“El episodio
Kugelmass”
de Woody
Allen
El profesor Kugelmass, quien
dictaba clases de Humanidades en el City College, estaba infelizmente casado por segunda vez. Su esposa, Dafne Kugelmass, era una idiota. Él también tenía dos hijos tontos de su primera esposa, Flo,
y estaba hasta el cuello de deudas ocasionadas por los costos de la separación y manutención de los niños.
“¿Acaso yo sabía que las cosas iban a salir tan mal?”,
se lamentó un día Kugelmass dirigiéndose a su analista. “Dafne era muy prometedora. ¿Quién podría sospechar que ella iba a abandonarse y a engordar como un tonel? Además, ella tenía algunos
dolarcillos, lo que no es – por supuesto – razón suficiente para contraer nupcias, pero tampoco viene mal, teniendo en cuenta los problemas “operativos” que tengo. ¿Entiende lo que le
digo?
Kugelmass era calvo y tan peludo como un oso, pero tenía
un gran corazón.
“Tengo que buscarme otra mujer”, agregó. “Necesito tener
un affaire. Es posible que no sea un buen partido, pero soy un hombre que necesita vivir un romance.”
“Necesito sentir ternura, coquetear con alguien. Estoy
envejeciendo y por ello es muy tarde para sentir el deseo de hacer el amor en Venecia, burlarse el uno del otro en el ‘21’ e intercambiar miradas tímidas sobre una copa de vino tinto a la luz de las
velas. ¿Entiende lo que le digo?’’
El Dr. Mandel se movió en la silla y dijo: “No resolverá
nada con una aventura amorosa. Usted es muy poco realista. Sus problemas son mucho más graves”.
“Debo tener una relación muy discreta”, seguía pensando
en voz alta Kugelmass. “No puedo darme el lujo de divorciarme por segunda vez. Dafne me lo echaría en cara”
“Sr. Kugelmass…”
“Sin embargo, no puede ser con nadie del City College
porque Dafne también trabaja allí. De hecho, ninguna profesora de esa universidad vale gran cosa; sin embargo, alguna de las estudiantes …”
“Sr. Kugelmass…”
“Ayúdeme. Anoche tuve un sueño. Estaba en una pradera y
de pronto me puse a saltar con una cesta de comida y la cesta tenía un letrero que rezaba ‘Opciones’. Luego me di cuenta de que la cesta tenía un agujero”.
“Sr. Kugelmass, lo peor que puede hacer es representar
de esa forma sus inhibiciones. Usted debe limitarse a expresar sus sentimientos para que los analicemos en conjunto. Usted ha estado en tratamiento el tiempo suficiente como para saber que no hay
remedios instantáneos. Después de todo, soy un analista, no un mago”.
“Entonces, tal vez lo que necesite sea un mago”, dijo
Kugelmass, levantándose de su asiento. Y con ello puso fin a su terapia.
Algunas semanas después, Kugelmass y Dafne se hallaban
deprimidos en su apartamento como dos viejos muebles. De pronto, sonó el teléfono. Era de noche.
“Yo atiendo”, dijo Kugelmass.
“Aló”.
¨¿Kugelmass?, se oyó al otro lado del teléfono.
“Kugelmass, le habla Persky”.
“¿Quién?”
“Persky, ¿o debería decir “El Gran
Persky?”
¿Perdón?
“He sabido que anda en búsqueda de un mago que le dé una
nota exótica a su vida. ¿No es así?”
“¬Chis!, susurró Kugelmass. “No cuelgue. ¿De dónde
llama, Sr. Persky?”
Al día siguiente, por la tarde, Kugelmass subió por las
escaleras de un decrépito edificio de apartamentos situado en el área de Bushwick, Brooklyn. Aguzando la mirada para romper la oscuridad del pasillo, Kugelmass finalmente encontró la puerta que
buscaba y tocó el timbre. Voy a lamentarlo, pensó para sí.
Segundos después, era recibido por un hombre pequeño,
delgado, con una mirada vidriosa.
¿Usted es Persky, el Grande?, dijo
Kugelmass.
El Gran Persky. ¿Quiere una taza de
té?
“No. Quiero vivir un romance. Quiero sentir la música,
el amor y la belleza”.
