La vida, según Selma, no es un mundo
perfecto, sino esa dimensión temporal donde se mezclan la tristeza y la alegría, el sufrimiento con la felicidad, el ser o dejar de serlo, pues todo forma parte de ella, todo de ese destino que no
depende de cada persona en individual, ya que la vida es una meta compartida.
Por eso, en los frondosos valles del
Westerwald alemán, aunque cada vez que Selma sueña con un okapi todos saben que alguien morirá en el pueblo, ello no es motivo de pánico, sino más bien de reflexión, de arreglar cuentas, de concluir
asuntos pendientes, de dar luz a sentimientos callados.
Sin embargo, aunque al principio
tengamos esta sensación, más que la muerte es el amor el tema principal de la novela, pero no pensemos en ese amor recurrente de historias trasnochadas, sino en ese otro lleno de magia y misterio que
es como un ágape destinado a estrechar los lazos entre las personas, un amor delicado, sutil y, a veces, con una pizca de erotismo repleto de ternura.
Selma es la madre de Peter, el que lo
dejó todo (incluso a su perro Alaska, resultado de una recomendación de su psicoanalista como medio para descargar su dolor), lanzándose a recorrer el mundo cuando se separó de su esposa Astrid, la
dueña de la floristería, y ambos son los padres de Luise. Selma estuvo casada con Hainrich, quien murió hace mucho tiempo, y es amada en secreto por el mejor amigo de su marido, Dietrich Hahnberg, el
óptico, algo que todo el mundo sabe, incluso Selma, a pesar de su silencio impuesto por sus voces internas. Y la cuñada de Selma es Elsbeth, una mujer mágica siempre rodeada de conjuros y hierbas que
utiliza para curar cualquier dolor, desde un amor perdido hasta los partos complicados de las vacas, pasando por las hemorroides.
Por su parte, Luise, cuando era niña,
tuvo un amigo llamado Martin que quería ser levantador de pesas mientras su padre, Palm, bebía para olvidar que no podía olvidar; luego, ya de joven, Luise se enamora de Frederik, un monje budista
que vive en Japón, y cuando él no está, intenta hacer brotar una sonrisa de la triste Marlies.
Todo un universo, en fin, de personajes
entrañables, incluyendo a los que todavía no hemos mencionado, como Albert, el señor Röder o los gemelos, que forman una comunidad, se cuidan mutuamente y están ahí en función de los
otros.