Los lugares misteriosos son una constante en las novelas de
Kate Morton, por lo que no podía faltar este elemento en su última novela, La hija del relojero, esa casa de dos tejados en el recodo del río, Birchwood Manor, la cual es utilizada como
escenario para el desarrollo de una enigmática historia donde intervienen diversos personajes, sin ningún vínculo aparente entre ellos, a lo largo de algo más de siglo y
medio.
Sin embargo, esta casa es algo más que un punto de
referencia espacial pasando a ocupar, desde el primer momento, un lugar importante entre el elenco de protagonistas que se van sucediendo en transcurso de la narración. Birchwood Manor, según una
antigua leyenda, fue construida en un terreno bendecido por la Reina de las hadas después de que sus hijos fueran protegidos por una pareja de humanos y, por ello, de vez en cuando todavía se puede
vislumbrar una luz en la ventana del ático como símbolo de esa mágica protección, algo que han ido percibiendo, sin encontrarle ninguna lógica, los sucesivos residentes en este lugar, todos ellos
víctimas de algún revés de la vida, comenzando con Albertine Bell “Birdie”, cuyo espíritu, narrador en primera persona, va desgranando su propia historia mientras observa a todas esas personas que
han ido compartiendo ese espacio con ella.
De esta forma, la novela posee dos esferas narrativas: la
voz de Birdie, quien nos va contando su historia desde los primeros recuerdos de la infancia, cuando todavía vivía con su padre, el relojero, pasando por su periodo de niña carterista a las órdenes
de la señora Mack, hasta llegar a posar como modelo para Edward Radcliffe, cuando se cambió el nombre por el de Lily Millington, bien elucubra sus pensamientos sobre los movimientos y acciones de los
habitantes circunstanciales de Birchwood Manor, y las diferentes historias de éstos, en tercera persona y relatadas por un narrador omnisciente. Ambas esferas tienden a converger, mediante un
complicado laberinto de hechos, casualidades y demás azares de la vida, alejados todos ellos por el tiempo, en un único eje de rotación: esta casa y los sucesos acaecidos en ella en el verano de
1862.
Birchwood Manor esconde muchos misterios sin resolver entre
sus muros. Todo permanece en el silencio del olvido hasta que en 2017 Elodie Wislow, en los sótanos de Stratton, Cadwell & Co., mientras trabaja clasificando unos viejos archivos, da con la bolsa
de cuero que contiene la fotografía y los bocetos y algo en este descubrimiento le dice que tras de ellos hay un misterio por resolver.