No creo que a estas alturas haya alguien que todavía se pregunte sobre el porqué de la ausencia de mujeres en la historia de la música. Conocemos cientos de compositores, intérpretes, directores, cantantes… todo hombres, como si el mundo de la música fuera algo exclusivo de la esfera masculina. Pero eso no solo ocurre en este ámbito, sino que podemos observar lo mismo en la literatura, la pintura, la escultura, etcétera. Y si comparamos la situación actual, que aún es bastante mejorable, con los siglos anteriores, no encontramos ninguna explicación a tanto vacío. Claro, eso visto desde nuestra perspectiva actual. La lógica del pasado era bastante diferente.
La familia Mozart no tuvo solo un prodigio musical, en realidad tuvo dos. Sí, el famosísimo Wolfgang tuvo una hermana que, si podemos hacer caso a los entendidos de aquellos tiempos, era incluso mejor que su hermano. Ella se llamaba Maria Anna, aunque dentro de su familia todos la apodaban cariñosamente Nannerl.
Maria Anna nació, como su hermano, en la ciudad austriaca de Salzburgo el 30 de julio de 1751 y Wolfgang lo haría el 27 de enero de 1756, entre ambos nacerían otros dos niños que no sobrevivieron, y Wolfgang fue el último, pues debido a su parto tan complicado, la madre, Anna Maria Walburga Mozart, no pudo tener más hijos.
La profesión de Leopold Mozart, el padre, era la de músico profesional como compositor, director, profesor y violinista. Mientras que la madre se dedicaba en cuerpo y alma a la familia y, siempre que pudo, les acompañó a cada uno de ellos en sus giras musicales. Así que desde muy pequeños Maria Anna y Wolfgag vivieron en un ambiente completamente dedicado a la música.
Lo primero que Leopold les enseñó a tocar fue el clavicémbalo, también conocido como clave o clavecín, instrumento de teclado y cuerda pulsada, a diferencia del piano o el clavicordio que son de cuerda percutida. Maria Anna tenía siete años y su hermano dos, pero no necesitó mucho tiempo el padre en darse cuenta de que tenía dos niños prodigio en casa, así que los preparó concienzudamente durante tres años y en 1762 llevó a toda la familia en una gira por Europa central y occidental, realizando conciertos privados para la nobleza, en los cuales los niños recibieron muchos regalos, pero muchos contratos se quedaron sin cobrar, y conciertos públicos para el público en general, bastante más rentables. Maria Anna tenía entonces once años y Wolfgang seis. Y lo curioso es que el caché de ella era bastante más elevado que el de su hermano. Sin embargo, no tardaron a relegarla al hogar a medida que se hacía mayor y, entonces, Wolfgang o bien se iba de gira con su padre o bien a firmar contratos con la madre, pero Maria Anna no volvió a actuar, aunque sí seguía componiendo, obras que se han perdido o, según malpiensan algunos desconfiados, han llegado hasta nuestros días con la firma de su hermano, aunque él siempre decía al público que la obra era de su hermana cuando interpretaba alguna composición de ella, así mismo, se sabe que Wolfgang ensayaba en el piano con partituras compuestas por Maria Anna reunidas en el “Libro de Música de Nannerl”, compilado por su padre. Lo triste es que no fue el único caso, pues algo similar les ocurrió a Clara Shumann o Fanny Mendelsson, por ejemplo.
La madre murió durante uno de esos viajes que hacía con Wolfgang y al poco tiempo Maria Anna cumplió dieciocho años, por lo que el padre delegó en ella la administración de la casa familiar de Salzburgo, al mismo tiempo que comenzó el desfile de pretendientes, pero la muchacha solo se fijó en un capitán con el que nunca llegó a casarse por imposición paterna desoyendo los consejos de su hermano de que hiciera su propia voluntad.
Con veintiún años, Wolfgang se emancipó y dejó sola a Maria Anna aguantando a un padre cada vez más controlador y cascarrabias, hasta que, cuando ya había perdido toda esperanza, a la tardía edad de treinta y tres años, Maria Anna conoció al magistrado Johann Baptist Franz von Berchtold, con quien se casó, sin estar anamorada, y se largó a vivir al pueblo donde él trabajaba, St. Gilgen, donde tuvo que hacerse cargo de los cinco hijos con que él cargaba de anteriores matrimonios, además de los tres que ella misma aportó a lo largo del tiempo, aunque su primer hijo pasó varios años con su abuelo Leopold en Salzburgo, quizá con la esperanza de que hiciera de él otro niño prodigio, pero tuvo que regresar con su madre tras la muerte del abuelo.
Wolfgang murió en 1791 y Maria Anna hacía mucho tiempo que no lo veía ni sabía nada de su vida a pesar de haber estado muy unidos durante la infancia y a la admiración que él sentía por ella y siempre la había tenido como ejemplo a seguir, tanta era su complicidad que incluso crearon un lenguaje secreto que solo ellos entendían y él le dedicó varias piezas como: Divertimento nº 11 en D Mayor, Capricio (K.395/300g) o Preludio y Fuga (K. 394/383ª), pero la ruptura con el padre les separó. A petición de Constanze, la esposa de su hermano, a la que no apreciaba especialmente, le envió varias cartas familiares para que las usara en la biografía de Wolfgang, y de esta forma se enteró de cómo fueron sus últimos años, cosa que le entristeció enormemente.
Maria Anna enviudó en 1801 y, libre por primera vez en su vida de la obediencia a los hombres, regresó a Salzburgo con toda la prole de hijos (una niña y un niño pues la otra niña había muerto) e hijastros, donde se ganó la vida dando clases de música y donde moriría el 29 de octubre de 1829, pero un tiempo antes de que esto ocurriese pudo conocer al hijo de Wolfgang, Franz Xaver Wolfgang Mozart, quien la visitó personalmente al viajar hasta Salzburgo para dirigir el Réquiem escrito por su padre.
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