Este libro, a pesar de lo que su título parece indicarnos, no es una guía de autoayuda ni un panfleto de desarrollo personal, tampoco pretende darnos clases magistrales de nada, ni tan siquiera convencernos de las bondades de alguna idea, pues hace hincapié, en varias ocasiones, de lo importante que es dudar de todo, incluso de lo que dice el propio autor, para que nos forjemos nuestras propias conclusiones del mundo que nos rodea y del cual formamos parte. Simplemente es un análisis de los conceptos actuales que identifican a la sociedad global y la dirigen o limitan, sugiriendo a los lectores un ejercicio de reconocimiento de la realidad.
Estructurado en cinco partes que discurren analizando los desafíos del momento, tanto el tecnológico, como el político, y los cuales nos conducen, no se sabe bien, si a la desesperación o a la esperanza, nos induce a la búsqueda de la verdad de los pensamientos, opiniones y percepciones, y hacia esa capacidad humana, innata o no, de adaptación a las situaciones adversas.
En total son veintiún capítulos que se enlazan los unos a los otros como en una cadena. El primer eslabón sería la decepción al darnos cuenta de que la historia continúa con toda su carga de errores y transgresiones, aunque con la novedad de que vamos hacia una gran masa humana de seres irrelevantes controlados por los microdatos de las nuevas tecnologías de la inteligencia artificial, lo cual daría al traste con la ya maltrecha igualdad. La cadena continúa con las falacias de la comunidad, la civilización, los nacionalismos, las religiones o la inmigración, fenómenos estos que no tienen nada de novedad, sino todo lo contrario, pero que siguen preocupando a las personas que votan y dan el poder a quienes los saben manejar simplemente dejándose llevar por sus sentimientos, no por la razón. Lógicamente, de aquellos polvos llegan estos lodos y a la sociedad se le vende toda esa película de terror necesaria para crear rebaño: el terrorismo, las guerras, la falta de humildad, el continuo tomar el nombre de Dios en vano y las sombras del laicismo o las doctrinas profanas de los dogmas políticos o económicos. Y llegados a este punto, no nos debería extrañar nada descubrir que sabemos mucho menos de lo que creemos porque no se nos informa, sino todo lo contrario, que nuestro sentido de la justicia posiblemente esté bastante anticuado, que las noticias falsas duran más que la verdad y que el futuro no es lo que vemos en las películas de ciencia ficción. Entonces, ¿qué podemos hacer para no dejarnos arrastrar por este río de amargura y desengaño? O en palabras del propio autor, ¿cómo se vive en una época de desconcierto cuando los relatos antiguos se han desmoronado y todavía no ha surgido un relato nuevo que los sustituya? Pues, tal vez, mediante una educación evolutiva que admita de una vez que nada es inmutable en la existencia, que el cambio es la única constante de la creación, por lo que nada es sacrosanto en el mundo, y mucho menos los relatos intocables y las palabras “divinas” que tanto daño causan a muchos y tanto benefician a unos pocos, porque la vida no es un relato, sino un fluir constante que solo podremos aprehender mediante la observación, la aceptación y la comprensión. La fe sin más nunca ha movido montañas, para moverlas, muchas personas han tenido que tener fe en sí mismas, en su grupo, en sus fuerzas y en su trabajo.
Yuval Noah Harari era hasta hace poco un oscuro académico israelí, sin embargo, gracias a su primer libro, Sapiens (2014), cuya idea central es que los humanos dominaron el planeta no porque seamos lógicos, sino porque hace más de 70.000 años desarrollamos la capacidad de aceptar y creer en las historias sobre religión, y organización política y económica que sabemos que son falsas, alcanzó una fama mundial inusitada. A esta historia audaz, fresca y atractiva que va desde el descubrimiento del fuego hasta la creación de los ciborgs le siguió Homo Deus, una visión razonada de un futuro en el que la inteligencia artificial y otras tecnologías están a punto de transformar nuestras vidas mucho más, y más rápidamente de lo que casi nadie se da cuenta, fue otro éxito de ventas. Su tercera publicación es la que nos ocupa, 21 lecciones para el siglo XXI, donde estas dos ideas anteriores se repiten y en el que se hace balance de a dónde ha llegado la humanidad y hacia dónde puede ir, en un enfoque tan claro que le da al lector una cierta perspectiva.
