Mezclando colores:

Yves Klein, cuando solo existe el vacío.

Mis cuadros monocromáticos no son mis trabajos definitivos, sino la preparación de mis trabajos. Son las sobras de mis procesos creativos, las cenizas. Después de todo, mis fotografías son solo los títulos de propiedad que tengo que presentar cuando se me pide que demuestre que soy propietario. (Yves Klein)

Un trabajo de… 

La línea divisoria entre el arte conceptual y la tomadura de pelo es, en ocasiones, demasiado sutil. Me podrán dar miles de razonamientos y citarme cientos de teorías sobre la expresión artística, pero cuando veo a una persona que se presenta como crítico de arte, o periodista, o simplemente entendida en la materia, o lo que sea, me da igual, y le veo observar detenidamente durante minutos con gesto reflexivo una bola de papel de periódico, o un vaso medio lleno de agua, o una fregona apoyada contra la pared o un lienzo completamente en blanco (por no seguir citando la múltiple variedad de manifestaciones con que se nos sorprende en ciertos certámenes artísticos), a mí se me parte el alma.

¿Qué intentan provocar?, perfecto, pues yo también tengo el derecho de reaccionar ante ello y afirmar que el arte, en estos casos, se encuentra más en las justificaciones que los autores inventan, algunos con buena literatura, todo hay que reconocerlo, que en las supuestas obras en sí.

Este puede ser el caso de un controvertido, aunque influyente y prominente artista francés de la década de los 50 del pasado siglo, Yves Klein (1928 – 1962) quien, en 1958, montó una exposición titulada El Vacío en la galería Iris Clert de París, la cual consistía en salas totalmente despejadas, eliminando todo contenido de la galería excepto, una especie de urna también vacía, y pintando todas las paredes de blanco, eso sí, la puesta en escena de la ceremonia de apertura no estuvo mal, creando una presentación dramática en la que los visitantes eran recibidos en la sala evacuada, con la ventana pintada de azul, al igual que una cortina colgada en el vestíbulo de entrada, la cual custodiaba un agente de la Guardia republicana para que nadie pudiera dañar ni robar la nada… Nada que miles de personas se agolparon para verla… Genial. Yves Klein tituló esta creación “La especialización de la sensibilidad en la materia en estado bruto hacia sensibilidad pictórica estabilizada, El Vacío.” Y luego afirmaba: “Mis pinturas ahora son invisibles y me gustaría mostrarlas de una manera clara y positiva.” Lo dicho, la narración era impecable, un anzuelo que la crítica no tardó en morder pues, mientras unos aseguraban que esta “obra” reflejaba el continuo interés de Klein sobre el diálogo entre el misticismo y el vacío, otros afirmaban que era un ataque político contra el objeto de arte tradicional y al sistema de galería que lo sustentaban… pero seguro que habría un gran número de variadas opiniones más. Aunque la cosa no quedó ahí y, un año antes de su muerte, Klein consiguió vender “El Vacío” a cambio de unas pepitas de oro, es decir, oro a cambio de nada, ¿o tenemos que decir nada a cambio de nada?... y es que, siguiendo con su discurso bien elaborado y razonado, Klein obligó a quemar el recibo al comprador mientras él tiraba las pepitas a las aguas del río Sena en presencia de unos entusiastas periodistas del ramo. ¿Lo ven?, la obra de arte es, en realidad, el discurso, la puesta en escena, la provocación, y está sustentada en el esnobismo de cierta clase burguesa enriquecida sin esfuerzo que gasta el dinero de forma absurda.

Tal vez Klein tenía más alma de dramaturgo que de pintor. Y no es una afirmación gratuita pues sus perfomances fueron de lo más variado y exitosos, como el llevado a cabo un año antes, en 1957, por ejemplo, donde se hizo mundialmente famoso por sus “Propositions Monochromes”, consistentes en una serie de figuras antropomórficas de color azul, su color por excelencia, realizadas por el no menos vanguardista método de embadurnar de pintura los cuerpos desnudos de unas modelos y hacerles revolcarse o presionar su morfología sobre los lienzos, creando, de esa forma, impresiones corporales, las cuales pretendían representar, según el propio artista, las marcas de quemaduras en la tierra causadas por las explosiones atómicas en Hiroshima y Nagasaki, y para su presentación organizó un evento donde los invitados podían observar a las modelos desnudas realizando la pieza… Original, ¿no?, y avispado para los negocios, pues para estas cosas siempre hay alguna persona extravagante y con bastante dinero para pagar por sus caprichos, como ya hemos comentado. Además, gran parte de la crítica creyó ver en ello “un enfoque fresco y vivo de pintura figurativa protestando contra la amenaza de la Guerra Fría.” De nuevo, la imaginación del discurso es sublime.

