Colegas:

Alejandro Monzonís Selfa:                Sommelier.

Cuento ganador del XXXIII Premio Internacional de Cuentos Max Aub, sección comarcal, de Segorbe, 2019.

El médico da respiración a quien no la tiene, sin embargo, el artista deja sin aliento. Y yo sin respiro alguno, entre guardia y guardia, escribí este cuento, mi primer cuento. 

 

El día que nací, hace 33 primaveras, no fue un buen día. Expulsé aguas meconiales, lo que significa que me cagué en mi madre. En ese fatídico instante aprendí dos cosas de la vida: una, que no iba a ser fácil y la otra, que sólo podía ir a mejor. 

 

En 2013 me licencié en medicina. Vaya usted a saber por qué. También es cierto que House estaba de moda 6 años antes. Me dedico a la urgencia. Eso significa que una persona puede morir en un breve espacio de tiempo y mi equipo y yo debemos tratar de descubrir por qué e impedirlo. Es fascinante. Es un arma de doble filo. Si la cosa sale bien es francamente gratificante, si no… Bueno, es uno de esos trabajos que uno se lleva irremediablemente a casa. Los sanitarios tenemos un lenguaje único. La de cervezas que hemos chocado diciendo: “Tranquilo, todo irá bien”.

 

A los 3 años subí por primera vez a un escenario. A mí me crio un escritor que me enseñó a volar y una madre que siempre me educó con amor. Supongo que de ese interesante sincretismo nace en mí, desde bien pequeño, un deseo irrefrenable de expresión que finalmente culmina en una pasión enfermiza por el teatro.

 

Decía un tal Chéjov en su obra La Gaviota: “Cuando pienso en mi vocación no temo a la vida”. Y yo, que tengo más vocaciones que vidas, estoy aterrado. Aterrado con la dicotomía del “ser o no ser”. Ojalá ese desasosiego me permita contar más historias.

 

Ésta es sobre seres humanos con nombre de botella de vino. Recuerdo tocar paredes frías y mohosas en varias bodegas de la Rioja (España). Respirar ese aliento que sólo la lluvia sabe hacer cuando cae sobre el campo. Mi olor favorito. También recuerdo las viñas de Mendoza (Argentina), porque allí aprendí que el vino son raíces. Y las raíces son sudor mucho antes de que algún desaprensivo devuelva una botella cuando le parece mal envejecida. Hay que cuidar al vino igual que se cuidamos las historias. Porque cada botella esconde una y yo no conozco una embriaguez más estética. Porque es evidente que el vino es vida. Y vivir es una amalgama de placer y conflicto a dosis similares. Y vivir también es silencio y ruido. Y luego se añade el tiempo, que tiene la desdichada curiosidad de ser efímero.

Alex

SOMMELIER

Alejandro Monzonís Selfa

A mi madre.

Joven

 

Llego tarde, ¡joder!, llego tarde y estoy perdido. La puta manía de Aitana de juntarnos a todos. No podíamos haber quedado en un sitio normal como todas las familias.

 

- A 200 metros gire a la derecha.

 

Pero si es todo un secarral. Maldito GPS. Con este camino de tierra, voy a acabar con el coche picado por las piedras. Y ahora el teléfono…

 

- ¿Sí?

- Galleguito, ¿cómo andás? Hey, no te dije, siento lo de tu papá.

- Tranquila. Ya estoy mejor.

- Bárbaro. Escuchame, tenés que pasarme la obra ya. No puedo poner más excusas. Dijiste que la tendrías recién para agosto. Los actores están enojados. En octubre estrenamos. Santi, falta un mes, ¿entendés?

- No puedo vomitar las palabras.

- ¿Me estás cargando?

- Toda historia tiene un proceso, uno tiene que…

- Santi, ¿estás ahí?

- Digo que escribir…

- No se escucha bien, ¿Santi?

 

Genial. Bendito primer mundo y su cobertura de mierda. No he escrito nada, no puedo escribir nada. No me concentro. Han sido tres meses bastante duros. ¿Es culpa mía que se pongan de huelga? Te retrasan el vuelo y llegas tarde al entierro de tu padre. Fin. Luego todo son malas caras. Pensaba que estar un tiempo en Madrid me sentaría bien. Pero, ¿dónde coño está la bodega? Esto no me suena de nada.

 

- Sin señal. Recalculando ruta. Sin señal. Recalculando ruta. En la próxima intersección cambie de sentido.

 

¡Me cago en la puta!

 

- ¿¡Qué!?

- Santi, tu hermana quiere saber si estás vivo.

- Estoy perdido, Tomás. No sé cómo cojones llegar.

- ¿Qué ves?

- Nada. Un secarral.

- Entonces vas bien, no tardes.

