos dejen de brillar, me hacen sentir auténticamente mal, ¿qué voy a hacer ahora que me van a
aumentar las dosis? ¿Y si al final tienen que quitarme la pierna? Con ella se irán mis sueños, mis esperanzas, ¿cómo jugaré a baloncesto? ¿Y si jamás me recupero? Kyle, estoy acabado...- dijo y
empezó a llorar, sin miedo, sin vergüenza, lloró con dolor, con sentimiento. - ¿Quién cuidará de Celia cuando yo no esté? - añadió en un susurro.
- No te tienes que preocupar por ello;
además, creo que ella sabe cuidarse sola perfectamente. Pero estoy seguro de que te vas a recuperar, que no hará falta medidas tan drásticas como amputar, pero si hace falta hacerlo, ¿qué más da?
Encontraras la forma de jugar al baloncesto. Y si no, saldrás adelante como lo haces siempre, porque eres alguien realmente fuerte, eres alguien genial. Y encontrarás un nuevo sueño, una nueva pasión
y estoy seguro de que entonces sí que triunfarás. Y pensarás en el día de hoy, y te reirás, y te sentirás orgulloso de haber vencido este bache, ¿de acuerdo?
- Tienes razón - dijo mirándome y
volviéndose a secar las lágrimas.
Con dificultad esbozó una sonrisa y se
tumbó, hecho una bola, como si así pudiese protegerse del mundo exterior, en mi cama.
- Y creo que esto deberías hablarlo con
Celia...- le aconsejé.
- Celia es genial - dijo con
cariño.
-Sí que lo es...
Volví a la realidad, al presente, tras
haberme perdido en mis recuerdos.
- ¿Entramos ya? - me dijo
Manu.
- Sí, vamos.
El desayuno siempre era buffet, ponían
cereales, galletas, fruta, leche, zumo y barritas de cereales en una mesa y cogías aquello que te apetecía. Era una manera de devolvernos la libertad que nos había sido arrebatada. Algún día nos
sorprendían con tortitas, gofres o huevos con bacon y salchichas. Hoy, era uno de esos días, había una enorme pila de tortitas en la mesa, y a su lado había apilados siropes de distintos sabores. Yo
cogí un plato y me serví tres y las acompañé con sirope de chocolate. Celia optó por el de fresa y a Manu le volvía loco el caramelo. Cuando ya todos nos habíamos servido, nos sentamos en nuestra
habitual mesa.
-Bueno, Kyle, empieza a desembuchar,
cuéntanos eso que me ibas a contar afuera. - dijo Manu mientras que con ojos golosos extendía bien el caramelo por su preciada comida.
- Bien, pues mirad...- les relaté todo lo
ocurrido sobre el día anterior.
- Está bien, la doctora Cook se pasó un
montón - dijo Manu algo molesto.
- Tiene razón, ¿cómo puede hacerte revivir
aquel día? - dijo indignada Celia.
- Eso no me importa tanto, lo extraño es que
cuando me enseñó la imagen de la muchacha, mi corazón dejó de latir, y después se desenfrenó.
Mis piernas flaquearon y mi voz salía
entrecortada.
- Kyle... - dijo Celia mientras miraba a
Manu como haciéndole una pregunta mental a la que él asintió con la cabeza - Estás enamorado de esa chica.
- Lo sé, pero ¿cómo se puede estar enamorado
de un recuerdo? ¿De alguien de quien no sabes ni el nombre? ¿De alguien en quien cuando piensas, viene a tu cabeza la imagen de ella besando a otro hombre?