La “huida” de los hermanos no pasó
desapercibida para el joven estudiante de la escuela pública de “El Parque”. A pesar de una vida tranquila, ser “infantillo” del coro de la catedral, desoír a la madre, quien insistentemente deseaba
que continuara los estudios en el seminario y alcanzar, si fuera posible, el sacerdocio, siempre fue su mayor anhelo y, a la vez, mayor decepción. Dejar a un lado algún amor adolescente en ciernes y,
sobre todo, la asfixia intelectual, acrecentada por un más que incierto futuro hace que, Soriano, con apenas catorce años, huya tras los pasos de sus hermanos. Dejaba atrás sueños imposibles de
cumplir. Inquietudes irrealizables en una ciudad, dominada por caciquismos y rancios poderes clericales, que ahogaban ansias de saber, de ampliar estudios, conocimientos y, sobre todo, aventurarse en
el mundo de la vida en otras tierras, otras gentes, otros horizontes.
Soriano llegó a la efervescente ciudad
condal, a casa del hermano mayor Bernardo, instalándose el tiempo necesario hasta encontrar un trabajo estable en una joyería que, con el sueldo que ganaba, proporcionó independizarse de aquella casa
y lograr alejarse de una cuñada escasamente afectiva.
En el barrio de Sant Gervasi comenzó a
saborear y notar el pálpito de la ciudad, recorrer sus calles, largas avenidas y contemplar, maravillado, el mar. Fueron días y años trepidantes para el joven Soriano. El trabajo diario en la joyería
Roca, el comienzo del bachillerato, la política, llegando a la Secretaría General de las Juventudes Socialistas Unificadas de Barcelona, ¡y la llegada de la República! Ese nuevo aire de libertad le
permite descubrir y acceder a numerosas publicaciones procedentes del este europeo, así como la obra marxista. Pero es con Don Antonio Machado con quien se identificó plenamente, sus obras fueron
siempre sus verdaderas biblias, hasta el final.
En 1.934, fue nombrado bibliotecario del
Ateneo Enciclopédico Popular, siendo el lugar donde nace su verdadera pasión por la obra impresa, acrecentada por la lectura de “Galaxia” de Gutemberg.
Pero la incivil guerra trastocó todo
aquel impulso cultural y profesional. Tras la dureza y múltiples vicisitudes asumió su responsabilidad, tomando las armas para defender sus planteamientos y los de su clase. Siendo, como fue, un
activista destacado y señalado en la línea democrática y progresista, coherente con sus ideas y su idiosincrasia obrera, marchará al exilio tras la derrota republicana. Fue el precio a pagar por
defender el régimen legal como fue la Segunda República española. Herido, agotado y abandonado de fuerzas, con 26 años, cruzó la frontera en brazos de sus amigos. Atrás dejaba, por muchos años,
tierra española.
Durante tres semanas permaneció
“alojado” junto a miles de republicanos en Bourg-Madame, en campos para ganado. El cielo, plomizo y frío, fue el techo donde cobijarse; el barro y la nieve fueron lecho donde poder lograr descansar
toda la debilidad. Todo era dolor y desgracia, hasta el aliento.
Con el paso de los días y a la gratitud
de esos amigos, que le ofrecían porciones de alimentos, logró recuperarse. En la estación de La Tour de Carol, como a bestias, fueron transportados en tren hacia el campo de concentración de Bram,
lugar cercano a Carcasona, donde permaneció hasta mediados de noviembre de 1.939, cuando fue enviado a Genouilly, cerca de Bourges, en el centro de Francia, para trabajar como
¡agricultor!
Con la invasión alemana huyó como
muchos, como todos, camino del sur. Al cabo de un mes, tras largo y penoso caminar, llegó a Toulouse. Allí participó en el desarrollo de un sistema de supervivencia, que logró mantener la dignidad y
presencia social de quienes tenían como recurso alimentar la resistencia en la desaparición del progreso dentro de su país. Toulouse fue la ciudad donde llevó a la práctica el maravilloso sueño del
Ateneo Enciclopédico.