 

Y cuelga. ¡Será cabrón! Ten hermanos para esto. Sinceramente espero que acabe pronto esta pantomima. No es que no me apetezca verlos, pero seamos sinceros, no hay necesidad de hacer 400 kilómetros un domingo por la mañana. Esto se podría haber solucionado por teléfono. Por mí la vendemos y a otra cosa. Yo a mi Buenos Aires querida y el resto a lo suyo. Pero esa maldita manía de Aitana. Que si papá lo hubiera querido así, que si papá hubiera querido vernos a todos juntos en la bodega, ¿por qué le haremos tanto caso? Y, ¿qué coño quiere ésta ahora?

 

- Hola Santi, antes se cortó. Creo que no tenés señal.

- Crees bien.

- Siento el choclo, siento ser pesada. No sé en qué andás, pero con esto tenés una oportunidad de oro…

 

Le cuelgo. A mamarla. Tengo que encontrar el camino correcto. Piensa Santi, piensa, joder. La caseta del tío Antoine, a la derecha. Recto, recto, recto y ahí está. Si la veo, llego seguro. Aunque a saber qué ha sido de esa caseta. Puede que ya ni esté.

El que peor lo debe estar pasando en Iván, toda la vida con papá y con las cepas, ayudando a su manera, haciendo lo que quiera que se haga con la uva. Pobre Iván. Debe estar hecho polvo.

Aunque para polvo, este camino de mierda. Vale, céntrate Santi. Todo esto antes eran viñas. Todo son raíces muertas. Es otoño, sol de justicia, época de vendimia… Cómo ha cambiado esto. Todo echado a perder.

Lo que me faltaba, se acaba el camino. ¿Qué hago, me meto por ahí? Voy a rascar todos los bajos.

Un momento, ¿eso verde? Tengo que ponerme gafas. ¡Viñas! Se acabó el secarral. De puta madre.

Qué maravilla todo tan verde. El campo en sí tiene ese delicado suspiro que hace que sólo respires paz. Es como si el tiempo se detuviera en un instante y ya nada importara. Ya estoy cerca, lo presiento. Con toda esta humedad… Se respira mucho mejor cuando la tierra está mojada.

¡Mierda!, ¡mierda!, ¡mierda!, una abeja, joder. Se ha metido en el coche. ¡Me cago en la leche! Me salgo. Vamos que si me salgo. ¡Ay!, me ha picado. ¡Qué dolor! En todo el brazo.

¡Puto campo, puto GPS, puto teléfono, putas abejas y puta bodega! ¡Me cago en todo el vino y en toda la uva del planeta!

 

- Anti, hola Anti. ¡Ja, ja, ja!

 

¿Qué cojones? ¿Iván? Sí, es Iván. Míralo, todavía como un niño. Pero qué mayor está. Todo el pelo canoso.

 

- ¡Hola, campeón! Ven, dame un abrazo.

- Te ha icado una abeja. Epera. Yo culo.

- ¿Cómo estás pequeñín?

- Yo gande, yo culo, ¡ja, ja, ja!

 

¿Qué coño está haciendo? ¿Me va a poner eso? No, no, no, ¡qué asco! Por favor, para Iván, para. ¡Uf! No es nada mal. Joder, ¡qué alivio!

 

- Iván, ¿dónde están los demás?

- Tiela y agua, balo, ¡ja, ja, ja!

- ¡No coche! ¡Coliendo, ccoliendo!

 

Cuesta reconocerle, ¿qué va a ser de él? Pero cómo corre el condenado…

 

- ¡Espera Iván!

- ¡No pilla!, ¡ja, ja, ja!

- ¡Cuidado!

 

Se ha caído. Menudo trompazo. Para haberse matado.

 

- ¿Estás bien?

- ¡JA, JA, JA! Tempanillo. Mmm… ¡qué ica!

 

Y ahora se pone a comer uva. Venga Iván, joder, llévame con estos. ¿Otra vez a correr? No puede ser verdad. ¡Será mamón! Estoy jadeando. No paro de tragar hojas. Tengo que hacer deporte. ¿Cómo puede correr tan rápido con un cuerpo tan raro? O me esfuerzo un poco más o le pierdo.

 

- Iván, ¡espera!

- ¡No pilla!, ¡ja, ja, ja!

 

¿Dónde se habrá metido? Estoy reventado. Viñas, viñas y más viñas. ¿Esa es la caseta del tío Antoine? Está destrozada. Todas las ventanas rotas. Bueno, giro a la derecha, sigo recto y ya estoy.

Al fin. Vaya tela. Es como si no hubiera pasado el tiempo. Esos viejos ventanales con ese vidrio deslustrado que mira más de dentro a fuera que de fuera a dentro. Ese techo de teja desgastada. ¿La pintura?, rosa palo, ¿en serio, Aitana? Genial, la puerta está abierta.