“Pero no quiere tomar té. ¿Ah? Es raro. Muy bien, tome
asiento”.
Persky se paró y fue al cuarto de atrás. Kugelmass oyó
un movimiento de cajas y muebles. Persky reapareció, empujando un objeto de gran tamaño montado sobre unos patines con las ruedas chirriantes. Persky quitó algunos viejos pañuelos de seda que se
encontraban en la parte superior y los sopló para quitarle el polvo. Se trataba de un armario chino mal laqueado y de tosca apariencia.
“Persky”, ¿qué se trae entre manos?, preguntó
Kugelmass.
Preste atención”, le respondió Persky. “Esto va a
producir un bello efecto. Lo diseñé el año pasado para una ceremonia de los Caballeros de Pitia, pero el acto se suspendió por falta de público. Entre en el mueble”.
“¿Por qué? ¿Acaso va a atravesarlo con un montón de
espadas o algo así?
¿Usted ve alguna espada?
Kugelmass puso cara de circunstancia y lanzando un
gruñido se introdujo en el armario. El profesor no pudo evitar observar varias imitaciones de diamante de mala calidad pegadas en la madera contrachapada justo frente a su cara. “Esto es un chiste de
mal gusto”, dijo.
“Tiene algo de broma. Bien, oiga lo que le voy a decir.
Si lanzo una novela al interior del armario en el que usted se encuentra, cierro las puertas y toco tres veces, usted se verá proyectado en ese libro”.
Kugelmass hizo un gesto de
incredulidad.
“Es mi varita mágica”, dijo Perksy. “Mi contacto con
Dios. No sólo funciona con novelas. Puede ser un cuento, una obra de teatro, un poema. Podrá conocer algunas de las mujeres creadas por los mejores escritores del mundo. Sea cual fuere la mujer de
sus sueños. Podrá hacer todo lo que desee como un verdadero triunfador. Luego, cuando haya vivido suficientes experiencias, pega un grito y volverá aquí al instante.
“Persky, ¿Usted está
enfermo?
“Le estoy diciendo que todo estará bien”, expresó
Persky.
Kugelmass mantuvo su escepticismo. “¿Lo que usted me
quiere decir es que este cajón casero me puede transportar tal y como usted me lo ha descrito
por apenas 20 dólares?”
Kugelmass buscó su billetera. “Ver para creer”,
dijo.
Persky guardó los billetes en sus bolsillos y se dirigió
a su biblioteca “¿A quién desea conocer? ¿A la Hermana Carrie? ¿Hester Prynne? ¿Ofelia? ¿Tal vez a algún personaje de Saul Bellow? ¿Qué le parece un encuentro con Temple Drake? Aunque para un hombre
de su edad, ella sería una prueba muy difícil”
“A una francesa. Quiero tener un affaire con una amante
francesa”
“¿Nana?”
“No quiero tener que pagar por
ello”.
“¿Qué le parece Natacha de Guerra y
Paz?”
“Le dije que una francesa. ¡Ya sé! ¿Qué le parece Emma
Bovary? Me parece perfecta”.
“Muy bien, Kugelmass. Pegue un grito cuando esté
harto”.
Persky introdujo en el armario una edición rústica de la
novela de Flaubert.
“¿Está seguro de que esto no implica ningún riesgo?”,
preguntó Kugelmass mientras Persky comenzaba a cerrar las puertas del armario.
“Seguro. ¿Hay algo seguro en este mundo tan loco?”
Persky tocó tres veces el armario y luego abrió de par en par las puertas.
Kugelmass se había ido. En ese mismo instante, apareció
en el dormitorio de la casa de Charles y Emma Bovary en Yonville. Ante él, se hallaba una hermosa mujer, de pie y dándole la espalda a Kugelmass mientras doblaba la lencería. No puedo creerlo, pensó
Kugelmass, mirando a la cautivadora esposa del doctor. Esto es algo sobrenatural. Estoy aquí junto a ella.
Emma se volteó sorprendida. “Dios mío, me asustó”,
expresó. “¿Quién es usted?” Emma habló en perfecto inglés como la traducción que aparecía en la edición rústica de Persky.
