La situación sociopolítica de aquella época era bastante
complicada gracias, sobre todo, a la ambición de dos reyes: Fernando II de Aragón y Luis XII de Francia. Y es que cuando dos hipopótamos discuten, se ve alterada la paz de toda la charca. Ambos
pretendían expansionarse a costa de los pequeños estados que se repartían la bota de la Península Itálica, pero para ello tenían que obtener el beneplácito del representante de Dios en la Tierra, el
Papa, que, curiosamente, en esta ocasión era de origen hispano, lo que podía ocasionar sospechas de favoritismo hacia el aragonés. Pero Alejandro VI era tan ambicioso como ellos y, sin olvidarse del
Reino de los Cielos, tampoco hacía ascos a los poderes terrenales, así que se dejaba querer y repartía sus favores a uno o a otro, según sus propios intereses. Cierto que tras la conquista del Reino
de Granada por el Reino de Castilla (con alguna ayuda del de Aragón, faltaría más), cuya reina era Isabel I, esposa de Fernando (aunque de facto fuera éste quien dispusiera y diera las órdenes en
aquel reino, mientras que en el suyo, Aragón, ella no pintaba absolutamente nada, así que eso de: “Tanto monta, monta tanto” no era nada más que una patraña publicitaria), el Papa les
concedió el título de “Católicos” y comenzó a llamarles “Reyes de España”, lo que no sentó nada bien al Rey de Portugal Juan II, pues el concepto “España” equivalía al
antiguo de “Hispania”, es decir, lo que en la actualidad denominamos “Península Ibérica”.
Sin embargo, el idilio entre Alejandro VI y Fernando II no
duró mucho, ya que las pretensiones de la Casa de Borgia en extender los dominios de los Estados Pontificios chocaban directamente con los del rey hispano, ya contrariado con el Sumo Pontífice por
dar cobijo a muchos judíos expulsados de sus reinos. Pero esto no parecía importarle mucho a Alejandro VI quien también tenía sus problemas a la puerta de su casa, pues sus pretensiones no eran bien
vistas por los pequeños señores que rodeaban al Vaticano quienes, a la sombra de la Casa de Orsini, a la mínima ocasión, se levantaban en armas contra el Papa y sus secuaces extranjeros, a los que
ellos denominaban, despectivamente, “catalani”. Y no digamos ya lo que le supuso el molesto grano que le salió en Florencia, nada menos que un gobierno teocrático impuesto por el monje
dominico Savonarola quien, a parte de crear un sistema de terror en sus territorios, predicaba en contra del Papa.
En 1495 Alfonso II envía un ejército al Reino de Nápoles
para rechazar la invasión francesa y al mando puso a un noble andaluz muy apegado a Isabel I, a favor de quien lucho durante la guerra civil castellana y que luego se distinguiría durante la
conquista de Granada, su nombre era Gonzalo Fernández de Córdoba, que pasaría a la historia como “El Gran Capitán”. Tras recuperar Nápoles para el Reino de Aragón, Alfonso II le encomienda partir en
auxilio del Papa y recobrar el puerto de Ostia en manos de los Orsini, quienes impedían la entrada de suministros a Roma. Poco tiempo después ayudaría a Venecia contra los turcos y vencería
definitivamente a los franceses ocupando el Reino de Nápoles en su totalidad, del que fue nombrado Gobernador. Al morir el papa Alejandro IV y el ascenso al sillón del Vaticano el cardenal Della
Rovere como Jaime I, enemigo declarado del anterior papa, Fernández de Córdoba ofreció protección a César Borja, sin embargo, Fernando II le ordenó detenerlo y enviarlo hacia tierras hispanas donde
fue encarcelado. A partir de ese momento, las relaciones entre el Gran Capitán y el Rey de Aragón se llenaron de negros nubarrones y clara desconfianza, situación que se agravó tras la muerte de la
Reina Isabel I y los nuevos esponsales del Rey con una princesa francesa. Fernando II no tardaría en destituirlo como gobernador de Nápoles y alejarlo de cualquier lugar donde pudiera hacerle
sombra.
A grandes rasgos, este era el panorama en el que se
desarrolla la trama de “Tiempo de cenizas”: una sociedad cambiante en la que nunca se estaba seguro de quién era tu amigo o quién tu enemigo. A parte de estos personajes que he nombrado
hasta ahora, son muchos otros los reales que aparecen e intervienen en el argumento, lo que hace de esta novela una interesante ventana hacia el pasado desde la que podemos observar cómo se vivía y
moría en aquellos momentos y cuáles eran sus inquietudes, sus ambiciones, sus sufrimientos y sus esperanzas.