Todo está más o menos igual que cuando me fui. Qué recuerdos. La máquina de coser a pedales de mamá. El garrote de “si no pagas me descuelgo”. Qué fotos más viejas. Mira, aquí está papá con tío Antoine en la bodega. Sería de cuando empezaron todo. Y fíjate, en esta estamos los cuatro de pequeños en el charquito que hizo papá para que jugáramos en verano. Tomás haciéndonos los cuernos a Aitana y a mí. Nos saca dos cabezas. Iván sólo era un bebé. Mamá lo cogía en brazos. ¡Qué gracioso!

 

- ¿Dónde estáis, chicos?

- Estamos abajo.

 

La voz de pito de Aitana es inconfundible. Espero que no se haya traído a los gemelos. La última vez que los vi eran odiosos. No recordaba lo empinadas que estaban estas escaleras. Ni lo oscuro que está todo aquí abajo. Y el frío. Aquí abajo siempre hace frío. “El vino es quien manda”. Te equivocabas papá. Arriba y abajo, mientras pudo, siempre mandó mamá. Menuda era ella.

Y pensar que todo esto fue cavado a pico y pala. Todavía se notan las muescas que dejaban. Menudo trabajazo. El olor es… No recuerdo cómo se llama ese concepto en el vino. Eso de que cuando al respirarlo te abre las fosas nasales. Le preguntaré luego a Tomás. Es curioso la cantidad de recuerdos que despierta un olor.

 

- Estaba preocupada por ti, Santi. ¿Qué tienes en el brazo?, ¿barro?

- Iván, que es mucho mejor médico de lo que será Tomás en su vida.

- Llegas tarde.

- No le hagas caso a Tomás, cariño, espero que hayas tenido buen viaje.

- Me alegro de veros.

 

Crianza

 

Por muy mayor que sea sólo es un niño. Estaba como loco por volver a la bodega. Toda la vida con papá y ahora que faltó… No sé cómo le habrá afectado. Es muy difícil saber qué siente. Es muy difícil comunicarse con él. A veces se queda con la mirada perdida, murmurando cosas. Y tan pronto, de repente, ríe. Ríe, corre y juega con los gemelos. Qué gracia me hace; “Loligo y Alata”. Se mueren de risa con él. Si en estos tres meses ha habido una alegría, esa ha sido sin duda Iván. A Paco no le hace gracia tenerlo en casa. Dice que es una carga. Que somos tres hermanos y que siempre soy yo la que apechuga con todo. Y lo cierto es que el pobre es una carga… Pero un hermano es un hermano. Paco lo entenderá.

 

- Aitana, quiero ir a jugá, quiero ir a jugá, quiero ir a jugá.

- Está bien, Iván, pero ten cuidado y no corras.

 

¡Ale!, pa tu tía no corras. Algún día se nos escalabra. No me gustaría perder la bodega. A saber qué habría sido de ellos estos últimos años si yo no hubiera echado una mano. Esto, seguro que una pocilga. A papá cada vez le dolían más los huesos. Paco tiene rezón, Santi pasa de todo. También de Iván. Y Tomás, ¿quién sabe qué hay en la cabeza de Tomás?

 

- Hola Tomás, cariño, ¿cómo estás? Qué pronto has llegado. ¿Has visto qué bonita he dejado la bodega? Con una de las barricas viejas, encargué que hicieran esta mesita. Así, cortada por la mitad. Las sillas son una monada, ¿no? ¿Y la luz?, mucho mejor, dónde va a parar. Yo creo que podríamos sentarnos aquí los tres para hablar y ver qué hacemos con todo.

- Hace frío aquí abajo.

- “El vino es quien manda”, ja, ja, ja.

 

Qué mayor está. Mayor no, viejo, con esa barba desaliñada… ¿Y la camisa? Esa camisa no está planchada. Ahora verás.

 

- ¿Cómo está Laura?

- Como siempre.

 

Este se ha separado. A mí no me engaña. Siempre ha sido más seco que la mojama, pero siempre he sabido calarlo muy bien. Qué mal le sientan los años a algunos, ¿eh, Tomás? Al menos no está gordo, que cuando me encontré a Iván. Válgame Dios lo que comerían papá y él. “Hija, en la guerra porque no tenía y ahora porque no me dejas, lo que voy a hacer es morirme de hambre”. Vaya par…

 

- Tomás, te quería preguntar. Los gemelos están con una tos feísima. Rodrigo tuvo décimas ayer. En nada están los dos. ¿Qué les puedo dar? Antes de que vaya a más, digo.

- Agua.