Esto es increíble, pensó Kugelmass. Luego, dándose
cuenta de que era a él, a quien ella se había dirigido, respondió: “Disculpe. Soy Sidney Kugelmass, del City College. Soy profesor de Humanidades en una universidad neoyorquina, situada en las
afueras de la ciudad. Yo … ¡no puedo creerlo!”
Emma Bovary sonrió con coquetería y le preguntó: “¿Desea
tomar algo? ¿Tal vez una copa de vino?”
Es hermosa, pensó Kugelmass. ¡Qué diferencia con el
troglodita con el que comparte la cama! Sintió un impulso repentino de tener entre sus brazos esta visión y decirle que era el tipo de mujer con el que había soñado toda su
vida.
“Sí, un poco de vino”, contestó con voz ronca. “Blanco.
No, tinto. No, blanco. Una copa de vino blanco”.
“Charles estará fuera todo el día”, expresó Emma, con
voz insinuante.
Después del vino, fueron a dar un paseo por la
encantadora campiña francesa. “Yo siempre había soñado con un misterioso extranjero que aparecería y me rescataría de la monotonía de esta aburrida existencia rural”, le confesó Emma tomando su mano.
Pasaron frente a una pequeña iglesia. “Me encanta la ropa que llevas puesta”, murmuró. “Nunca había visto un traje como ese. Es tan … tan moderno”.
“Lo llaman traje casual”, le explicó Kugelmass con voz
romántica. “Estaba de oferta”. De pronto, la besó. Durante más de una hora, estuvieron recostados bajo un árbol, susurrándose frases al oído y expresándose ideas profundamente significativas con sus
miradas. Luego, Kugelmass se incorporó. Acababa de recordar que tenía que encontrarse con Dafne en Bloomingdale’s. “Debo irme”, le dijo. “Pero no te preocupes, volveré”.
“Eso espero”, le dijo
Emma.
Kugelmass le dio un abrazo apasionado y los dos
caminaron de vuelta a casa. Acunó el rostro de Emma en las palmas de sus manos, la besó de nuevo y gritó: “Ya está bien, Persky. Tengo que estar en Bloomingdale’s a las tres y
media”.
Se produjo un ruido seco y Kugelmass volvió a
Brooklyn.
“¿Y entonces? ¿Le mentí?”, preguntó Persky,
triunfante.
“Persky, se me hace tarde para encontrarme con mi mujer
en la Avenida Lexington. Pero ¿cuándo puedo volver a viajar? ¿Mañana?”
“Seguro. Sólo debe traer 20 dólares. Y no le mencione
esto a nadie”.
“Por supuesto. Nada más llamaré a Rupert
Murdoch”.
Kugelmass tomó un taxi que enfiló hacia la ciudad. Su
corazón latía desenfrenadamente. Estoy enamorado, pensó, y tengo en mi poder un secreto maravilloso. Lo que él no se había dado cuenta era que en ese mismo momento los estudiantes de varios salones
de clase del país le estaban preguntando a sus profesores: “¿Quién es ese personaje que aparece en la página 100?”. ¿Un judío calvo está besando a Madame Bovary? Un profesor de Sioux Falls, Dakota
del Sur, suspiró y pensó: “Dios mío, las cosas que se le ocurren a estos muchachos. Eso es culpa de la marihuana y de la coca”.
Dafne Kugelmass se encontraba en el departamento de
accesorios para baños en Bloomingdale’s cuando Kugelmass llegó jadeando. “¿Dónde estabas metido?”, preguntó molesta. “Son las cuatro y media”.
“Había mucho tráfico en la calle”, se excusó
Kugelmass.
Al día siguiente, Kugelmass fue a visitar a Persky y a
los pocos minutos había vuelto a viajar mágicamente a Yonville. Emma no pudo ocultar su emoción al verlo. Pasaron varias horas juntos, riendo y conversando sobre sus vidas. Antes de que Kugelmass
partiera, hicieron el amor. “¡Dios mío, me acosté con Madame Bovary!” dijo entre dientes. “Yo, a quien le rasparon inglés en primer año”.
