CAPÍTULO
3
Celia
Acabada mi cena, esperaba a Manu.
En una semana haría ya un año que había ingresado en aquel hospital; un año desde que había conocido a Manu y nos habíamos hecho inseparables. Aun siendo un año menor, ambos habíamos madurado a
la misma velocidad allí dentro; así que la diferencia de edad no se notaba. Contemplé a Manu, su piel morena y sus ojos marrones. Sus ojos, aunque no fueran de un color especial, aunque fuesen de un
color común, hacían que se me acelerase el pulso cuando me miraba. No recuerdo cuándo había sobrepasado la fina línea que hay entre la amistad y el amor, cuándo me había empezado a enamorar de él.
Solo sabía que aquel sentimiento era puro. Hay quien dice que a los catorce años no te puedes enamorar, pero yo no estaba de acuerdo. Situaciones como las que estábamos viviendo él y yo unían a
personas, estar encerrados en el hospital todo el día, con la compañía del otro había hecho que me diese cuenta de que me encantaba su sonrisa, su forma de picarme, sus chistes malos, y su gran
pasión por el baloncesto. Manu no era demasiado alto, pero eso no le había supuesto ningún problema a la hora de volverse un buen jugador de aquello que le apasionaba. Desde que había entrado en el
hospital, siempre había llevado una pulsera con el nombre de su equipo favorito, "Estudiantes". Se sabía todos los jugadores, los equipos... Más de una vez habíamos ido a nuestro rincón
secreto en el tejado del hospital por la noche, y mientras mirábamos las estrellas él hablaba sin parar sobre ese deporte. Manu era un chico realmente fuerte, la verdad es que poca gente habrá como
él. Siempre sonreía sin importar lo mal que le hubieran dejado los tratamientos, siempre bromeaba y nunca se quejaba de lo injusta que había sido la vida con él. Yo, en cambio, no hacía otra
cosa...
- Celia, ¿nos vamos? - me dijo
sacándome de mis pensamientos.
- Sí, claro, si soy yo la que llevo
esperándote como media hora. Comes como una tortuga - le dije consiguiendo sacarle una carcajada.
- Se llama saborear la comida,
deberías probarlo alguna vez.
- No, gracias, como me pare a
saborear esta comida de hospital, vomito.
- Mm... - dijo pensativo. - Vale;
tienes razón. ¿Vamos a buscar a Kyle? No le he visto en toda la tarde, deberíamos ver si está bien.
- Tienes razón, vamos a
buscarle.
- Sabría que te encantaría la idea,
cómo se te nota… - me dijo con una sonrisa pícara.
- ¿El qué se me nota? ¿De qué hablas?
- dije con voz un poco más aguda por la curiosidad y porque sabía que no me gustaría su respuesta.
- ¿Ves?, ya sabía yo que Kyle te
tiene enamoradita...
¿Qué? ¿Yo? ¿Enamorada de Kyle? Es
verdad que era un chico bastante guapo, muy simpático y tenía un aire misterioso que le otorgaba cierto encanto, pero... ¿cómo iba a gustarme alguien que había tratado de acabar con su vida cuando yo
luchaba cada mañana por continuarla?
- ¿Qué pasa? ¿Estás celoso? - le dije
levantando una ceja y con aire pícaro.
- ¿Yo? ¡Qué va...! - dijo poniéndose
algo rojo, cosa que me pareció adorable.
- Anda, tranquilo, que solo te estaba
siguiendo la broma, no es él quien me gusta... - le dije, guiñándole un ojo.
- ¡Ah! ¿Eso es que te gusta alguien?
Quiero el nombre ya - dijo dando saltos. - ¿Guille, el que se sienta siempre solo? ¿Arturo, el que nos encontramos en los lavabos hace un rato? ¿Raúl?
Y mientras él iba diciendo nombres
como si tuviera cinco años, comenzamos a andar por los pasillos de aquel hospital en busca de nuestro amigo. Recorrimos varios pasillos, fuimos a buscarle a su habitación, a los lavabos, a nuestras
propias habitaciones para ver si nos estaba esperando... Resultaba raro, ya que últimamente siempre venía para estar con nosotros.