 

Fíjate que barato. Más que la carrera de medicina, supongo. Venga Aitana, Esfuérzate. Respira. Uno, dos, tres… Uno, dos, tres… Suelta el aire. Como en mindfulness.

 

- Eso sí, todas las mañanas les doy una cucharadita de miel con limón que dicen que es lo mejor para la tos. Porque claro, yo pensé, ¿y si hacen gárgaras con agua y bicarbonato? Pero son muy pequeños para eso, ¿no? Si llegaran a tragárselo les podría pasar algo malo…

- ¡Bah!

 

Y se larga. ¡Con dos cojones! Aitana, relax. En este último tiempo papá siempre preguntaba por él. “¿El bueno de Tomás?” El bueno de Tomás hacía siglos que no aparecía por aquí.

 

- Tomás, ¡vuelve aquí! Santi tarda mucho. Deberías llamarle. Puede que se haya perdido.

- Ya se encontrará.

- ¡Tomás!

- Espera, ya voy…

 

Y vuelve con olor a tabaco. No me extraña que se le cuartee la piel. Ojalá se le descame… Aitana, por favor, respira. Uno, dos, tres… Uno, dos, tres… Pues no me da la gana. Será bandido. Con todas las velitas de vainilla que he puesto…

 

- Tenía sed.

- Estabas fumando. Es-ta-bas fu-man-do mentiroso.

- ¡Ay, ay,  ay! Para, Aitana, joder, para, no me pegues…

 

Será capullo. ¡Ale! Que coja el móvil y llame a su hermano. Me parece a mí que hoy voy a estar rodeada de niños.

 

- Santi, tu hermana quiere saber si estás vivo (…) ¿Qué ves? (…) Entonces vas bien. No tardes.

- ¿Qué dice?

- Que llega enseguida.

 

¡Madre mía!, ¡el Beaufort d’Eté!, me lo he dejado en el coche. Se va a echar a perder con todo el sol dándole de lleno. Va a parecer un charco, todo derretido. Aitana, qué despistada estás, Aitana…

 

- Tomás, voy un momento al coche, me he dejado el queso.

- Vale.

 

¡Ay, señor! Aitana, el queso… Vale, vale, ya lo tengo. ¡Oh, no! Todo echado a perder. Y mira a Iván, por ahí sigue felizmente corriendo. Corriendo y comiendo. Pero ¿puede dejar las uvas en paz que va a caer enfermo? ¡Qué maravilla! Menudas vistas. Se pone el campo tan verde en septiembre. Y qué pena la caseta del tío Antoine, ¿qué habrá sido de él?

 

- Si dices algo del queso, te mato.

- Seguro que sabe mejor de lo que parece.

 

Eso, encima ríete. Bueno, voy a dejarlo aquí que repose. Entre el frío y la humedad seguro que luego se puede comer o eso espero.

 

- Oye, Tomás, ¿qué fue del tío Antoine?

- ¿Y eso?

- Da lástima cómo ha quedado la caseta. Todos los cristales rotos…

- Se volvió a Francia.

- Pues no habrás pasado horas con él aprendiendo de vino. “Tú serás como yo, Sommelier”. Y tú todo contento y él y papá dándote vino a escondidas. Menudos cabreos pillaba mamá, ¿te acuerdas? “Pero si se lo hacemos escupir, mujer”. Qué tiempos aquellos. ¿Habrá muerto ya?

- Supongo que sí.

 

Está tardando mucho Santi. Tengo muchas ganas de verle. A quién quiero engañar. Tengo ganas de vernos a todos juntos en la bodega. Papá lo hubiera querido así.

 

- Aitana, ¿tú crees que Santi es maricón?

- ¿A qué viene eso ahora? Además, ¿qué más da? Desde luego, o no dices nada o sólo dices tonterías.

- ¡Bah!, me voy a fumar un cigarro. Anda, mira que velitas más monas.

 

¿No será capaz de encendérselo ahí?, ¿no será capaz? Me deja muerta. En fin. No tiene remedio. Desisto.

 

- ¿Dónde estáis, chicos?

 

Ya está aquí Santi.

 

- Estamos abajo.

 

¡Uy! Qué calvo está éste…

 

- Estaba preocupada por ti, Santi. ¿Qué tienes en el brazo?, ¿barro?

- Iván, que es mucho mejor médico de lo que será Tomás en su vida.

- Llegas tarde.

- No le hagas caso a Tomás, cariño, espero que hayas tenido un buen viaje.

- Me alegro de veros.

 

Voy a buscar a Iván y que venga que ya es muy tarde. Mira, hablando del rey de Roma.

 

- ¡Anti no pilla! ¡Anti no pilla!

- Madre mía, Iván. Vas hecho unos zorros, lleno de tierra. ¡Ale!, a cambiarte, pero ya.

- No quielo, ¡no pilla!