Transcurrieron los meses y Kugelmass fue a visitar a
Persky en muchas ocasiones desarrollando una íntima y apasionada relación con Emma Bovary. “Asegúrese de que siempre entre al libro antes de la página 120”, le dijo un día Kugelmass al mago. “Siempre
tengo que encontrarme con ella antes de que Emma entre en contacto con el personaje de Rodolphe”,
“¿Por qué? ¿Acaso no puedes
ganarle?”
“¿Ganarle? El pertenece a la aristocracia provinciana.
Esos tipos no tienen nada mejor que hacer que flirtear con las mujeres y montar a caballo. Podríamos decir que él es uno de esos rostros que aparece en la revista Women’s Wear Daily, con un corte de
pelo al estilo Helmut Berger. Sin embargo, para Emma es un galán irresistible”.
“¿Y su esposo no sospecha
nada?”
“Él no sabe ni dónde está parado. Es un paramédico
mediocre que comparte su vida con una bailarina. Siempre está listo para acostarse a las diez mientras ella se pone sus zapatillas de baile. Bueno, … nos vemos luego”.
Kugelmass entró al armario y pasó instantáneamente a la
casa de los Bovary en Yonville. “¿Cómo te va, mi adorada?”, le dijo a Emma.
“¡Oh, Kugelmass!”, susurró Emma. “Las cosas que tengo
que soportar. Anoche mientras cenaba, el Sr. Personalidad se adormeció mientras comíamos el postre. Le estaba expresando todos mis sentimientos sobre Maxim’s y el ballet e, inesperadamente, oí un
ronquido”.
“No te preocupes, mi amor. Estoy aquí contigo”, le dijo
Kugelmass, abrazándola. “Me he ganado esto a pulso”, pensó mientras olía el perfume francés de Emma y hundía su nariz en el cabello de su amada. “He sufrido mucho. He gastado mucho dinero en
analistas. He buscado hasta el cansancio. Ella es joven y núbil y yo estoy aquí, algunas páginas después de Léon y poco antes de Rodolphe. Como he aparecido en los capítulos adecuados, he podido
manejar perfectamente la situación”.
De hecho, Emma irradiaba tanta felicidad como Kugelmass.
Ella estaba ansiosa de emociones y los relatos que Kugelmass le contaba sobre la vida nocturna de Broadway, los automóviles veloces y las estrellas de la televisión y de Hollywood, embelesaban a la
preciosa joven francesa.
“Dime algo sobre O. J. Simpson”, le imploró una noche,
mientras ella y Kugelmass paseaban cerca de la abadía de Bournisien.
“¿Qué te puedo decir? Es un gran atleta. Ha establecido
una gran cantidad de marcas como corredor de fútbol americano. Tiene una gran agilidad. Es muy difícil tocarlo”.
“¿Y qué me dices de los premios de la Academia?”,
preguntó Emma con melancolía. “Daría cualquier cosa por ganarme un Oscar”.
“Antes que nada debes recibir una
nominación”.
“Ya lo sé. Tú me lo explicaste. Pero estoy convencida de
que puedo actuar. Por supuesto, quisiera tomar algunas clases. Tal vez con Strasberg. Luego, si tuviera el agente adecuado….”
“Ya veremos, ya veremos. Hablaré con
Persky”.
Esa noche, luego de haber regresado a salvo al
apartamento del mago, Kugelmass le propuso la idea de traerse consigo a Emma para que visitara la Gran Manzana.
“Déjeme pensarlo”, le dijo Persky. “Tal vez pudiera
hacer algo al respecto. Han ocurrido cosas más extrañas”. Desde luego, a ninguno de ellos se les vino a la cabeza ninguna.
“¿Dónde diablos has estado metido todo este tiempo?”, le
gritó Dafne Kugelmass a su marido cuando él volvió tarde a su casa. “¿Tienes una madriguera en la que te emborrachas a escondidas?”
“Sí, claro. Soy un borracho”, contestó Kugelmass con
tono de desgano. “Estaba con Leonard Popkin. Estábamos discutiendo sobre la agricultura socialista en Polonia. Tú conoces muy bien a Popkin. Es un fanático del tema”.
“Has estado muy raro en los últimos tiempos”, comentó
Dafne. “Distante. Tú no te habrás olvidado del cumpleaños de mi padre. Es el sábado, ¿no?”