- Quizás no quiere que le
encontremos, a lo mejor quiere estar solo- le dije a Manu.
- Tienes razón, lo mejor es que
vayamos a una habitación y le esperemos allí.
- ¿Vamos a tu
habitación?
- Vale - dijo y nos dirigimos a su
cuarto.
Cuando llegamos, él abrió la puerta y
nos sentamos en su cama medio desecha. Tenía ropa tirada por todo el suelo, y la basura acumulada se caía por los bordes.
- Eres un desastre, en serio - le
dije con una pizca de burla, pero a la vez con un toque de cariño.
- Lo sé, pero es que solo la limpio
cuando vienen chicas guapas de visita.
- Yo he
venido...
- Exacto, pero es que he dicho guapas
- dijo riendo y lanzándome un beso.
- ¿Con qué esas tenemos? - dije y le
lancé uno de los almohadones de la cama.
- Acabas de declarar la guerra - me
gritó mientras me trataba de dar con otro almohadón.
Estuvimos un rato así, pegándonos con
almohadones hasta que la guerra pasó de una guerra de almohadas a una guerra de cosquillas. Él se abalanzó sobre mí y empezó a pellizcarme por todos lados, causándome ataques de
risa.
- Manuuuuu, paraaaaa - le
dije.
- Di las palabras mágicas... - me
dijo mientras seguía haciéndome cosquillas.
- No. Eso jamás... -dije tratando de
coger aire.
- Respuesta incorrecta... -me dijo e
intensificó la fuerza de sus pellizcos haciéndome reír el triple.
- Esta b-b-bien - dije cuando pensaba
que ya me iba a acabar haciendo pis encima. - M-me r-rindo.
- Creo que no te he oído, repite, por
favor. - me exigió con aire de superioridad.
- ¡He dicho que me
rindo!
Tras decir eso él salto al suelo y
comenzó a bailar.
- ¿Quién es el mejor? Manu es el
mejor. Chicas de una en una, que hay autógrafos para todas - empezó a pavonearse.
Yo empecé a reír y a dar palmadas.
Pero entonces... Manu dejó de reí, dejó de bromear y se sentó en el suelo sujetándose la tripa. Comenzó a toser y a gemir.
- Manu, voy a llamar a una
enfermera, no te preocupes no tardo nada. - dije firme, ya había pasado por esta situación otras veces.
- No, por favor... no te vayas, no
quiero que te vayas... - me suplicó en un susurro. - Quédate conmigo...
Mi corazón se derritió al oír su suplica. ¿Qué hacía?
¿Utilizar la razón que me aconsejaba hacer oídos sordos a lo que me suplicaba Manu e ir a buscar a la enfermera, o seguir el instinto de mi atolondrado corazón que, como un ruiseñor, batía las alas
suavemente y me pedía que le dejase posarse junto a Manu, que le arropara con sus suaves plumas y le cantase baladas de amor con su melodiosa voz? Tras varios segundos de incertidumbre, tomé una
decisión. Me acerqué hasta Manu, y le levanté la cabeza con dulzura. Tenía marcadas las venas por la tensión y el dolor en el que estaba sometido, y por su frente rodaban algunas gotas de sudor. Con
esfuerzo le moví un poco y le senté en el suelo con la espalda apoyada en la pared. Luego, me senté yo a su lado y me quedé contemplándole. Entonces, suavemente, posó su cabecita en mi hombro, como
el rocío de la mañana se desliza lentamente hasta apoyarse en la hierba. No sé si lo hizo por instinto, o por voluntad propia, porque deseaba sentirme cerca, no lo sé. Lo único que sé es que mi
corazón dejó de latir un momento para después empezar a bombear sangre a toda velocidad. Con las manos aún algo temblorosas, empecé a acariciarle su cabeza, despacio, con dulzura y me pareció ver que
una sonrisa le aparecía en el rostro. Me sentía como una idiota por no haber llamado a la doctora, sabiendo que ésta podría haber callado su dolor con tan solo una medicina, pero, me sentía feliz, la
idiota más feliz del mundo, porque, por una vez, yo había sido su cura. Y con esos pensamientos y mi mano, aún trazando suaves líneas y círculos con el dedo sobre la piel de Manu, me
dormí.