- Sí pilla, sí.

 

Por Dios, cómo se ha puesto. Desde luego es el que mejor se lo está pasando sin duda. Entre que subo, lo ducho y lo cambio. Madre mía, vamos a comer súper tarde. Y tengo que llamar a Paco a ver cómo están los niños.

 

- Chicos, id cortando el queso o se nos hará la hora de merendar.

- Santi, cuando tu hermana dice queso, se refiere a esa cosa de ahí.

 

Eso, eso, reíd, capullos. Qué contenta estoy. Al fin todos juntos.

 

- Aitana. Y vino, por Dios, trae vino.

- Que lo busque Tomás, que es el que entiende.

 

Llevo mucho tiempo pensándolo. ¿Y si abrimos la bodega al público? Podría ser una especie de hotelito rural, donde podríamos organizar catas de vino. La verdad, faltarían algunos pequeños arreglitos y quedaría estupenda. Paco arregló todas las cañerías, puso la luz eléctrica aquí abajo… Si es que vale pa to este Paquito mío. Esta bodega tiene tanta historia. Papá nos contaba cómo se escondió en ella durante la Guerra Civil con tan solo ocho añitos. ¡Claro! Santi podría escribir una especie de teatrillo y Tomás… Tomás sabe mucho de vino. Podríamos llamarla “Bodega Don Tomás”, en honor a papá. ¡Ay Aitana! Qué tonterías dices. Aún así sería una lástima perderla.

 

- Venga, Iván, a la ducha. Deja la ropa ahí. Luego te la llevaré.

- ¡¡Ale!!

- Levanta un bracito. ¿Te hace cosquillitas?

- ¡Ja, ja, ja!, ¡iiiii!

 

Dicen que de sueños también se vive Aitana.

 

- ¿A ti te gustaría que nos quedáramos a vivir aquí?, ¿qué pasa amor?, Iván, ¿estás bien cariño?

- ¡¡¡PAPÁ, PAPÁ, PAPÁ, PAPÁ, PAPÁ!!!

- Mi vida, tranquilo, tranquilízate tesoro.

- ¡¡¡PAPÁ, PAPÁ, PAPÁ, PAPÁ, PAPÁ, PAPÁ, PAPÁ, PAPÁ!!!

- Por favor, cariño, respira, no pasa nada.

- ¡¡¡PAPÁ, PAPÁ, PAPÁ, PAPÁ, PAPÁ, PAPÁ, PAPÁ, PAPÁ, PAPÁ, PAPÁ!!!

 

Deja que te abrace, deja que te abrace fuerte, cariño. Se me parte el alma. Deja que te coja la cabecita bonita que tienes y te acaricie. Deja que te proteja. Deja que te proteja de todo lo malo. De todo lo malo que hay en el mundo y que tú no tienes. Mi niño. Mi dulce niño precioso.

 

- ¡AHHH! ¡AHHH!

- No llores, pequeño.

- No lloles, no lloles…Yo grande.

- El más grande, cariño. El más grande de todos. A secarse y a vestirse.

 

Reserva

 

Pero qué calvo se ha quedado el hijo de puta. ¿Cuánto tiempo hace que no lo veo? Si yo hubiese podido, también me hubiese librado del entierro.

 

- Chicos, id cortando el queso o se hará la hora de merendar.

- Santi, cuando tue hermana dice queso, se refiere a esa cosa de ahí.

- Aitana. Y vino, por Dios, trae vino.

- Que lo busque Tomás, que es el que entiende.

 

Mierda.

 

- Voy.

- Espera Tomás, te acompaño.

 

Once grados exactamente. Ni uno más, ni uno menos. “El vino es quien manda”. Tengo ganas de fumarme un cigarro. Debería dejarlo…

 

- Tomás, el olor… Es pura poesía. Sólo con entrar en casa se me ha llenado la cabeza de recuerdos.

- El olor de una bodega es la personalidad del vino.

- Vaya, ¡qué profundo te has puesto!

 

Me fatigo con tantas escaleras. Tengo que parar. Sólo un poco más. Mierda, sigue, que la bola de billar va a pensar que ya estás machucho.

 

- Qué viejo estás.

- Sígueme y calla.

 

“Tomás, me recorrí el mundo entero para aprender esto. El sueño de tu padre es el sueño de todo enólogo. Hacer un vino añejo. Lo nuestro es diferente. Nosotros sencillamente degustamos ese sueño. Nosotros, tú y yo. Pronto serás sommelier”. ¡Qué mareo! Todo me da vueltas.

 

- ¿Estás bien, Tomás?

- Ya casi hemos llegado.

 

“Nunca he tenido hijos. Conmigo acaba mi generación. Pero tú puedes mantenerla viva. Tienes olfato. Vales para esto”.