¿Y qué me dicen sobre su, no menos famosa que las anteriores, fotografía, Salto al vacío (Le Saut dans le Vide)? En este fotomontaje, bastante controvertido en su tiempo, se puede ver a Klein cayendo desde cierta altura a la calle, obra inspirada, según algunos, en sus entrenamientos de judo, y según otros, en su actitud hacia sus evocaciones artísticas anteriores sobre su visión del “vacío”, aunque, desde muy joven, Klein había declarado que poseía el poder de levitar y, además, haciendo referencia al pintor ruso Malevich y sus obras de naturaleza muerta, no le tembló el pulso en escribir: “Malevich estaba en realidad ante el infinito, yo estoy en él. No lo represento ni lo reproduzco, lo soy.” Demoledor…

Y siguiendo su buen sentido comercial creó una firma internacional, International Klein Blue (IKB), lo que en español viene a ser el Azul Klein, registrando a su nombre una tonalidad del color azul que le fue inspirado a los diecinueve años cuando, mirando al cielo, se dio cuenta del espacio infinito e inmaterial que rodeaba el universo, así que, para representar tal visión, decidió que solo usaría un único color, un tono vibrante de ultramar que él perfeccionaría con ayuda de químicos, creando con él pinturas sin rastro de línea o imágenes para alentar al espectador a sumergirse en el color solo y experimentar sus evocaciones… Y encima cobraría royalties, o regalías… Glorioso … Por supuesto que, rápidamente, se le buscaron relaciones simbólicas que no tardaron en encontrarlas por su fe católica, como símbolo del Espíritu Santo o procedentes de las pinturas renacentistas sobre la Virgen.

Aprovechando el tirón, Klein reinterpretó el busto de la “Venus de Milo”, mediante un molde de yeso de la famosa escultura de la antigüedad y pintándola completamente con su Azul Klein, dándole un innegable atractivo comercial y kitsch, convirtiéndole en precursor del arte pop y prefigurando el posterior uso de mujeres desnudas revolcándose sobre lienzos.

 

Pero Klein no se quedó en el azul, pues también usó el oro y el rojo, colores que, junto al IKB consideraba representantes del misterio teológico de la Santísima Trinidad. El oro era para él un símbolo del espacio absoluto, divino e infinito y lo utilizaba con la sana intención de redirigir a los espectadores hacia el cosmos. A partir de este momento, las pinturas ya dejaron de ser uniformes y comenzaron a mostrar diversas excrecencias, que evocaban una superficie lunar, producidas por efecto de la lluvia.

En conclusión, Klein era un hombre fascinado por lo místico y las nociones relacionadas, como lo infinito, lo inefable, lo absoluto… Para él, las imágenes con líneas eran una forma de prisión y por eso buscaba la libertad en el color. Así mismo, afirmaba que en realidad no existía nada en absoluto, solo el vacío. Tal vez por todo ello, Klein se apoya en la experiencia inmediata, como el movimiento y las artes escénicas, y parece querer abandonar el objeto como vehículo de arte, buscando transmitir sus ideas y experiencias mediante formas más directas.

Yves Klein, hijo de los pintores Fred Klein y Marie Raymond, nació en Niza el 28 de abril de 1928. De niño no mostró especial atención hacia el arte, sin embargo, a partir de los catorce años, a partir de su amistad con Claude Pascal y Arman Fernández, comenzó a pintar, sobre todo pinturas monocromáticas, pero no solo en azul, sino en una amplia variedad de colores, teniendo cada uno de ellos un significado especial para él, realizándolos especialmente con rodillos y esponjas.

Pronto sus trabajos se convirtieron en perfomances, como ya hemos comentado con las “antropometrías”, durante cuya realización él, tras pintar los cuerpos de las mujeres con un pincel, se subía a una escalera desde la que les iba indicando a las modelos dónde colocarse. Otro ejemplo lo tenemos en sus “grabaciones de la lluvia”, para las que colocaba un lienzo sobre la baca de un coche que él mismo conducía a gran velocidad bajo la lluvia, cuyas gotas producían erupciones en la superficie recién pintada. Una de sus perfomances más famosas fue la ya nombrada “El Vacío”, aunque también fueron bastante destacables sus trabajos inmateriales, como la suelta de 1001 globos azules, que tituló “Sculpture Aérostatique”:

Yves Klein también hizo intentos de introducirse en otras artes, como en la música, donde compuso una “Sinfonía monótona” que, como su calificativo indica, consistía en un acorde sostenido durante veinte minutos seguido de veinte minutos de silencio… Y también en el judo, sobre el que escribió un libro titulado “Les fondements du judo”.

Klein falleció de un paro cardiaco el 6 de junio de 1962, en su residencia de París, poco antes del nacimiento de su hijo.

 

*Podéis ver más obras de Yves Klein en PENSAMIENTOS: Sobre la nada.

Gracias por leernos...

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