“Sí, claro”, contestó Kugelmass, dirigiéndose al baño.
“Irá toda mi familia. Podremos ver a los mellizos. Y al
primo Hamish. Deberías ser más amable con el primo Hamish. Le caes bien”.
“Sí, los morochos”, dijo Kugelmass, cerrando la puerta
del baño y apagando con ello la voz de su mujer. El profesor se apoyó en la puerta, y respiró hondo. En pocas horas, se dijo a sí mismo, volvería a Yonville, para estar con su amada. Y en esta
oportunidad, si todo salía de acuerdo a lo previsto, se traería a Emma consigo.
A las 3:15 p.m. del día siguiente, Persky volvió a
realizar su acto de magia. Kugelmass se apareció ante Emma, sonriente y ansioso. Ambos pasaron varias horas en Yonville con Binet y luego se montaron en el carruaje de los Bovary. Siguiendo las
instrucciones de Persky, se abrazaron con fuerza, cerraron sus ojos y contaron hasta diez. Cuando los abrieron, el carruaje estaba cerca de la puerta lateral del Hotel Plaza, en donde Kugelmass había
reservado ese mismo día y con un gran optimismo, una suite.
“¡Me encanta!, es tal y como lo había soñado”, dijo Emma
mientras daba saltos de alegría por la habitación y veía la ciudad desde su ventana. “Allí está Schwarz. Y allá veo el Central Park y, ¿cuál es Sherry? Ah, allí está. ¡Es
maravilloso!
En la cama había varias cajas de Halston y Saint
Laurent. Emma abrió una de ellas y sacó un par de pantalones de terciopelo negro que puso delante de su perfecto cuerpo.
“Esos pantalones son de Ralph Lauren”, dijo Kugelmass.
“Lucirás estupenda. Anda, cariño. Dame un beso”.
“Nunca había estado tan feliz”, gritó Emma mientras se
paraba frente al espejo. “Vamos a pasear por la ciudad. Quiero ir a ver el musical ‘Chorus Line’, visitar el Guggenheim y ver el personaje de Jack Nicholson del que siempre me has hablado. “¿Están
presentando alguna de sus películas?”
“No puedo entender lo que está pasando”, expresó un
profesor de Stanford. “En primer lugar, aparece un extraño personaje llamado Kugelmass y ahora ella ha desaparecido de la obra. Supongo que la principal característica de una obra clásica es que uno
puede releerla mil veces y siempre hallar algo nuevo”.
Los amantes pasaron un dichoso fin de semana. Kugelmass
le había dicho a Dafne que él iba a participar en un simposio en Boston y que regresaría el lunes. Saboreando cada momento, Kugelmass y Emma fueron al cine, cenaron en Chinatown, pasaron dos horas en
una discoteca y se acostaron viendo una película en la televisión. El domingo durmieron hasta el mediodía, visitaron el So Ho, y miraron de soslayo a un grupo de celebridades que estaban en Elaine’s.
Comieron caviar y bebieron champagne en su suite el domingo por la noche y conversaron hasta el amanecer. Esa mañana en el taxi que los llevaba al apartamento de Persky, Kugelmass pensó que era una
cosa de locos, pero valía la pena vivirla. No puedo traerla muy a menudo, pero el tenerla en Nueva York de vez en cuando representará un cambio significativo con respecto a
Yonville.
En casa de Persky, Emma se introdujo en el armario,
arregló sus nuevas cajas de ropa y le dio un tierno beso a Kugelmass. “Este será mi lugar la próxima ocasión”, dijo con un guiño. Persky tocó tres veces el armario, pero no ocurrió
nada.
“Este …”, dijo Persky, rascándose la cabeza. Tocó el
mueble de nuevo, pero la magia no resultó. “Algo está funcionando mal”, masculló.
“Persky, estás bromeando”, gritó Kugelmass. “¡Cómo es
posible que no funcione?”.
“Tranquilícese. ¿Estás todavía ahí adentro,
Emma?
“Sí”.
Persky golpeó el mueble, esta vez con más
fuerza.
“Todavía estoy aquí,
Persky”.
“Ya lo sé, querida. No te
muevas”.
“Persky, tenemos que hacerla volver”, susurró Kugelmass.