 

- ¡NO!

- Tomás, me estás preocupando.

 

Contrólate, joder. Se te va la cabeza. Palpitaciones. Estoy nervioso. Sólo es eso. Estoy nervioso. Tranquilízate. “Somos como cuentacuentos”.

 

- Aquí están.

- Vaya tela, Tomás. ¿Todas estas botellas estaban aquí?

- Busco una en concreto.

 

“Un vino añejo no es necesariamente mejor. La mayor parte se estropea. No tenemos una botella mágica guardada en un lugar mágico quince o veinte años. Pero un reserva puede contar secretos que un vino joven ni siquiera se atrevería a escuchar”.

 

- Están llenas de un moho viscoso, da un poco de asquito.

- Aspergillus niger.

- Son como pelotitas de nieve negra.

- Ya la tengo, vamos.

 

“¿Ves este moho? Cuidamos de él como cuidamos de un perro guardián. Vive del alcohol, come aire y lo mantiene fresco. Dos cosas maravillosas”. Se me nubla la vista. Definitivamente he de dejar de fumar. Me da igual lo que diga el calvorota. Tengo que parar.

 

- Madre mía, para cuatro escaleras que subes.

- El vino que pesa mucho. Toma, llévalo tú.

 

“Hacer un vino es superar adversidades. Todas las cosechas tienen problemas. Todas. Tu padre es un gran masoquista. Le encanta cuando la naturaleza es creativa con el vino”. Sí Antoine, fíjate qué creativo fue con Iván. Qué puto hambre.

 

- Santi, ¿tienes hambre?

- Me muero…

- Vamos a arreglar ese queso.

- ¿No esperamos a Aitana?

 

Un cortecito por aquí, otro por allá y redondito y bonito, que casi ni se nota. “Las rocas, el sol, el viento, la lluvia… eso son cosas impredecibles y, por tanto, eternas. No salen vinos de sitios bonitos o feos. Salen vinos de sitios salvajes, de sitios con energía. La cosecha llegará cuando llegue. Simplemente debemos estar preparados. Nunca olvides que el gran vino y la gran vendimia envejecen juntos”.

 

- Tú haz lo que quieras.

- ¡Oye!, pues está bueno.

 

“La bodega es el lugar donde el vino descansa y se transforma. El vino es vida. Siempre está en evolución. Siempre buscando transformarse en vinagre”.

 

- Tomás, ¿has pensado qué va a ser de Iván?

- Una antigua compañera es enfermera en el Valle de Santa Coloma, una residencia para personas como Iván. He hablado con ella. Entrará sin problemas. Ya he hecho todos los trámites. No me queda lejos y podré visitarlo cada semana. Así le echo un ojo. También Aitana podrá. Bueno, dudo que ella salga de allí. Esa es una de las cosas que quería comentaros hoy. Me ocuparé personalmente de esté muy bien cuidado.

- Me quedo más tranquilo.

- Tú vuelves a Argentina, ¿no?

- Seguramente sí.

 

¡Qué dolor de cabeza! ¿Dónde está ese cigarro? Aquí en el bolsillo, menos mal…

 

- Pero bueno, no me puedo creer que os estéis comiendo el queso. Y tú, apaga eso.

- Mila, mila, ¡yo guapo!

- Fumador empedernido que se ahoga con cuatro escaleras y médico. Ironías de la vida.

- ¡Tú cállate, bombilla! Todo un seductor, pequeñajo.

- ¡Yo grande!, ¡yo grande!, ¡ja, ja, ja!

 

“Tu padre le regala una botella al tiempo. Es un trabajo para toda la vida. Es sencillo, tienes que poner tu corazón y tu alma en ello. Es como una forma de arte”.

 

- Ya tenemos el vino. Más viejo que Matusalén y lleno de moho. El que le ha gustado a Tomás. Espera, moho no, Aspergus no sé qué…

- Venga Tomás, cariño, ábrelo y preséntalo, como en los viejos tiempos.

- No tengo ese olfato ya.

- ¡Va viejales!, no seas carca.

- Carca, carca… Queso. Mmm… ¡qué ico!

 

“Nuestro trabajo, Tomás, consiste en coger una de esas botellas y a dos tipos de la calle y hacer que cada uno la disfrute de una manera. Ese es el verdadero secreto”.

 

- Gran Reserva, elaborado con Tinta del País…

- ¡Tempanillo!

 - Hostia puta.

- ¡Otia puta!

- ¡¡Santi, esa boca!! Continúa, Tomás.

 

“El conflicto obliga al vino y a las personas a evolucionar”.

 

- Ese año…

¡Uff! Mi cabeza.

- ¿Estás bien, viejales?