En este tomo se repiten los temas clásicos de Harari: La evolución de China desde el país de la lentitud del pasado hasta la potencia económica imparable de la actualidad; los males constantes e irreversible de las religiones y los nacionalismos, aunque, bien calibrados, ambos relatos pueden tener sus aplicaciones; la fatídica proletarización del campo; la decadencia del liberalismo; las dudas éticas de los avances tecnológicos, y el hecho de que los mitos colectivos, como el dinero y las leyes, nos han concedido construir enormes y complicadas sociedades mucho más allá de lo que nos permitían nuestras limitaciones biológicas. Por lo que no nos resulta nada descabellado que haga afirmaciones tan categóricas como la siguiente al referirse al desarrollo de las nuevas tecnologías: “Es peligroso asumir que aparecerán suficientes empleos nuevos para compensar las pérdidas. El hecho de que esto haya sucedido durante las oleadas de automatización anteriores no es absolutamente garantía de que vuelva a suceder en las condiciones muy diferentes del siglo XXI. Las posibles interrupciones sociales y políticas son tan alarmantes que incluso si la probabilidad de desempleo masivo sistémico es baja, deberíamos tomarlo muy en serio ". Y advierte sobre lo que podría suceder si no desarrollamos un plan para evitar que las masas lleguen a ser irrelevantes: "a medida que las masas pierden su importancia económica ... el estado podría perder algunos de los incentivos para invertir en su salud, educación y bienestar”.
En otro aspecto, Harari es liberalista y globalista, por lo que no es extraño que señale que los problemas globales, como la interrupción tecnológica, requieren soluciones globales. Describe a la UE como una "máquina milagrosa" en la que Brexit está lanzando un reto peligroso. Y aunque no ve el nacionalismo como un problema en sí mismo, a pesar de observar que las naciones son un invento relativamente novedoso, pues en gran parte de la historia de los humanos estas no han existido como tales, considera que "el problema comienza cuando el patriotismo benigno se transforma en un ultranacionalismo chovinista". Sin embargo, piensa que los nacionalismos, a pesar de sus últimos resurgimientos, ya han perdido el juego y carecen de sentido, pues "todos somos miembros de una civilización global... La gente todavía tiene diferentes religiones e identidades nacionales, pero cuando se trata de cosas prácticas: cómo construir un estado, una economía, un hospital o una bomba, casi todos pertenecemos a la misma civilización ".
Es incluso más duro con la religión, especialmente con el monoteísmo: "Desde una perspectiva ética, el monoteísmo fue sin duda una de las peores ideas en la historia de la humanidad ... Lo que el monoteísmo sin duda hizo fue hacer a muchas personas más intolerantes que antes ... el último Imperio Romano fue tan diverso como la India de Ashoka, pero cuando el cristianismo se hizo cargo, los emperadores adoptaron un enfoque muy diferente de la religión”. La religión, dice, no tiene respuestas a ninguna de las preguntas importantes de la vida, por lo que no hay grandes seguidores para una versión cristiana de la agricultura, o una versión musulmana de la economía. "No necesitamos invocar el nombre de Dios para vivir una vida moral. El secularismo puede proporcionarnos todos los valores que necesitamos".
Harari es muy duro con el terrorismo y señala que es una amenaza mucho menor de lo que parece, contrariamente a las tergiversaciones deliberadas de los populistas: "Desde el 11 de septiembre de 2001, cada año los terroristas matan a unas cincuenta personas en la Unión Europea, unas diez personas, en los EE. UU., unas siete personas en China y hasta 25.000 en todo el mundo (principalmente en Irak, Afganistán, Pakistán, Nigeria y Siria). En contraste, cada año los accidentes de tráfico matan a unos 80.000 europeos, 40.000 estadounidenses, 270.000 chinos y 1,25 millones de personas en total. Los terroristas desafían al estado a demostrar que puede proteger a todos sus ciudadanos todo el tiempo, lo que por supuesto no puede. Están tratando de hacer que el estado reaccione en exceso, y los populistas son sus ávidos cómplices”.
En conclusión, Harari no nos da soluciones a nuestras preguntas, ni a las muchas otras que tras leer su libro se nos plantean. Él no tiene las respuestas, pero consigue que nos lo planteemos y esa es la vía, pues quien acepta todo tal y como es y se conforma sin más, simplemente permanece anclado al borde del camino hasta marchitarse.
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