“Soy un hombre casado, y tengo clase en tres horas. En estos momentos, sólo estoy preparado para un affair muy discreto”.
“No puedo entender lo que está ocurriendo”, murmuró
Persky. “Es un truco tan sencillo y confiable”.
Sin embargo, no pudo hacer nada. “Esto me va a tomar
algún tiempo”, le dijo a Kugelmass. “Voy a desarmar el mueble. Lo llamaré luego”.
Kugelmass lanzó a Emma dentro de un taxi y la llevó de
vuelta al Plaza. Apenas pudo llegar a tiempo a su clase. Todo el día estuvo llamando por teléfono a Persky y a su amante. El mago le dijo que tal vez tendrían que pasar algunos días antes de que
pudiera llegar al fondo del problema.
“¿Cómo te fue en el simposio?”, le preguntó Dafne esa
noche.
“Muy bien, muy bien”, le contestó el esposo, encendiendo
la colilla de un cigarrillo.
“¿Qué te pasa? Estás sumamente
tenso”.
“¿Yo? Ja, ja!, eso es un chiste. Estoy tan tranquilo
como una noche de verano. Voy a salir a dar un paseo”. Cerró con cuidado la puerta, llamó un taxi que lo llevó al Plaza.
“Estoy en problemas”, dijo Emma. “Charles me
extrañará”.
“Ten paciencia, cariño”, le dijo Kugelmass. Estaba
pálido y sudoroso. La besó de nuevo, corrió hacia el ascensor, llamó desesperadamente a Persky desde una cabina telefónica en la recepción del Plaza y llegó a su casa poco antes de la
medianoche.
“Según Popkin, los precios de la cebada en Cracovia no
habían mostrado tanta estabilidad desde 1971”, le dijo a Dafne mientras esbozaba una sonrisa y se acostaba junto a ella.
Toda la semana transcurrió igual. El viernes por la
noche, Kugelmass le dijo a Dafne que iba a participar en otra conferencia, esta vez en Syracuse. Salió disparado al Plaza, pero el segundo fin de semana no se asemejó en nada al primero. “Llévame de
vuelta a la novela o cásate conmigo”, le dijo Emma a Kugelmass. “Mientras tanto, quiero conseguir un trabajo o estudiar porque estoy harta de ver televisión todo el
día”.
“Me parece bien. Podremos utilizar mejor el dinero”, le
dijo Kugelmass. “Estás gastando una fortuna pidiendo servicio a la habitación del hotel”.
“Ayer conocí a un productor de Off Broadway en el
Central Park y me dijo que podría encajar a la perfección en un proyecto que está realizando”, dijo Emma.
“¿Quién es ese payaso?”, le preguntó
Kugelmass.
“No es un payaso. Es un hombre sensible, amable y lindo.
Se llama Jeff … algo y es candidato a un premio Tony”.
Esa misma tarde, Kugelmass fue a visitar a Persky en
estado de ebriedad.
“Cálmese”, le dijo el mago. “Puede enfermarse de las
coronarias”.
“¿Tranquilizarme?, ¿Cómo me voy a calmar si tengo a un
personaje de ficción escondido en un hotel y creo que mi esposa me está siguiendo con un detective privado?”
“Está bien. Sé que estamos metidos en un problema”,
Persky se arrastró bajo el mueble y comenzó a golpear algo con una llave inglesa.
“Parezco un animal salvaje”, prosiguió Kugelmass. “Ando
a escondidas por toda la ciudad y Emma y yo estamos hartos de la relación. Por no hablar de la cuenta del hotel que ya se parece al presupuesto de defensa”.
“¿Qué puedo hacer? Así es el mundo de la magia”,
masculló Persky. “Todo es cuestión de matices”.
“Matices, un carajo. Esta muchachita lo único que
consume es Dom Perignon y caviar. A eso hay que sumarle su vestuario, la inscripción en el Neighborhood Playhouse y un portafolios con fotos profesionales. Además de eso, Persky, el profesor Fivish
Popkind, que enseña Literatura Comparada y siempre ha estado celoso de mí, me identificó como el personaje que aparece esporádicamente en el libro de Flaubert. Me ha amenazado con que le va a contar
todo a Dafne. Ya me veo arruinado, pagándole la pensión alimentaria a mi mujer, y en la cárcel. Por el pecado de adulterio con Madame Bovary, mi esposa me convertirá en un
mendigo”.