- Ese año llovió mucho. El problema de que llueva es que el vino se diluye…

- Queso… ¡qué ico!

- Para de comer, Iván, cariño, que te vas a empachar.

- Pasadme el descorchador.

 

Mierda, me tiembla el pulso, ¿qué me está pasando? Me mata este dolor de cabeza.

 

- Limpio y brillante. Aroma intenso. Color intenso…

 

“Cada detalle debe estar guardado en la memoria. Nosotros solo recordamos”. Qué olor tan dulce.

 

- Afrutado… Yo diría frambuesa. Espera… no, fruto negro. Mora.

 

“Cuando aprendas a concentrarte podrás discernir bien los olores. Es lo más difícil. No dejes que el vino te engañe”. Muevo la copa y así abro más aromas. Inspiro fuerte.

 

- La barrica francesa le da esa falsa vainilla. Raíz profunda. Tierra húmeda. Petricor.

 

“La textura del vino es más marcada un mal año”.

 

- Un mal año. Seguramente ácido.

- La lluvia que diluye el vino, bla, bla, bla…

- Fue el año que murió mamá. A ver cómo sabe…

 

“Cuando sacas el corcho y sirves el vino, sólo importa una cosa, ¿está delicioso?”

 

- ¡Queso!, ¡qué ico!

- ¡¡Iván, has tirado el vino!!

- ¡¡Tomás malo!!, ¡¡no pilla!!, ¡AHHH!, ¡AHHH!

- No puedes gritar así a Iván. Es muy sensible.

- ¿Qué coño te pasa, Tomás?

- ¡El vino no vale nada! ¡Aquí ya no hay nada que valga la pena! ¡Hay que vender la bodega y largarnos ya de aquí!

- ¿Qué?, ni hablar. Paco y yo tenemos un proyecto al que estáis invitados a participar, siempre que queráis, por supuesto. Bodega Don Tomás, en honor a papá. Un hotelito rural de tradición vinícola que…

- Opino como él. Hay que venderlas y punto. Y más con Iván en la residencia esa que le ha buscado Tomás.

- Pero ¿se os ha ido la cabeza? Es nuestro hermano, ¿pretendéis abandonar a nuestro propio hermano en una residencia? No señor. Iván se queda conmigo en la Bodega.

 

Lo que me faltaba por oír.

 

- Aquí traigo el contrato de compraventa de la Bodega. El precio es más que razonable entendiendo que el resto de los viñedos está prácticamente abandonado. La empresa que la quiere es bastante fiable y pagará pronto. Lo dividimos entre los tres a partes iguales y se acabó. Tú, Santi, tienes que firmar aquí. Ya Aitana, tú aquí.

- Mirad chicos, una cosa os voy a decir. Ninguno de los dos, pero ninguno, tuvo la desfachatez de estar aquí con papá cuando se estaba muriendo. Sí, porque se estaba muriendo y alguien le tenía que limpiar el culo cuando se cagaba encima. Y ese alguien siempre fui yo. No sé cómo tenéis la poca vergüenza de querer vender esta bodega. Porque tú ahora, coges la maleta y a Argentina. Y llamo de vez en cuando si eso para contar lo bien que escribo y los premios que gano. Un par de bromitas en Navidad y todos contentos. ¡qué gracioso el Santi! Ni al entierro de tu padre llegaste a tiempo.

- ¡Deja de llorar de una puta vez!

- No, Tomás, no dejo de llorar. A ti te pasa algo. Tu amabas esta bodega. La amabas, joder. Vienes de uvas a peras, no hablas, no dices nada. Nunca dices nada. Te separas y tampoco dices nada. ¿Qué es lo que te falta a ti en la vida?, ¿eh? Pero no, no me da la gana. Iván se queda conmigo y yo cuidaré de él. Vosotros haced lo que la conciencia, si es que tenéis, os permita.

- No tienes ni idea de quién era papá. Ninguno de los dos sabe cómo era papá. Voy fuera a buscar a Iván. A ver si con suerte me perdona.

- ¿Qué has querido decir con eso de papá?

- Tonterías de amargado. Ve a la caseta. Siempre que se enfada se esconde allí. Y tú, Santi, tráeme un vaso de agua, por favor.

 

“Probar un vino debe ser como contar una historia. El primer toque dulce. Luego ácido. Lo notas en la saliva. Y finalmente, en el resto del paladar, amargo. Sólo si hace esto de forma armoniosa el vino es redondo en la boca”.

 

- ¡Iván!, ¡sal de la caseta!

- ¡Tomás malo!, ¡Tomás chilla!

- No me hagas entrar ahí.

 

“Tomás, ve a mi caseta. He dejado una botella de vino sobre la mesa que cojea. Quiero que la analices y me digas por qué se ha echado a perder”.