“¿Qué quiere que le diga? Estoy trabajando día y noche
para resolver el problema. En lo que respecta a su angustia, no puedo hacer nada por usted. Soy un mago, no un psicoanalista”.
El domingo por la tarde, Emma se había encerrado en el
baño y se negaba a responder a los ruegos de Kugelmass. El atribulado profesor miró la ventana del edificio Wollman Rink y contempló la posibilidad de suicidarse. Lo malo es que me encuentro en un
piso muy bajo, pensó; de no ser por ello, me lanzaría en el acto. También podría huir a Europa y comenzar una nueva vida … Tal vez podría vender el International Herald Tribune como lo solían hacer
esas muchachas.
En ese momento sonó el teléfono y Kugelmass lo llevó
mecánicamente a su oído.
“Traiga a Emma”, dijo Persky. “Creo que reparé el
defecto que tenía el mueble”.
El corazón de Kugelmass estuvo a punto de detenerse.
“¿Está hablando en serio?”, le dijo. “¿Logró arreglarlo?”
“Tenía un problema en la transmisión. ¿Quién se lo iba a
imaginar?
“Persky, usted es un genio. Estaremos allí en un minuto.
En menos de un minuto”.
Una vez más, los amantes corrieron al apartamento del
mago y de nuevo Emma Bovary se introdujo en el armario con sus cajas. En esta oportunidad no hubo besos. Persky cerró las puertas, respiró fuertemente y tocó la caja tres veces. Se produjo el ruido
habitual y cuando Persky echó un vistazo al interior el mueble estaba vacío. Madame Bovary había regresado a su novela. Kugelmass exhaló un suspiro de alivio y estrechó efusivamente la mano del
mago.
“Se acabó”, dijo. “Aprendí la lección. Nunca volveré a
faltarle a mi mujer. Se lo juro”. Estrechó de nuevo la mano de Persky e hizo la promesa mental de que le iba a enviar un corbatín.
Tres semanas después, al terminar una bella tarde de
primavera, Persky escuchó el timbre y abrió la puerta. Era Kugelmass, con una expresión avergonzada en el rostro.
“¿Está bien, Kugelmass?, ¿adónde quiere ir
ahora?”
“Sólo una vez más”, indicó Kugelmass. “El tiempo es tan
encantador y yo sigo envejeciendo. Persky, ¿usted ha leído el libro La Denuncia de Portnoy? ¿Recuerda el personaje del Mono?”
“Ahora el precio es 25 dólares, ya que el costo de la
vida ha aumentado. Sin embargo, la primera vez podrá ir gratis, debido a todos los problemas que le causé”.
“Usted sí es buena gente”, le dijo Kugelmass mientras se
peinaba los pocos cabellos que le quedaban y entraba en el armario. “¿Está funcionando bien?”
“Eso espero. Sin embargo, no lo he probado mucho desde que ocurrió todo ese desastre”.
"Sexo y romance”, dijo Kugelmass desde el interior del
armario. “Lo que uno tiene que hacer por una cara bonita”.
Persky lanzó al interior un ejemplar de “La Denuncia de
Portnoy” y tocó tres veces la caja. En esta oportunidad, en lugar de hacer un ruido seco, se produjo una ligera explosión, seguida por una serie de chisporroteos y una lluvia de centellas. Persky
saltó hacia atrás, sufrió un ataque cardiaco y cayó muerto. El mueble se incendió y, al final, se quemó todo el apartamento.
Kugelmass, que no tenía conocimiento de esta catástrofe,
también estaba en aprietos. Él no había ido a parar al libro ‘La Denuncia de Portnoy’ ni a ninguna otra novela sobre el mismo tema. El profesor había sido proyectado a un viejo libro de texto llamado
‘Curso básico de Inglés’ y estaba corriendo sobre un terreno árido y pedregoso para salvar su vida mientras la palabra ‘tener’, un verbo peludo e irregular, corría tras él gracias a sus larguiruchas
piernas.