 

- Iván, te vas a hacer daño. ¡Sal inmediatamente!

- ¡No quielo!

 

No entiendo nada. No puedo entender nada. Me está sacando de quicio. Me va a estallar la cabeza. Estoy sudando como un cerdo.

 

- No me obligues a entrar.

- ¡Caseta!, ¡caseta!

 

Sal de ahí, joder. “Tomás, tu padre y yo…” Otra vez no, que pare ya. Se me duermen las manos. ¿Estoy hiperventilando? ¡Relájate! Nervios, sólo son nervios.

 

- Cuento tres. Uno, dos y… Al tete le duele mucho la cabeza.

 

La madre que lo parió. ¡A la mierda! ¿Cómo puede caminar entre tanto escombro? No me encuentro bien. El corazón se me sale del pecho. “Tomás, tu padre y yo…” No pienses, sólo sigue adelante. ¿Dónde se habrá metido? Mataría por un cigarrillo.

 

- Iván, ¿dónde estás?

 

Esto es una pocilga. Hay más tierra aquí dentro que en el campo. Debo estar en el comedor, o eso creo. La mesa coja, la ventana que no cierra, todos los cristales rotos, botellas vacías… No todas se echaron a perder después de todo. “Tomás, tu padre y yo…” ¡Basta, mi cabeza! Espera, ¿qué es eso? No puede ser. Esto sí que es una putada. Me cuesta respirar. La cuerda. No puede ser. ¿La puta cuerda sigue ahí? Qué dolor de pecho. Me falta el aire. Tengo una losa pegada al cuerpo. ¡Joder!, se me seca la boca. Está todo borroso. “Tomás, tu padre y yo…” No recuerdes, por lo que más quieras, no recuerdes.

 

- No lloles.

- Iván, estás ahí. Ven, abrázame. El tete está muy triste. No quería gritarte, pequeñajo.

- ¡Yo gande!

- Salgamos de aquí.

 

Gran Reserva

 

He perdido todo. También a ti. Sé que te marchas. Debes hacerlo. Es mejor así. Estoy solo y tengo miedo. Sólo es eso.

Mi hijo se ha marchado. Antoine. El bueno de Tomás. Dice que ya no quiere ser sommelier. Que quiere ser médico. Es un buen chico, ¿verdad? Demasiado joven todavía. Fue él quien vio el cuerpo de su madre en esta caseta. En tu caseta, ¿entiendes? Está claro que ella lo sabía. No sé si fue Tomás quien se lo contó, pero sé que él también lo sabe todo. Le hice jurar que no diría nada a sus hermanos. Que si preguntaban por ella dijera que fue una pulmonía por una tos mal curada, Lo cierto es que ya no dice nada. Ya casi nunca habla.

Llueve, miro a través de los cristales y solo llueve. Tenemos que vendimiar ya, Antoine. El agua va a diluir el vino. La cosecha se va a echar a perder. No recuerdo un septiembre tan lluvioso.

Aitana y Santi estarán bien. Ellos no serán conscientes de lo que ha ocurrido. Son demasiado pequeños. Pronto olvidarán lo malo. Aitana cuida mucho de Iván. Los médicos no saben muy bien qué le ocurre. Dicen que no va a madurar, que sólo va a envejecer. Mi pequeño gran reserva. Si una sola gota de él se derramara… No sé que llegaría a ser capaz de hacer.

Ella siempre estaba triste. Con ese carácter, nunca pudo ser feliz. Es justo decir que la quería, Antoine. No puedes hacer una idea de cómo me siento. Del asco que siento por dentro. Ojalá yo hubiese tenido los cojones de ponerme en esa cuerda.

Podría hablarte del calor de cada uva del viñedo. Lo sé todo sobre esta tierra. La raíz nunca fue tan profunda. Es el año perfecto para hacer un vino añejo. Pero llueve y no creo que deje de llover. Hay que salir ya y cosechar todo. Si no será demasiado tarde. Aunque se destrocen las cepas. Aunque no dejemos una mota de tierra en el campo. Aunque acabemos llenos de barro.

¿Qué voy a hacer, Antoine? Cuando te vayas, romperé a pedradas los cristales de esta maldita caseta. Estoy harto de esconderme. Y más ahora que ya no tengo nada. Ni tus caricias, ni tu forma de mirarme, ni el calor de piel, ni tu olor. Tu intenso olor.

Te vas, lo sé, pero te quedas, como una vid que no se dejará arrancar jamás. Como un vino que ni esta maldita lluvia extirpará de mi memoria.

Aquí hace frío y fuera llueve. Hay que salir a recoger la uva si no la cosecha se echará a perder. Luego, si quieres, te marchas. Pero recuerda, el vino es quien manda.

Fin

Gracias por leernos...

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